Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Arnold, M. 1999. ¿Hemos perdido la razón? Cinta moebio 6: 296-298

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¿Hemos perdido la razón?

Have we lost reason?

Dr. Marcelo Arnold. Departamento de Antropología. Universidad de Chile.

Introducción

Quisiera centrar mis ideas, con ustedes, tematizando los conceptos de racionalidad y modernización, tal como lo sugirió nuestra moderadora. Pero antes, aprovecharé la ocasión para referirme a los dichos de los colegas que me antecedieron.

Específicamente devolverles como preguntas: ¿porqué la modernidad no podría tener consecuencias negativas? y, en segundo término, ¿son sus consecuencias negativas problemas, para las ciencias sociales? y si lo son: ¿tendremos que ver con sus causas, efectos o interpretaciones? Creo que hay una gran confusión frente a estos puntos.

Dichas interrogantes persiguen dejar al descubierto sus hipótesis subyacentes – no confirmadas con los hechos – acerca de una unidad del mundo. Unidad que se tematiza en una supuesta, y conveniente, integralidad de proyectos personales y sociales, que invitan a desconocer la contingencia. Bajo ese prisma todo es funcionalmente muy ordenado (hasta el desorden lo es). Pero como en las estafas, las manos invisibles, la solidaridad clasista de los jueces o el irremediable advenimiento del comunismo, nuestras experiencias se niegan a darnos el gusto, nos contradicen mientras parecen darle la razón a los otros.

Podemos, ahora, entrar en razón. La noción de racionalidad es un producto social, una distinción que, como tal, puede ser distinguida como un recurso para distinguir. Aunque la observemos, en algunos de sus momentos, autosostenidas en descripciones unitarias de lo social y lo psíquico (que quedan en evidencia ante las afirmaciones universales), como si careciera de condicionalidades.

Pero lo razonable, en nuestros tiempos, es decir, lo comunicado socialmente como tal, carece de universalidad, debe replegarse buscando valorización en sus respectivos contextos. Por ejemplo, en sistemas circunscritos como el "derecho", la "economía", la "política", el "sentido común" o las "ciencias sociales". Ello ha permitido optimizar sus rendimientos. Pero hay limitaciones evidentes, por ejemplo el vacío de los sistemas parciales frente al problema de la contaminación o ante la explosiva exclusión social, hace de sus rendimientos, desde una mirada global, un asunto de irracionalidad (¿consecuencias perversas de la modernidad?)

Estamos frente a complejidades (que catalizan diferenciaciones funcionales y, con ello, nuevas complejidades) que presionan por nuevas autodescripciones para la sociedad (la postmoderna, por ejemplo).

En el intertanto: ¿hemos perdido la razón?. Pero..., ¿lo irracional, esta realmente fuera de la razón, que la describe?, o aceptaremos como Goya representar a la locura como la razón ilimitada.

Hablar de razón nos enfrenta a una idea que carece de significados unívocos y que puede entenderse en, al menos, tres sentidos, a saber: como una forma superior de pensamiento, por sobre la emoción y la intuición (lo que hace a los humanos superiores: somos racionales); como una teoría acerca del carácter racional de la realidad (contexto ontológico o metafísico) o, como sustento para desarrollar tipos de pensamientos (conocimientos) denominados verdaderos (contexto epistemológico).

Desde el s.XVIII se entiende a la razón como un instrumento para disolver la ignorancia, para ello integra su experiencia con normas para la acción. En ese acto irracionaliza todo lo que se le opone. Quien la ostenta, cree describir el mundo tal cual es y, desde allí, intenta comunicar a los otros como deben pensar y actuar correctamente. Muchos sociólogos han adherido gustosos a tal propuesta iluminadora, los más observan con tristeza, añorando los límites de sus competencias, especialmente ante sus incapacidades para prescribir mundos ajenos.

Uno de los criterios, mencionados por Lyotard, para entender nuestros tiempos (¿la postmodernidad?), remite a la pérdida de una visión unitaria del mundo, de las razones vinculantes para todos. Esto es consecuencia de las propias características de la sociedad contemporánea. Es la sociedad (ahora mundial) la que no soporta pensamientos concluyentes. Pero, esto no ha sido siempre así.

El pensamiento tradicional entiende la razón como una explicación del todo por el todo. Más bien por quien lo asume como tal, es decir: por quienes ficcionan estar en posición para observar la unidad del mundo. Hoy, como fue dicho, la racionalidad pasa a ser propia de racionalidades instrumentales que sólo cubren a los sistemas parciales, en sus razones particulares.

Así, invirtiendo los planos presentados por el expositor anterior, podríamos estar en presencia de una racionalizada segregación. Ello deja al descubierto la contextualidad de una razón (¿perversa?) propia de un mundo policontextual (el nuestro, en este caso, estratificado).

Hegemonías transitorias están condicionadas a los contextos, pero sus racionalidades se esgrimen como universales. Pero estas, por cierto, no flotan en el vacío, se tejen en las redes de, por ejemplo, el poder, como lo adelantó magistralmente Foucault.

Ya es momento de hablar de la sociología. Esta disciplina genera una de las tantas racionalidades que operan en las comunicaciones que circulan en la sociedad. Pero, no tienen privilegio alguno, salvo el que sus cultores y cercanos quieran darle. Fuera de sus fronteras su tránsito (movida) se basa en sus limitadas performatividades instrumentales o, en sus difusas, pero insustitubles, funciones sociales que llenan las comunicaciones críticas de sus intelectuales. De cualquier modo, está en competencia con otras razones y por ello sus representantes deben reforzar sus argumentaciones (y aligerar sus expresiones para hacerlas entendibles al gran público).

Pero, ¿cómo podríamos mejorar nuestras argumentaciones, sin asumir que ya no vivimos en la sociedad que explican (más bien lo intentan) nuestras añosas teorías?. Demostramos haber perdido la razón, al insistir en observar las sociedades contemporáneas con lentes que provienen de principios de siglo.

Las actuales condiciones sociales desbordan, con creces, nuestros más preciados recuerdos, desde la pretensión de cientificidad del marxismo hasta la cuadricula de Parsons. Nuestros tesoros no entregan los rendimientos esperados, las descripciones de la sociedad contemporánea, que surgen de categorías extraídas desde textos de la historia del pensamiento sociológico, sólo nutren la nostalgia o nuestros afanes de erudición.

¿Qué hacer?, Siguiendo a Luhmann: la teoría de la sociedad tiene que anclarse en el sistema científico y conformarse con ser sólo una teoría de la sociedad. Desde allí, producirá una acción constructivista de la realidad pero, deberá tener en cuenta la circunstancia que el observador de primer orden (su escucha) no tiene que vérselas con sus construcciones sino que con sus objetos. Por otra parte, no se reconocerá como representación vinculante, sino que se encontrará a sí misma -¡no sólo a las otras!- en un mundo constituido de manera policontextual. Tendrá que hacer, cuanto más refleje su propia contextualización, el doloroso sacrificio del autodesinteres, compensado por la certeza que hay otros puntos de partida para la racionalidad y la observación de segundo orden. En tal sentido competirá, mano a mano, con la opinión pública conformada por los medios o con las ideologías pregonadas por los políticos y, quien sabe, con los mesianismos de este fin de siglo.

Pero... no nos encandilemos nuevamente, este nuevo concepto de racionalidad, constructivista y circunscrito, es también producto de actos de distinción autoimplicados en las sociedades que los admiten. Estemos abiertos para su inevitable evolución, mientras tanto, aprovechémoslo adecuadamente.

Nota

Este ensayo fue elaborado al revisar la transcripción de una charla realizada con estudiantes de Sociología de la Universidad de Chile en 1998.

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X