Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Navalles, J. 2006. Prolegómenos a la psicología social: la idea de atmósfera en la psicología de la colectividad. Cinta moebio 27: 284-302

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Prolegómenos a la psicología social: la idea de atmósfera en la psicología de la colectividad

Sketches for social psychology

Mg. Jahir Navalles Gómez (jahir.n@gmail.com) Universidad Autónoma de Querétaro (México)

Abstract

This present work interyields by a nostalgic psychology, a psychology that origin -and it was become deformed- in which in century XX was self-proclaimed like social psychology; a original psychology that was first of all an historical project with respect to the social life; a psychology that is described to itself like collective psychology, sketched from the diverse interlocutors -who not necessarily show as social psychologists or psychologists and enriched from the constant debates- that are not sending in the manual beaten ones of given off psychology or social psychology in your intercross them you will discipline that the psycho-social footpath has journeyed.

An evening devises is the pretext that sketches the scene that the discipline has built, and in the following lines two examples become manifestos, on the one hand, the contribution done by the reflections that Herder did; and by the other side, with the discreet presence that the psychology of the collective life, developed by Wundt, contributed to the psycho-social scene, both being implied in a subtle one, idea, an idea that explicitly has been disdainful, but that implicitly is pronounced like the bastion of social psychology: the atmosphere idea.

Key words: social psychology, atmosphere, prefaces, historical psychology, collective psychology

Resumen

El presente trabajo intercede por una psicología nostálgica, una psicología que derivo -y se deformó- en lo que en el siglo XX se autoproclamó como psicología social; una psicología primigenia que era ante todo un proyecto histórico respecto a la vida social; una psicología que se describe a sí misma como psicología colectiva, bosquejada desde lo más diversos interlocutores -quienes no necesariamente se ostentan como psicólogos o psicólogos sociales- y enriquecida a partir de los constantes debates -que no son remitente en los trillados manuales de psicología o psicología social- desprendidos en los entrecruces disciplinares que el sendero psicosocial ha transitado. Una velada idea es el pre-texto que bosqueja el escenario que la disciplina ha edificado, y en las siguientes líneas dos ejemplos se hacen manifiestos, por un lado, la aportación hecha por las reflexiones que hiciera Herder; y por el otro lado, con la presencia discreta que la psicología de la colectividad, gestada por Wundt, aportó al escenario psicosocial, ambas siendo implicadas en una sutil, idea, una idea que explícitamente se ha desdeñado, pero que implícitamente se manifiesta como el baluarte de la psicología social: la idea de atmósfera.

Palabras clave: psicología social, atmósfera, prolegómeno, psicología histórica, psicología colectiva

Recibido el 27 Oct 2006

Aceptado el 24 Nov 2006

Introducción

El transcurrir de la psicología social se ha develado en la interlocución de sus presupuestos, de la defensa irrestricta de los mismos, de la convergencia de discursos y de la manifestación de aquellos argumentos que disienten de lo establecido. Reconociendo que la psicología social es ante todo uno -entre otros- acercamiento constante y gradual a la descripción de la realidad social, a la explicación de las relaciones humanas, a la comprensión del intercambio y la confluencia de significados y sentidos, a la interpretación de las formas sociales que se exhiben, se exponen, irrumpen y se enarbolan como un conocimiento común y compartido, donde tanto los grupos, los individuos y las colectividades acuden con la intención de reconocerse como parte y todo de esa realidad en la que se ven inmersos, en la cual pretenden hacer explícitas sus demandas y necesidades, puntos de contacto o desilusiones a partir de un proyecto, fondeando hasta el instante en que la realidad a la cual hacen referencia logra asumirse como el baluarte que se transforma conforme los presupuestos con los cuales se aborda, las actitudes implicadas en la descripción de la misma, los recuentos críticos que sobre su historia se pudiesen hacer, permiten que esos mismos grupos, individuos y colectividades modifiquen sus aproximaciones futuras o presentes, algunas veces remontando hacia ideas primigenias, otras más, consolidando las reflexiones y enriqueciéndolas a partir de las exigencias que el contexto histórico social revela.

En miras por esclarecer el por qué de acudir a estas pretéritas reflexiones, cabe señalar entonces el cómo, el dónde y el para qué de ello, razón por la cual a continuación se exponen algunas tesis que nos permitirían sustentarlo, cada una de las cuales es la alusión a esa idea circundante e implícita en la disciplina psicosocial.

En suma, las breves tesis que a continuación se argumentan son implicaciones mutuas del devenir histórico de la psicología social, así también se sugieren como parte del bosquejo al escenario explícito al cual la propia disciplina acude con la intención de reencontrarse en sus reflexiones, y a la que cualquier interesado en ello puede remontarse con la intención de postular un sendero distinto de aquellos que la han trazado… incluyendo el presente.

1. Entrecruces Disciplinares

La psicología social se configura a través de los avatares y las interlocuciones críticas, simples o displicentes que ésta ha logrado establecer y fortalecer, sea con otros campos de conocimiento, sea consigo misma, así también a partir de la recuperación de argumentaciones de antaño, que en ocasiones han aportado “novedosas” aportaciones al involucrarse en la interpretación del contexto, o en la descripción de la realidad social, que se pretende abordar. De esta manera, la psicología social responde a una variedad de discretos recuentos que algunas veces puntualizan, otras más proclaman, o en ocasiones diseminan, las nociones, los pre-supuestos, las convenciones, que refieren la vida social o las relaciones humanas, e interceden por el cómo es que ésta logra ser y permanecer, por el cómo es que se cristaliza en las conciencias y deambula entre los grupos, el cómo es que ésta transita a partir de distintos emplazamientos que lo que hacen es ser el remitente velado de su propia dinámica; la psicología social logra entonces proteicamente emerger o profundizar sobre estos preceptos a partir de su capacidad atmosférica de ser, de estar, de permanecer, de irrumpir, de compartir, de convivir, de aglutinar, de perdurar, de recubrir, del esparcirse, remontarse o derrumbarse. Y desde su evanescencia logra concebir explicaciones y pre-textos que consoliden, aunque sea sólo momentáneamente (y parafraseando a Vico), “lo psicosocial que psicosocialmente se ha construido”.

La psicología social es un pre-texto disciplinar a partir del cual las acotaciones o exposiciones, implícitas o explícitas, de la vida social han sido abordadas. Teniendo como intermediarias a toda una serie de analogías, metonimias o sinécdoques que permitiesen esclarecer o asumir, a partir de las características que en su trasfondo intentan argumentar, las dinámicas, procesos y estructuras que consolidan un campo de conocimiento; aunado a ello, será en algunas ocasiones cuando la recurrencia tanto a una como a otra, conciba ciertas disputas al interior de la propia disciplina, repercutiendo en la transformación gradual de los principios que guíen el sendero y delimiten el transitar por el mismo, modificándose las propias formas de concebir realidades, así como de asumir comportamientos, actitudes, actuales sentidos y otroras sinsentidos.

La psicología social, al acudir sin disimulo a los conceptos que ha bien proponía o le compartirían diversos entrecruces disciplinares, logró, por un lado legitimarse como una disciplina autónoma y original; y por otro lado, se enquistó como el parangón a partir del cual, sin ser autocrítico, exhortó a que la disciplina que estaba en miras de consolidarse, desdeñase algunos puntales originales, ora por cuestiones ideológicas ora por resguardar la inmovilidad del conocimiento, de esta manera, aquellas alusiones que exhibiesen una sobria carga “metafísica”, como es que la llamaban, o refiriesen hacia lo “subjetivo”, serían relegadas.

Proclamar por la noción más apegada a la realidad circundante que se intenta describir fue uno de los embates que resistió la psicología social, fue entonces que propuso nociones que describiesen lo que estaba ocurriendo, apelando a términos para hablar de aquello que le rodeaba, algunos de ellos cargados de esa herencia histórica que fuera bosquejada por el discreto antecedente disciplinar de la psicología social, esto es, aquella psicología colectiva que sería relegada al cajón del olvido social porque las alusiones que bosquejaría no empataban con el pensamiento que corrientemente se demandaba, un pensamiento que proclamaba por el baluarte de la psicología y la psicología social se localizaba en el “individuo”; luego entonces, nociones tales como “alma colectiva”, “espíritu de los pueblos”, “mente grupal”, como metáforas que remitían a la vida social, serían -aunque contaron con los argumentos necesarios para permanecer y trascender- garrafalmente desdeñadas.

Y donde algunas otras, como “instinto” o “esquema”, fueron académicamente vapuleadas e ignoradas, o desplazadas por alguno que otro concepto que se definía a partir de la tangibilidad de su existencia, conceptos tales como “conducta operante”, “frustración-agresión”, “actitud positiva”, “representación”, que se asumieron “como si” la realidad, el conocimiento o las formas en las cuales la vida social se exponía, se exhibía o se manifestaba, fuesen así.

Analogías fueron y vinieron, y el transcurrir de la psicología social se vislumbró entre ellas, siendo permeado por una idea por demás reservada que en pocas argumentaciones sería expuesta, la idea de atmósfera que, a través de nociones sinónimas que lograron afianzar el sendero tanto en retrospectiva como en prospectiva. Pretexto suficiente que nos otorga la libertad necesaria para acudir por una psicología social que bien podría ser eminentemente abordada históricamente, esto porque, como dijera Hayden White: “Cuando se trata de escribir la historia de cierta disciplina académica, o incluso de una ciencia, se debe estar preparado para hacer preguntas acerca de ésta, preguntas que no se plantean en la práctica de la misma. Se debe intentar alcanzar aquello que está más allá de los presupuestos que sostienen un tipo dado de investigación y formular las preguntas que pueden ser realizadas en su práctica, con objeto de determinar por qué este tipo de indagación ha sido diseñado para resolver los problemas que propiamente trata de resolver. Esto es lo que la metahistoria trata de hacer” (White 1978:108).

Una propuesta que coincide con las intenciones que la presente investigación enarbolaría, esto es, al formular preguntas a las entrelíneas -o desde los escenarios colindantes- que de la historia de la psicología social  se desprenden, e interrogarles sobre el trasfondo que la sustenta, asumiendo que la psicología social es ante todo el bosquejo paulatino de su propia historia, o en otras palabras, que el “objeto de estudio” de la psicología social es la propia psicología social, lo cual hace explícita la razón de que un abordaje de naturaleza histórica no se remite simplemente a observar la disciplina “desde fuera” sino que intercede por ella al asimilarle como una construcción históricamente situada, que responde a demandas y necesidades, a algunos discursos manifiestos y alusivos de una determinada época.

1.1. El Largo Pasado y la Corta Historia de la Psicologia Social

La psicología social es más que una historia tantas veces contada, más bien es parte de las necesidades que un grupo, comunidad o colectividad, hacen explícitas a partir de acciones, actitudes y comportamientos implícitos de la vida social, luego entonces ese campo de conocimiento intenta volver comprensible el entorno, los proyectos, las demandas, las pretensiones por explicarlo, las referencias al interpretarlo, las emociones al intentar describirlo.

No es nada errado decir que al pasado de la psicología social también se le podría reconocer en aquello que no se dijo de ella, cuando ésta no tenía ese nombre, cuando los distintivos no importaban, cuando lo que tenía relevancia era la realidad misma, así también las formas en las cuales las sociedades o la vida colectiva se concebían, cuando estas mismas se concebían etéreas o permanentes, cuando en ocasiones desaparecían o cuando resurgían por sí mismas (Jahoda 1992, Farr 1996), en efecto, desde los más diversos antecedentes la psicología social puede ser expuesta bajo el discurso de otras disciplinas o desdeñados campos de conocimiento, i.e., la sociología formista de Simmel, la psicología de los pueblos bosquejada por Wundt, a partir de la noción de mentalidades expuesta por la historia o en la aportación reflexiva de Cooley del “yo-espejo”.

Es entre finales del siglo XIX y principios del XX (Jahoda 1992), que salen a la luz pública algunas publicaciones que manifiestan aquel pensamiento social que recubría las conciencias, así como la férrea necesidad por abordarlo y teorizarlo, ejemplo de ello se vislumbra en la variedad de los títulos que subvierten tanto los discursos comunes como los que se autoproclamaban como “académicos”, así, aparece el texto, en 1895, de J. M. Baldwin “Mental Development in the Child and the Race” (y del cual tiempo después bosquejaría una continuación), otro más, en 1898, que se llamó “Historia del Alma”, y a finales de la primer década del siglo XX, se da la publicación de “The Individual and Society: or Psychology and Sociology”, títulos que intercedían de manera gradual por el abordaje de una esencia colectiva, llamado “alma” o “espíritu”, que se manifestaba entre las conciencias sociales, entre los grupos humanos que demandaban una disciplina interesada en hacerlos comprensibles, y que, a pesar de las alusiones “extravagantes”, invitarían a la lectura de los textos, haciendo manifiesto el halo que recubría las investigaciones durante este período histórico (desde espiritismo, psicología “folk” y la gestación tenue de una psicología colectiva).

Aunque Baldwin no será el único autor “descarriado”, si no que también aparecen con una cierta diferencia en años otros tantos textos más, en 1890 “Les Lois de l’imitatio” del francés G. Tarde, en 1904 el texto de Pascual Rossi llamado “Sociología y Psicología Colectiva”, en 1902 “Human Nature and the Social Order” de Ch. H. Cooley, en 1925 el de Ch. A. Ellwood -quién ya había publicado en 1901 un texto sobre psicología social (Alvaro y Garrido 2003)- “The Psychology of Human Society” (Buceta 1979, Collier 1991), en 1928 se publica “Introducción a la Psicología Colectiva” de Ch. Blondel y a lo largo de la primer y segunda décadas del siglo (Farr 1983) aparece la enciclopédica obra de W. Wundt que sobre la “Psicología de los Pueblos” o Völkerpsychologie habría escrito.

Ciertamente, y como se lee, no se autonombraban o referenciaban como textos propios y exclusivos de psicología social, pero acarreaban en sí mismos (según quien el texto suscribe y a sugerencia de los propios autores) lo que “lo psicosocial” era o fue. Y vale como dato curioso o acotación disciplinar, puntualizar que a excepción de Wundt, los demás no eran sino sociólogos con estudios en economía -Cooley-, leyes y/o jurisprudencia -Ellwood y Rossi-, estadística y filosofía -Tarde-, psiquiatría -Blondel. Resaltando la paradoja cuando se vislumbra que cada cual estaba intentando, desde latitudes y contextos sin relación, con diferencias mínimas en años, abordar la presencia intangible que la realidad misma expresaba, siendo hasta fecha reciente que bien se les ha reconocido -sólo a algunos de ellos- un lugar dentro de la historia de la psicología social (Collier 1991, Alvaro y Garrido 2003), será porque ellos mismos son parte de los antecedentes, o porque se asume que son antecesores y predecesores, como es que los llama Robert Farr (1996), de aquello que una disciplina psicosocial supone.

Como sea, no simplemente se trata de señalar a otros autores distintos a los que la historia de la psicología social conocida comúnmente habría referenciado, y es que llama la atención que cada uno abogase por una entidad ‘psicosocial’ que se gestaba a partir de múltiples formas, fuera como una reunión sea como una fusión, entre metáforas o a partir de la descripción de mitos, en permanencias vueltas costumbres, reflejo, conversación o comunicación, afectividad y memoria, lenguaje; contraponiéndose desde el sustento de las citadas alusiones a aquella psicología de corte experimental que estaría inundando las instancias universitarias (Mueller 1960), y cuyo propósito principal estaba enfocado hacia el ‘individuo’, a sus reacciones físicas al entorno, o las respuestas que éste pudiera dar como un organismo viviente, deviniendo la psicología en un campo de conocimiento que a lo que le depositaba su interés era a los estímulos visibles, palpables, observables, medibles y cuantificables (Boring 1950), en resumidas cuentas, físicos o materiales, y no siendo cuestiones tan intangibles, “metafísicas”, “fantásticas”, literarias o anecdóticas.

Con esta clase de apelativos se va estableciendo una clara división al interior de la psicología social, ya que lo que se argumentaría, por un lado, es que la psicología como ciencia independiente habría de abocarse al comportamiento del individuo, así, en aislado -y cumpliendo con las características antes señaladas- todo aquello que no se apegase a estos cánones no sería reconocido como propio del ámbito psicológico. La consecuencia, el individuo entonces se postula como el centro de los estudios en la psicología.

Y ese fue uno de los lastres académicos con los que tendría que cargar la psicología social, ya que como señala Stryker, los mencionados inicios que como disciplina se expusieran en la historia de la psicología social estarían discretamente permeados con esta tesitura, así es como lo expone: “…existe una psicología social que tiene origen académico en la psicología… [orientada al] impacto que los estímulos sociales tienen sobre el comportamiento del individuo y cuyos métodos característicos de trabajo son experimentales… existe otra psicología cuyo origen académico está en la sociología… [y que intercede por] el impacto entre el individuo y la sociedad, y cuyos métodos de investigación han sido sobre todo la investigación y la encuesta” (Stryker 1983:17); por otro lado, de la recurrente concepción que de las psicologías sociales se bosquejaban, se habrían de instaurar concepciones funcionalistas y asimétricas, empeñadas en exhibir respuestas y soluciones así como acotando la participación de la vida social en la comprensión de su propia dinámica -sin olvidar que eran concepciones ahistóricas- con respecto al papel que jugarían tanto el “individuo” como el “medio ambiente”, en un extremo lo que se intentaba vislumbrar será la acción del individuo sobre el medio y por otro lado la reacción del medio ante la intrusión del individuo, la influencia del contexto sobre el individuo, dos vertientes que, pasados los años, pudieron confluir en la reflexión de que estas eran ante todo relaciones recíprocas, así tanto el individuo tenía influencia hacia el medio como el medio hacia el individuo. A partir de ello, un ejercicio bidireccional se estableció en la psicología social.

De manera general lo que se va bosquejando, a partir de los argumentos recurrentes de la psicología que se recubre con esa tesitura, es la tenue presencia o ausencia de un “algo” entre el individuo y lo que le rodea, o lo mismo que hace que se expresan ciertas formas de reunión, invocando por una entidad que clamaría permanecer o disiparse, redefiniéndose constantemente.

Es a partir de esta clase de argumentos que se bosqueja un planteamiento central, que “lo psicosocial” no se reduce a ninguna de las dicotomías a las que comúnmente se aludiría, esto es, el individuo o la sociedad, términos que lo que hacían era acotar las propias disciplinas que de ellos daban cuenta (Blanco 1988). Es en este tipo de alusiones teóricas que se asumía que entre las partes existía “algo”, en medio, alrededor, enfrente, detrás de sí, sobre de él, y se reconocían y transcurrían, permanecían.

Cabría resaltar que mediante la exposición de sus argumentos, los autores responsables sabían que ellos mismos eran parte fundamental de aquello “psicosocial” que referían, y consecuentemente se seguían discutiendo, rebatiendo y postulando (ejercicio por demás necesario en la actualidad), luego entonces no es fortuito que el apellido de “social”, con el que se recubre el campo de conocimiento, proponga más de lo que comúnmente se asume, porque apela a escenarios con una amplitud y una profundidad que ni “lo físico”, “lo material”, “lo sólido”, habrían contemplado, una férrea crítica que desde sus inicios y hasta tiempos recientes ha sido bosquejada, no es fortuito entonces encontrar argumentos que lo puntualizan, como el siguiente: “lo “social” no es algo que ocurre cuando se junta la gente, sino algo más profundo, implicado en nuestros pensamientos e identidades” (Armistead 1983:19).

1.2 Antes de 1908: Una Psicologia Desdisciplinada

Y si esa fuera la intención, la de abogar por la vida social en la que estaría inmersa la propia disciplina, entonces la fecha de 1908 queda rebasada a partir de un pasado que cuenta con más peso que la propia historia, y donde la psicología social obtiene buena parte del mérito, ya que aún sin ser llamada, y reconocida públicamente como tal, adquiere la relevancia suficiente para remontarse sobre su propio transcurrir.

La responsabilidad que acarrea el recurso histórico de profundizar en los entretelones o en la interlocución con diversos campos de conocimiento que enriquecieron la disciplina psicosocial, implica la reformulación constante de la propia disciplina, pues es sólo de esa manera que se da pauta a su propia trascendencia y permanencia lo cual le implica fragmentarse, fusionarse, erosionarse, confrontarse y no idealizarse a partir de su propia contada historia.

Y es que si lo que se pretende es reargumentar sobre la propia disciplina, y develar a partir de su propio transcurrir la entidad, es decir, lo que la define como un campo de conocimiento original y autónomo, provisto de un modo de ser específicamente definible y que le otorga sentido a la disciplina, lo primero que se requiere es trascender argumentos como estos: “Esta evocación de dos concepciones antagónicas, nacidas en una época cuando la psicología social era todavía balbuciente, permite comprender de entrada que es difícil definir el objeto de la nueva ciencia. Se le reconoce en general un sitio intermedio entre la psicología individual y la sociología” (Mueller 1963:138).

Y si se revalorara el uso corriente que se le da a esta concepción y origen de la disciplina psicosocial, se caería en la cuenta de que no es más que una acepción cómoda que permite delimitar sin ahondar en los orígenes y principios de un campo de conocimiento autónomo, que si bien es cierto que peca en argumentos anodinos o tautológicos, esto es resultado de la conformidad académica en la cual se le ha posicionado; al omitir que cada inmersión desde la psicología social hacia la vida social, es un adentrarse históricamente en la configuración de un fenómeno.

En miras a esclarecer lo dicho, hemos de retomar una férrea acotación que sobre ello hiciera Amalio Blanco, quién señala: “…psicología y sociología no suelen ser complementarias, sino discursos y perspectivas distintos sobre objetos idénticos, unos discursos la mayoría  de las veces insatisfactorios tanto por la complejidad del propio objeto de estudio como por la bisoñez de ambas disciplinas” (Blanco 1988:232).

Será entonces que se logre matizar un pretexto para re-visitar las entrelíneas de la historia de la psicología social, pretexto por demás cargado de simpatía, al adentrarse en sus profundidades, en sugerir, que la presencia psicosocial no surge -necesariamente- ni a partir de la publicación de ciertos manuales, ni a partir de dos citados personajes, ni en una fecha exacta, mucho menos en un lugar específico pero tampoco se dio por generación espontánea o a partir de efervescencias, sino que se dedujo, se argumentó y se sostuvo en cada uno de sus avatares, y a la luz de un discurso (que podríamos llamar psicosocial) re-significados.

Lo que se reclama a las versiones que de psicología social se han expuesto, es que a través de su historia se han desdeñado otros inicios, desde otras aproximaciones disciplinares, y es que la psicología social -para desilusión de los autoproclamados como tales- no ha sido estrictamente elaborada por “psicólogos sociales”, ni es estrictamente “científica” a como los cánones respectivos le han históricamente exigido, ya que el propio “objeto de estudio” que ésta misma refiere es mucho mas amplio que las limitantes académicas que la rodean, cabría por ello señalar lo siguiente: “Entre los primeros trabajos de la psicología social figuraban no sólo los filósofos, lingüistas, etnógrafos, historiadores, juristas, psicólogos y sociólogos, sino, además, trabajos de economistas, biólogos, políticos, publicistas, escritores, periodistas y personas dedicadas a muchas otras ramas del saber y a muchas otras profesiones. Todo ello es una prueba evidente de que la psicología social como ciencia posee diversas raíces y tiene diversas fuentes, así como de que su aparición se produjo con todo el rigor de un fenómeno sujeto a ley” (Pariguin s. f.:22).

Es por ello que no se puede simplemente decir que la psicología social es la suma de lo que la sociología y la psicología dieron por hecho, no es una división tajante con tendencia ‘psicológica’ por un lado y con repercusiones ‘sociológicas’ por el otro, no se intenta vanagloriar un psicología social que sea más “psico”, por sobre otra que es más “socio”, ya que esta misma no se ubica en los sujetos sino entre sus discursos, desde sus relatos, bajo sus argumentos, por sus vivencias, para sus objetos, que bosquejaban, que ilustraron, la esencia ‘psicosocial’ de la sociedad.

Empero, e intercediendo por diversos interlocutores, el contexto histórico de la psicología social se recubre de múltiples matices, la historia de la disciplina no es entonces exclusiva ni de un puñado de eruditos, ni de un cúmulo de premisas académicas a las cuales se exhorta a seguir, que lo único que hacen es enquistar el conocimiento que sobre la realidad psicosocial se ha descrito, sin adentrarse en el por qué o en el cómo es que ésta logró ser o fue, lo cual tiene como consecuencia la distorsión constante de la esencia psicosocial misma, esto es, al dejar de acudir críticamente una presencia, un asentamiento, históricamente situado y argumentado, necesario a partir del contexto que asimismo lo reconfigura y permanece a partir de su autocrítica y reflexión.

En resumidas cuentas, el pretexto no es el cómo y cuándo es que la Psicología Social ha sido o se ha hecho si no el cómo es que “lo psicosocial” ha sido abordado, esto implica rastrear, no ante la localización en fecha y lugar, en rupturas y hechos, la idea de psicología social que su propia historia ha subsumido, primero porque si se realizara bajo este tipo de consignas, lo que se estaría haciendo sería una pésima Historia, tan mala porque lo único que haría sería repetir lo ya dicho, y eso no sería más que un plagio o una ideologización, y sería pésima porque al acudir simplemente a las fechas y los lugares, se omitirían tanto los emplazamientos y el contexto social en el cual alguna versión psicosocial se habría edificado; y segundo porque lo que se pretende hacer es abogar por “lo psicosocial” argumentándolo “psicosocialmente”, esto porque su pasado es mucho más que su Historia.

Y en estricto apego a aquella tesis que en algún momento sugiriera Luis Buceta: “En el caso concreto de la psicología social nos fuerza a intentar la elaboración de un concepto que no se encuentra, ni mucho menos, claramente definido, porque, a diferencia de otras disciplinas científicas más antiguas y, por tanto, más elaboradas, apenas ha llegado a la fijación indiscutible de su propio concepto” (Buceta 1979:2); y esa idea es la idea de atmósfera.

2. Historia, Filosofía y Sociología: La Interlocución Truncada

La psicología social veladamente ha bosquejado la “idea de atmósfera”, sea desde el siglo XIX que como primer remitente comienza a sugerirlo en las voces transdiciplinares de Lazarus y Steinthal, del propio Wundt (Jahoda 1992) o del historiador Michelet (Corcuera de Mancera 1997); sea entrados ya en el siglo XX, opacando argumentaciones que intentasen proponer algo fuera de la sintonía académica comúnmente aceptada, esto por su necesidad explícita por esclarecer los postulados autónomos de una disciplina que fluctuaba tendenciosamente entre el positivismo, el “conductismo social”, los estudios enfocados hacia el individuo y la experimentación (Boring 1950; Mueller 1960; Stryker 1983; Alvaro y Garrido 2003).

Así las cosas, serán tres los autores clave del siglo XX quienes argumentarían más sistemáticamente la idea de atmósfera, cobijados por el manto que un cierto período histórico delimitaría, y aunque estarían ubicados en distintas latitudes, en sus planteamientos engarzarían el trasfondo psicosocial de aquella novel disciplina. Luego entonces podemos mencionar al maestro Kurt Lewin -cuya alusión respetuosa tiene un valor categórico-, al turco Muzafer Sherif -quién es un autor algo relegado al interior del escenario psicosocial- y “un teórico del lenguaje”, como es que lo llamarían (Bakhurst 1990:234), el ruso Valentín Voloshinov.

Sin embargo, y sin la mínima intención de restarle importancia a las reflexiones que en el siglo XX y al interior de la disciplina se hicieran, se podría decir que la “idea de atmósfera” ya circundaba las conciencias aún antes de ser plasmada en las páginas de los libros propios de una disciplina con tintes psicosociales, cuestiones en las cuales se vieron involucrados unos fascinantes y extravagantes interlocutores, y donde la importancia del contexto social al cual estos mismos acudirían delimitó sus propias reflexiones, además el escenario que históricamente se habría de exponer recubre y enriquece la idea sugerida, ya que lo que se intentaría referir con todos los matices posibles, no sería sino el andar de la vida colectiva, la esencia propia que toda colectividad describiría (Danziger 1983), acudiendo a la descripción de un emplazamiento inaprensible cristalizado en sus reflexiones, que sin tanto aspaviento y con demasiada discreción, se convertiría en el tema de interés implícito y explícito durante largos años.

El hilo conductor de la citada disertación versaba sobre la naturaleza humana y la cultura como construcción original de la vida social, anteponiéndose a las reflexiones homogéneas que desde tiempo inmemorial se pretendieron imponer (Cassirer 1932); siendo este un legado con el cual la historia de las ciencias humanas se habría de sobrellevar. En el caso concreto de una disciplina relativamente joven como es la psicología pero ante todo la psicología social, y cuando se tiene el empeño por conocer un poco más de sus fundamentos, por ejemplo al describirla y remontarla, las referencias comúnmente mencionadas, se ubican en aquel mismo periodo histórico -La Ilustración-, y con un poco de paciencia se va bosquejando un panorama diferente al que se habría contado regularmente, y por más que los manuales de historia de la psicología se hallan empecinado en divulgar una explicación histórica del conocimiento que daría pauta a las llamadas ciencias naturales y las ciencias sociales, las ciencias empíricas y las ciencias del espíritu (Mueller 1960; Leahey 1987), el propio contexto permite articular una concepción diferente.

Una reinterpretación histórica con tintes holistas es la que tiene lugar, donde la alusión a la colectividad se va reintroduciendo y validando, a partir de la cual se sustenta una cierta entidad psíquica que conlleva la idea primigenia de las relaciones humanas, todo ello se va bosquejando entre polémica y polémica, a partir de los desencantados inconformes para con la doctrina newtoniana que se va presentando desde la Ilustración, y que se personificaron en aquellos interlocutores reacios a aceptar esas premisas homogéneas para abordar la realidad social, y que serán mejor conocidos como “los disidentes”, como es que Gustav Jahoda (1992) los llama, quienes estarán completamente empecinados en conformar una versión que no proponga una única y exclusiva forma de ver las relaciones humanas y sociales, así como su interrelación con el conocimiento que se gesta desde ellas mismas.

Una exigencia que será expuesta a través de las reflexiones pendientes por esclarecer la noción de “Humanidad” (así, con mayúsculas) propias de la época. Sobresale ante todos un autor que configuraría férreamente una filosofía de la historia, Johann Gottfried Herder (1744-1803), es el nombre al cual respondería. Él, quién en primera instancia fuera discípulo de Kant retoma todo lo que aquél le enseñó, asimilándolo y trascendiéndolo (Mayos 2004), y tiempo después se empeñó en desdecir y desdibujar, eso sí, críticamente, los escenarios que el desfile de filósofos ilustrados enaltecieron por más de un siglo.

Y con la intención de volver comprensible el emplazamiento con el cual los otroras disidentes se confrontaran, acudimos a lo que Ernst Cassirer señalara: “El siglo XVIII está saturado de la creencia en la unidad e invariabilidad de la razón. Es la misma para todos los sujetos pensantes, para todas las naciones, para todas las épocas, para todas las culturas” (1932:20); “El siglo XVIII […] entiende que no se ha logrado un verdadero saber ‘filosófico’ hasta que el pensamiento no alcanza, partiendo de un ente supremo y de una certeza fundamental, máxima, intuible, expandir la luz de esta certeza sobre todos los seres y saberes derivados” (1932:21); acotando su aportación con lo siguiente: “…la filosofía del siglo XVIII se enlaza por doquier con este ejemplo único, con el paradigma metódico de la física newtoniana; pero lo aplica universalmente. […]a mediados del siglo la victoria de esta concepción es definitiva” (1932:27); “la finalidad esencial que se impone a sí misma la cultura del siglo XVIII consiste en la defensa y el fortalecimiento de esta forma de pensamiento” (1932:29). El escenario entonces con el cual pretende confrontarse Herder, y tiempo después sus discípulos -algo más radicales que él- todavía contaría con los presupuestos centrales de la carga ilustrada.

Y teniendo como telón de fondo su aversión a los planteamientos a los cuales exhortaba la Ilustración, es cuando Herder comienza a configurar, una propuesta de filosofía de la historia cuyos elementos caracterizan el antecedente histórico de nuestra idea psicosocial, esto sucedió porque desde sus reflexiones se profundizó en distintos orígenes a los cuales estaríamos acostumbrados. Iniciando la polémica con su maestro, al reincorporar a la discusión a un autor, al cual el propio Kant desterró de sus pensamientos, en consecuencia, la referencia será entonces hacia Leibniz, de quien Herder hace una recapitulación, i. e., al retomar su fascinación cíclica de concebir la historia (Blumemberg 1981) o al aplicar el principio de continuidad leibniziano (Cassirer 1932:46-47) para explicarlo todo, esto es, ‘desde los astros hasta las obras del espíritu’ (Mayos 2004:149), estableciendo un apego irrestricto a sus planteamientos teóricos; y con base en lo dicho por el inventor del Cálculo Infinitesimal es cómo va concibiendo a la Humanidad bajo las características de la mónada leibniziana.

Y ya entrados de lleno a lo que Herder expondría, cabe reivindicar sus reflexiones en el marco de la historia y de la propia consolidación de una filosofía de la historia, y es que a Herder se le debe, disciplinalmente, que hubiese trastocado la concepción “ilustrada” que circundaba a la Historia, contraponiendo a ésta versión el visualizarla mejor como un arte, defendiendo la imaginación histórica y a la vez poética de la vida social. Donde lo ‘irracional’ y lo ‘instintivo’ se concebían como aquello es que se desprende de los sentimientos, de las emociones, de los afectos que rondan y engarzan tanto al hombre junto con la Historia.

Por un lado, en los planteamientos del pastor pietista surge lo que Berlin (1959) llama “pluralismo cultural”, y a lo que este apelativo refiere es a ese desprecio que caracterizaba a Herder hacia todo aquel discurso que se empecinaba en reducir o en asimilar una forma cultural por otra, tendencia muy marcada por la Ilustración; por el otro lado, el hilo conductor de los planteamientos herderianos permanentemente estuvieron enfocados por distinguir claramente las diferencias entre las naciones, pero no en el afán de compararlas para decir que una era, es o fue mejor que otra, a él lo que más le impresionaba eran esas maneras de ser, las formas de vivir, los modos de pensar, de sentir, de intercambiar impresiones, las maneras en el vestir características, las leyendas y los coros populares, la carga religiosa manifiesta en los dioses a los cuales acudían, los hábitos alimenticios, todo ello era lo que soportaba la vida de una comunidad, y cada una de ellas era en sí misma “un estilo de vida” (Berlin 1959).

El sustento teórico de Herder al respecto de la vida colectiva se refería primordialmente a que cada cual era originalmente diferente y que los valores, sus valores, no eran universales; así cada comunidad, período histórico e ideales de un pueblo, eran tanto un reflejo como una manifestación, sentir, actuar, pensar propio. Y es que los criterios que establecían las comparaciones históricas de la época, referentes a la raza, el color y la religión, no eran tan relevantes para él, ya que lo que le importaba realmente eran tanto el territorio, el Klima y la lengua. Con respecto a ellos, esos eran los obstáculos que la Humanidad, manifestada en los grupos humanos, en las comunidades, en los distintos pueblos que le dan forma, habrían de sortear y a los cuales acudiría para identificarse así también para desarrollar sus propias y únicas capacidades, en consecuencia, las reuniones del género humano -según señaló- son importantes porque en ellas se reencuentra la capacidad de empatía, noción que Herder retoma del italiano Vico (Berlin 1965).

En palabras del mismo Berlin, es en los planteamientos de Herder donde se derivan los siguientes presupuestos, a saber: “Los hombres se congregan en grupos porque tienen conciencia de lo que les une: vínculos de territorio, idioma y ascendencia comunes; esos vínculos son únicos, impalpables, definitivos. Las fronteras culturales son algo natural en el hombre, surgen de la interacción de su esencia interior y su entorno y su experiencia histórica” (1959:55). Y es que es en su propio desenvolvimiento que tanto el hombre como la Historia confluyen, para dar cuenta de la Humanidad (Mayos 2004), surgen así tanto los valores, como el acto de voluntad que no es más que la descripción de esa empatía hacia el propio referente colectivo, reconociéndose uno y otro como un devenir constante, como aquella voluntad recíproca al intervenir por el bienestar del otro.

Esa voluntad no es sino la capacidad de interesarse por los otros, de hacer frente al dolor, de contravenir esas limitantes que se otorgan bajo el Klima, siendo esto nada más que las condiciones adversas que se le presentan a cada pueblo, comunidad, entidad colectiva y que los obligan a ejecutar actos que les permitan resarcir los daños y a su vez fortalecerse como una entidad más allá de lo físico y material. El sustento de la propuesta histórica de Herder se bosqueja en la influencia leibniziana a la cual acude, cuando se sigue planteando a la Humanidad, a la Historia y al hombre bajo un proceso único. Un organismo vital. Así, cada individuo tendrá que demostrar sus propias fuerzas y dar cuenta de su proporción, recurriendo finalmente al cobijo de la sociedad a la cual pertenece, y todo ello es la manifestación consciente de lo que se sucede; así las cosas, la noción que incipientemente configura el sustento de la colectividad que presenta Herder, es la versión más sólida sobre la misma.

En la propuesta histórica de Herder, la esencia de la colectividad queda bosquejada al preguntarse y proclamarse tanto en los problemas comunes como en los mutuos a otras tantas, y que se reconocen y a la vez se reconcilian, manifestándose entre sus diferencias. Como sea, los planteamientos de Herder referentes a la vida colectiva se encuentran en lo que V. López-Domínguez cita: “[...] se erige en defensor del derecho de los pueblos a poseer sus propias tradiciones y su entidad diferencial, con lo que no sólo derriba el concepto de cultura como una tradición única con modelos universalmente válidos, sino que inicia también el pensamiento nacionalista” (2002:16).

Es en la propuesta herderiana donde se prioriza la plenitud del ser colectivo, un espíritu que emerge a partir de la vida colectiva, haciéndolo distintivo a partir de las propias formas culturales acotadas territorial y ambientalmente; luego entonces, la literatura, la lengua, refieren originalmente a cada pueblo, comunidad, época. Impregnados estos mismos de ese espíritu particular, abogan y reivindican la especificidad propia, la peculiaridad de su devenir histórico, su residencia en un determinado emplazamiento, su capacidad de convocar y agrupar elementos distintivos (Mayos 2004).

El gran colofón al cual alude Herder en su descripción de la humanidad resalta en dos vertientes: por un lado, está esa aura romántica que lo caracteriza, el hombre al ser la ejemplificación viva de la Humanidad, es parte de un desenvolvimiento progresivo de la totalidad de las cosas y llegará un momento en el cual su estado ideal será el de la vida contemplativa (López-Domínguez 2002), por ello es que existen entonces las leyendas y cuentos populares y todo aquello que recurra y se integre al conocimiento de la Humanidad a través de formas simbólicas, tanto las ceremonias sagradas, los rituales y la poesía, y que no son más que “formas primitivas de solidaridad social expresadas y preservadas mediante mitos y representaciones establecidas” (Berlin 1960:214).

Y en el otro extremo, se encuentra la aportación herderiana del bosquejo inicial de lo que será, a partir de su simpatía a las ideas de Hamann, la idea de inconsciente. Un apunte anticipado por Hamann donde se proponía que a través del lenguaje de “lo subterráneo” a lo que se interpela es a “la revelación de lo invisible” (Beguin 1939:83). De ésta manera, será a Herder a quién se le reconocerá como el precursor de los estudios oníricos, buscando analogías para poder concebir la vida social entre los sueños, así también en “la poesía de las noches y la de los cuentos de hadas” (Beguin 1939:200); y es que según se dice, en un ejercicio entre la nobleza y lo romántico, Herder le solicitaba al sueño contrastarse “con la pesadez de la realidad [bajo] la atmósfera de país de hadas y [manifestándose por su intervención] sobre todo la revelación de los secretos del alma” (Beguín 1939:201).

Es Herder quien va vislumbrando la tradición en la cual el lenguaje es tanto el caminante como el sendero que recorre la humanidad, tanto una reconstrucción como una renovación de la pertenencia, del reconocimiento compartido. Manifestándose a partir del pensamiento mítico o desde el aura poética o siendo emplazamiento a partir de  la onírica ensoñación, y teniendo como única finalidad la de concebir explicaciones como formas de reunión. Y retomando una reflexión compartida por Isaiah Berlin podemos señalar que: “La doctrina del lenguaje de Hamann se convirtió en artículo de fe para Herder. Dicha doctrina ofrecía la gran revelación de que el lenguaje es el único órgano central de toda comprensión y de toda acción intencional; [donde] la actividad fundamental de los hombres es hablar para otros [...], y sólo a través del lenguaje pueden ser entendidos los individuos, los grupos y los significados expresados en la poesía, en el ritual, o en el entramado de instituciones humanas y formas de vida. Entender a los hombres era entender lo que querían decir, lo que intentaban o deseaban comunicar” (1960:216).

Siendo el propio Herder quien lo termina por acotar: “El alma humana piensa con palabras. Mediante el lenguaje no sólo se exterioriza, sino que se caracteriza a sí misma y sus pensamientos. El lenguaje -[según dice] afirma Leibniz- es el espejo del entendimiento humano […] una fuente de sus conceptos, un instrumento de su razón, no sólo habitual sino imprescindible. A través del lenguaje aprendemos a pensar” (Herder citado en Mayos 2004:79).

Es así que entre el maestro y el discípulo se arma un boceto donde, desde los mitos y la poesía se entreveía la permanencia de la colectividad, y con cada insinuación que se cristalizaba desde el lenguaje, tanto la colectividad permanecía como el lenguaje la sustentaba, hablando de sí, modificándola cada vez que transmitiese un hecho donde la colectividad se viera aludida, reflejada, asentada, depositada. Donde el asiento del lenguaje permanecería en su propia invisibilidad y en su capacidad volátil de ser presencia y ausencia, en la capacidad de ser un todo incólume, de ser un escenario donde se representaban todas las facetas imaginables y las hasta ese momento imaginadas de la propia humanidad, la cual entre sus manifestaciones culturales, en costumbres, en hábitos, permitirían aprehenderla.

2.1. Una Aproximación Inconmensurable: La Psicología de la Colectividad

El baluarte de la colectividad siempre ha estado presente, permeando en el discurso psicosocial, y es que la alusión a una colectividad, tomó forma entre los finales del siglo XIX y principios del XX, sin embargo, la idea -como ya hemos visto- rondaba con antelación entre los discursos eruditos y desde las más diversas disciplinas desde el siglo XVIII (Jahoda 1992). Sobresale de todo esto que el campo de interés de los estudios que circundan este fútil período sea uno que en el argot letrado se definía como “naturaleza humana”, pero que en conocimiento común o popular se manifestara a través del “espíritu”.

Y a él se remitían con el nombre de Geist. Un término que si bien refería a la abstracción era particularmente por sí solo atractivo. Siéndolo aún más cuando se exponía de manera conjunta con otro constructo algo más encantador, Volk; dando como resultado la apelación germana de lo que fuera el remitente de la colectividad: Volkgeist. Delimitando un primer instante al recurrir al legado herderiano, a partir de cuya definición comienza a resaltar la presencia de la vida colectiva. Jahoda es quién comparte la aproximación: “Un Volk se caracteriza por un lenguaje compartido y una tradición histórica que configuran la mentalidad de sus miembros (Volkgeist), no en un molde permanente, sino en un movimiento constante de crecimiento y desarrollo, o decadencia” (1992:94). Es a partir de este primer acercamiento que se recrean algunas aristas a la concepción tanto de volk como de geist, en algunas ocasiones acudiendo a la noción hegeliana de “espíritu objetivo” (Jahoda 1992), otros más achacándole responsabilidad a Herder (Danziger 1983).

La influencia de estas argumentaciones predecesoras se ven reflejadas en la primera versión de un campo de conocimiento cuyo asentamiento central era la interdisciplinariedad propia de la época, una exigencia que pudo ser llevada a cabo cuando dos aguerridos académicos cruzaran sus caminos: Moritz Lazarus (1824-1903) y Hajim Steinthal (1823-1899). Ciertamente dos personajes clave poco investigados en los manuales de psicología y psicología social del siglo XX (Mueller 1960, Leahey 1987).

Cada uno de ellos plasmó en la incipiente disciplina que estaban configurando los argumentos que les persuadieron durante su formación universitaria, y es que según dicen: “…aceptaron la analogía herbartiana entre el nivel intraindividual y el interindividual, pero redefinieron este último en términos despolitizados, lo cual representó un regreso parcial a la noción de comunidad cultural de Herder” (Danziger 1983:134); y con respecto a los trabajos de Humboldt, matizaron la importancia que éste otorgase al lenguaje como eje central en las investigaciones relacionadas con el espíritu de los pueblos [Volkgeist], donde el lenguaje servía como la manifestación tanto del Volk como del Geist, donde el pensamiento, la lengua y la mentalidad de una determinada cultura se reencontrarían formando una entidad psíquica, trascendiendo al individuo y concibiéndose así una colectividad. Así, uno y otro aportaron elementos básicos para aquello que finalmente terminaron por llamar Völkerpsychologie.

Y es tal su apuesta por la nueva aproximación que se arriesgan a exponer su principio rector: “Igual que la biografía de la persona individual descansa en las leyes de la psicología individual, también la historia -la biografía de la humanidad- recibe su fundamento racional de la Völkerpsychologie (Jahoda 1992:174). Necesariamente tenían que hacer esta acotación, ya que se enfrentaban a los múltiples nacimientos de las disciplinas humanas y sociales, pero la gran aportación que pudieron exponer era la referente a que la relación presupuesta entre individuo-colectividad tenía implicaciones dialécticas, donde cada cual involucraba al otro y, necesariamente, habría de recurrir al otro si es que deseaba describir y comprender las relaciones sociales.

Luego entonces, la particular noción de “Volkgeist” que Lazarus y Steinthal propondrían refleja el proceso de interacción donde la vida social no se reduce a ser la mera sumatoria de individuos en un determinado tiempo y lugar, sino que lo que presenta es un proceso dinámico donde conforme los individuos se reconocen entre sí fomentan formas de expresarse y comunicarse sentidos y significados, sea materialmente sea de manera etéreamente afectiva, supongo que a ello se refirió el quisquilloso Herder cuando apeló por la “tradición”, al proponerla no como simplemente un conjunto estático de creencias y costumbres, sino en un proceso en el que el pasado y presente se funden otorgando a un grupo de personas su sentido de identidad. Es Jahoda quien da cuenta de ello: “La idea de Volkgeist, escribieron, flota en el ambiente […]. A pesar de este uso común, no ha habido un análisis riguroso del concepto, y sigue siendo sumamente vago. La disciplina más apropiada para clarificarlo es la psicología, que siempre se ha ocupado del Geist (espíritu/mente) individual; el objeto de la Völkerpsychologie, una extensión lógica, es estudiar fenómenos mentales colectivos” (Jahoda 1992:171, cursivas agregadas).

Y en consonancia con los trabajos que le dieron forma a esta versión de “psicología de los pueblos”, donde la relevancia del lenguaje se desprende así de las investigaciones filosóficas y mitológicas, se puede puntualizar que esta aproximación interpelaba a la condición de poder conocer los orígenes, siendo descritos y asimilados a partir de la creación de eventos y de su propio relato, de esta manera se puede comprender que es aquello que aglutina a los individuos, concibiendo grupos, bosquejando colectividades, siendo en la última versión (Jahoda 1992), la de Wilhelm Wundt (1832-1920), donde se condensan los planteamientos originales.

2.2 Los Ecos y Vestigios de la Colectividad

Según se sabe, los trabajos de Wundt se dividen en tres grandes y complejos apartados, del primero, la instauración de la psicología como un campo de conocimiento científico e independiente la realizó gracias a su decisión personal con respecto a su formación académica, fue un médico con intereses fisiológicos a los cuales acudir para explicar fenómenos psicológicos elementales. Del segundo, el bosquejo de una metafísica científica, poco a poco, lo fue matizando, logró editar un libro donde se expusiera de lleno el tema, a partir del cual postuló a la psicología como la única disciplina capaz de llevar a cabo la mencionada tarea, así es como decía: “La doctrina relativa a los fenómenos espirituales comprende, por lo tanto, el dominio general de las ciencias del espíritu, que contienen al mismo tiempo el fundamento explicativo de los productos espirituales particulares. La psicología, como doctrina de los fenómenos espirituales en general, constituye así el fundamento de todas las ciencias del espíritu” (Wundt 1913:24-25).

Finalmente será su tercer proyecto el que más antipatías, descalificativos y relecturas le  provoquen pero el que, a su vez, cobije toda su reflexión referente a un proyecto gradual de psicología. Y es que, a decir de aquellos que en su obra se sumergieron, entre los apelativos con los cuales se llegó a conocer este último apartado de su existencia, se llego a ostentar “psicología de la colectividad” o “psicología de los pueblos”, “folk-psychology” si se gusta de una coloquial traducción, “psicología racial” o “ethnic psychology”, si se prefieren las bizarras lecturas (Jahoda 1992), “psicología cultural” pudo ser un buen apelativo (Danziger 1983), aunque también se le reconoció como “psicología histórica” (Boring 1950:344; Burke 1990:19) o como otro proyecto sobrevaluado de “psicología social” (Farr 1983), o elegantemente como “psicología colectiva” (Farr 1983, Burke 1990), aunque para fines del transcurrir histórico nos apegamos a su inicial definición Völkerpsychologie. Un “neologismo” según sus propias palabras (Wundt 1912:1).

Y la idea sería tan consistente que le rindió tinta y desvelos suficientes para escribir una obra enciclopédica de 10 tomos, sin contar con algunos otros epilegómenos, equiparable solamente al trabajo que pudo haber hecho Oswald Spengler con La Decadencia de Occidente o con la obra colectiva La Evolución de la Humanidad (100 tomos) que llegó a coordinar el historiador Henri Berr, a saber, tal vez esa era la tendencia al escribir en aquella época. Como sea, los temas a los cuales se enfocó Wundt al ir bosquejando este proyecto, él mismo los definió como “fenómenos mentales colectivos” (Farr 1983), siendo necesariamente abordados de una manera completamente diferente a la que la psicología predominante del tiempo estaría acostumbrada.

Mitos, costumbres, arte, religión, magia, lenguaje, procesos cognoscitivos, son los citados fenómenos colectivos en los que Wundt centró su atención para poder bosquejar su inasible “psicología social”. Y si bien es cierto que todo ello fue condensado en un tomo particular -a excepción del referente al lenguaje que se dividió en 4 tomos-, una gran decepción se advierte, y es que según reseña Jahoda (1992), una densidad de escritura es directamente proporcional a un objeto de estudio con sustento histórico a largo plazo.

Como sea, el trasfondo de la völkerpsychologie se ubica en que los fenómenos a los cuales acude son construcciones colectivas, permanentes al juicio grupal que las reconfigura constantemente, siendo cada objeto de estudio un escenario distinto de aquel del cual precede, con manifestaciones similares que remontan la propia presencia de la colectividad que la cristaliza.

Siendo una de las aportaciones que se generan en el proyecto wundtiano, esclarecer el papel que el lenguaje juega en el propio asentamiento de la colectividad, vislumbrando a ésta paralelamente como un remitente del lenguaje, y validándole cual emplazamiento histórico imprescindible para comprender la vida social. A decir de Wundt, al permitirnos el recuento y la descripción de acontecimientos, el lenguaje es el asentamiento y el devenir mismo de la vida colectiva, de la actual, de la pasada, de lo que puede ser. Él mismo decía: “...unido al lenguaje va el pensamiento” (1912:50) y aunque el lenguaje y la cultura no se manifestaran a la misma velocidad, siendo el lenguaje el primero y bosquejado en un proceso aún a más largo plazo que aquel en el cual la cultura se asienta, eso no quería decir que fueran procesos separados como es que las versiones psicológicas de la realidad habían intentado imponer (Mueller 1960).

Empero, el sustento de las reflexiones de Wundt está anclado en lo que él mismo pretende definir como Volkseele (literalmente ‘espíritu del pueblo’), siendo aquel manto que recubre a cada individuo, que hace que cada cual comparta los mismos significados con otros tantos más, lo cual genera una dependencia entre los propios sujetos, deviniendo en una construcción interpersonal que genera una especie de “sujeto colectivo” que concilia el sentido que los bastimentos materiales han generado en cada uno de los individuos, justificando y exhortando así a que los ‘objetos de estudio’ destinados a ello sean completamente diferentes a los que tenía regularmente contemplados la psicología individual experimental enquistada en la época.

Y con las reservas que se puedan exponer al respecto, el bastión de la propuesta que se genera en los escritos del psicólogo Wundt, responde a su aportación metodológica de corte histórico, ya que será -según sus propias palabras- solamente a través del rastreo y la reconstrucción fidedignamente histórica que los fenómenos mentales colectivos podrán llegar a comprenderse.

Luego entonces, es en la descripción sistemática, por no decir en exceso detallada, de los procesos por los cuales transita la vida colectiva que la propuesta wundtiana permite redimir una aproximación distinta hacia los fenómenos sociales, trasladando aquellas reflexiones que en la psicología individual quedaban en demasía acotadas o restringidas a lo que se conocía como “mente individual” (Farr 1983). Siendo de esta manera beneficiada a partir de su constante inserción en las dinámicas primigenias, i. e., los rituales, las plegarias, los tabús y los héroes, el culto totemístico, la construcción y el derrumbamiento de las ciudades, las leyendas y el intercambio religioso, cada uno de ellos con características tanto evanescentes como permanentes, así es como señala: “Sin barrunto alguno del porvenir, cada tiempo actual prepara su futuro”, aunque la alusión que nos permite condensar su idea la comparte páginas más adelante: “Es a la disolución del imperio cuando surge la cultura, bien como efecto secundario del dominio inherente en aquella, bien como consecuencia de la aparición de condiciones nuevas” (Wundt 1912:430).

Renovarse y morir, renacer y trascender, de esta manera la vida de la colectividad va emanando sus propias formas de ser, sus apelativos, su presencia circundante, y que quede bien claro que no se trata de leyes progresivas (Wundt 1912:422), sino que es más bien la referencia a un proyecto abocado a resarcir la idea de Humanidad. Y es que la “psicología de la colectividad” toma forma empírica entre las tradiciones y entre las creencias, en los usos cotidianos y coloquiales que los sujetos y los grupos a los cuales pertenecen se hacen manifiestos, ya que se trata de indagar: “…allí donde la costumbre por su duración se hizo permanente” (1912:40).

La colectividad como una entidad psíquica es una de las conclusiones a las cuales llega Wundt, la otra sería que lo psíquico deviene baluarte histórico, siendo de esta manera trascendida la dicotomía impuesta de “individuo versus sociedad” en los estudios sociales; luego entonces, lo que Wundt se propuso, fue ante todo al interceder por la atmósfera generada por la vida colectiva, así es cómo finalmente decía: “Para nosotros, la historia del mundo es la historia de la Humanidad, todavía más estrictamente, y en último término, la historia del espíritu humano” (1912:451, cursivas agregadas).

De esta manera, aquella entidad “psicosocial” se rearma constantemente, dejando de presentarse y asumirse como una entidad fija si no que se devela como una entidad flotante, asintiendo un reconocimiento entre las partes, desde el mismo fenómeno que se ha vislumbrado y desde sus propios elementos, asimismo desde lo que llevó a que ese acto se sucediera, el pensamiento sobre el pensamiento de la colectividad (White 1978), el lenguaje que describe el actuar de la misma, los lazos afectivos que permiten comprender lo que sucedió, los vínculos que engarzan lo que acontece con lo que bien podría nuevamente suceder.

3. Conclusión

Luego entonces, la versión que se contrapone a lo que comúnmente se asumía como la realidad psicosocial, es una que deviene bosquejo de una psicología de antaño, cuyas tradiciones le permitieron manifestarse a lo largo del siglo XX, en las interlocuciones de autores relegados o a partir de cavilaciones sobre tópicos, acontecimientos, o fenómenos a largo plazo (i. e., los mitos o las costumbres); o abogando por aquellas entidades o personificaciones impresionantes y aterradoras, magnánimas o sublimes, que sobre la vida psíquica -como las multitudes o el “alma colectiva”, la socialidad o el “espíritu de los pueblos”- se hacían manifiestas, y que como no se apegaban a los cánones científicos de la época eran descartadas como objetos de estudio.

Esa otra psicología de “lo social”, era, es y fue, una psicología que sin tanto aspaviento académico se editó (sólo dos libros acuñaron el término en sus portadas), confrontó (porque discretamente se exponía desde otros campos de conocimiento) y cristalizó en un proyecto nostálgico un siglo después (Fernández Christlieb 1994); de ahí es que se derivan las razones para abogar por aquella psicología colectiva sin pretensiones tácitas por implantarse en los escenarios académicos, pero que cuenta con la demanda explícita por reflexionar sobre los albores que de la psicología social que en siglo XX se propuso, y en la que encontró cauce, porque en su sendero se vio interrumpida, la que se radicalizó pero a la vez se banalizó, la que se topó con realidades diversas y con formas distintas de abordarlas, la que procuró remontarse a sus orígenes aunque estos no se localizasen en donde comúnmente se habría dicho que estaban.

La Obertura a la Psicologia Colectiva

Y desde esa psicología colectiva en desuso, es donde se reinicia un éxodo que, sin enmarañarse en las líneas que infieren la presencia del individuo o deducen la influencia de la sociedad, se confrontó con el desdén del cual fue sujeto, a través de proponer que el papel que juega el individuo se deriva propiamente de su configuración histórica, donde sus comportamientos, conocimientos y proyectos están determinados por el propio contexto desde el cual surgen, desde las demandas que se exhiben y que reformulan ese mismo contexto, desde el intercambio de significados gestados colectivamente, y donde esos significados y el sentido derivado se sugieren a partir de que alguien más esté en desacuerdo con lo dicho, con lo hecho, con lo que se supone existe, proponiendo y argumentando, contra-argumentando, aproximaciones distintas a las ya vistas.

En suma, si a partir de ese instante se logra reconocer el baluarte de esa psicología colectiva, lo que habrá que hacer será el sustentarlo, para lo cual, lo primero que se propone es considerarla bajo el ejercicio teórico, el cual le otorgaría la capacidad implícita de la descripción sistemática y constante a partir del pensamiento metafórico, esto es, teorizar es metaforizar, luego entonces, las hipótesis y las suposiciones se asumen cabalmente como metáforas, y con cada ocasión que se postulan concepciones, toda disciplina será proclive a extrapolarlas, exagerarlas, banalizarlas, vanagloriarlas, exponerlas, y donde también, al remitirse tanto a ellas se acaba por desilusionarse de ellas. Eso es lo que sucedió con la psicología social, por ello vale nuevamente reargumentarla, proponerla a través de otras metáforas, porque una disciplina que no se reconozca desde sus analogías y se asuma totalmente como una realidad habrá perdido, aunque siga transcurriendo, su sendero.

En efecto, y en el caso particular de la psicología social, ésta existe a partir de su paulatina reconstrucción (Armistead 1983) y de su propio debate consigo misma, disputándose el otorgarle veracidad a sus versiones y del interceder por las dudas que pudieran derivarse de sus cuestionamientos, porque al acudir a las profundidades de una disciplina lo que se hace es estar teorizando a partir de la crítica y de la autocrítica, Serge Moscovici, un psicólogo social cuyas reflexiones más interesantes surgen desde sus propuestas de filosofía de la ciencia, por eso es que apuntaba: “Porque la única ilustración, digna de una ciencia es su práctica y su única defensa la vitalidad de sus problemas y de sus tensiones internas” (1970:10); empero, la psicología social como devenir teórico se propone como un acto de conciencia crítica, un reconocerse como parte de ese cambio, esa gradual transformación que la misma sociedad es o aduce ser y por ello, la disciplina también a la par de ésta reflexión es que se va modificando (Armistead 1983, Laboratorio de Psicología Social 1989).

La psicología social es asimismo una construcción históricamente situada que concibe, y reconcilia en su descripción, “atmósferas” generadas colectivamente, cuya permanencia reside -paradójicamente- en la asimilación de las transformaciones propuestas en su transcurrir, Wundt y Herder por eso es que intercedían hasta los extremos por el lenguaje de los pueblos, y Mead hacía lo propio por el intercambio de significados, lo mismo que Vigotsky quien lo matizaba con la permanencia y cambio semiótico anclado en la palabra, dando pauta a una atmósfera en donde el papel crucial que se le asignó al individuo se verá desvanecido ya que éste no es pretexto suficiente para reinterpretar la realidad, ya que éste se evapora a partir de las construcciones simbólicas y los emplazamientos significativos, ya que éste se disipa entre los afectos nebulosos que describen cualquier comportamiento; ya que éste es innecesario desde que se asume que él mismo no puede existir sin hacer referencia a la colectividad.

Motivo por la cual una atmósfera se vuelve una entidad comprensiva, que conforme a su propio transcurrir a partir de su interpelación, sea ésta misma la que permita ahondar en su propia levedad, en su densidad, su profundidad, su liviandad; y si ha de ser descrita, que la descripción redima desde su propia tesitura, involucrando y cobijando a todo aquel interesado, compartiendo sus características, ahondando en su velado recorrido, a través de las imágenes, de los símbolos, de las metáforas a las cuales la propia atmósfera propiamente acudió para poder referirse a sí misma.

Otorgándole un lugar a la psicología social para que como disciplina o campo de conocimiento ésta pueda ante todo reconocerse en el halo que toda atmósfera bien puede diseminar. Y es que la psicología social -se sugiere- se ve inmersa en la descripción y comprensión de situaciones sociales, fenómenos colectivos, acontecimientos de diario, que ante todo claman por la “idea de atmósfera”.

Por ello no habrá que desconocer su propia historia, esto es porque a partir de ella es que se sugieren dos proyectos: 1) la psicología social cuenta con su propio acontecer, aparejado a sus autores y a ciertos lugares fundacionales, ahí es donde se localiza su discurso, imbuido de términos y crónicas, de alusiones y de contextos desde los cuales surge la disciplina psicosocial, es así porque la historia de la psicología social es referente para la propia historia de la psicología (Danziger 1983, Farr 1996), y 2) por otro lado pero no por ello ajeno al proyecto anterior, la psicología colectiva no es reconocida en esta historia porque su esencia se presenta desde diversos senderos, y no es que no cuente con una historia, sino que ella es en sí una historia de la vida social, del cómo se pensaba y cómo se abordaba la propia colectividad (Wundt 1912, Jahoda 1992) entendiendo por ello, una recapitulación de la vida significada y significante, porque ésta se recrea constantemente no bajo la mención de autores sino bajo ideas, argumentos y reconstrucciones donde es la propia colectividad la que se plasma y reconfigura el saber y el sentir compartido, así el presente escrito intentó cumplir con este propósito, esto es, esbozar bajo el mismo recorrido la presencia y la esencia de la psicología, la psicología social y la psicología colectiva serán tanto el pretexto como el punto inicial.

Cabría señalar que la psicología colectiva recurre a la psicología social que la omitió, y que la excluyó por no hacer referencia a los cánones “científicos” que ésta misma estaba postulando, esto, porque en ella encuentra y localiza su propia discusión, además será la presencia de la psicología colectiva la vida paralela desprendida de las ausencias en la psicología social (Laboratorio de Psicología Social 1989).

En suma, el transcurrir psicosocial aporta con ello dos reflexiones paralelas, que involucran, cada cual con un lenguaje y unos postulados diversos (Fernández Christlieb 1994), una alusión al mismo mundo, por un lado, la psicología social, refleja y da cuenta de la realidad psicológica, porque retoma e introduce términos como los de individuo o sociedad, la interrelación entre ellos así como los supuestos descritos en cada uno de los procesos donde estos están involucrados, así conceptos y redefiniciones como atribución, influencia o actitudes, sólo por mencionar algunos, aparecen y son el soporte básico donde la psicología social se encuentra.

Por su parte, la psicología colectiva lo que hace es reintroducir “términos” que parecieran ajenos a la disciplina, pero más que nada bosqueja un lenguaje original, por ejemplo reconoce lo psicosocial en sustantivos como “atmósfera” o “vida cotidiana”, porque estos suenan o pueden hacer referencia a fenómenos que son inaprensibles, por lo cual el lenguaje mismo es parte importante de ella, abandona los tecnicismos propios del discurso científico, en mucho del cual esta soportada la psicología social, y bien a bien se ancla en la cotidianeidad, así describe y recrea una cultura psicológica.

Por eso es que se convoca la noción de “prolegómeno”, que etimológicamente quiere decir “lo dicho primero”, y nosotros agregaríamos que de mejor manera, exponiéndolo de forma algo más interesante y sutil, repercutiendo en el rastreo de los orígenes de esa idea circundante, envolvente, profunda, que habiendo sido matizada y anclada en la vida colectiva permite el intercambio y la interlocución interdisciplinar tan desdeñada en fechas recientes, y donde el trasfondo de todo ello se desprende de las discretas reservas que en la reconstrucción de una disciplina como la psicología social se han ido bosquejando, ya que lo único que es cierto dentro de la propia materia es la discreta capacidad con la que cuenta para reargumentarse constantemente.

La intención sería la de permitirse reconocer el papel que la psicología colectiva ha jugado y ha ejercido en la concepción de la sociedad, del individuo, de lo que hacen, dicen o piensan estos dos, lo que se encuentre entre ellos y sobre ellos, en la periferia o conjurando su centro, pero además, y ahí se reconstruye la vida paralela, de lo que la propia psicología social dijo, dice o dejó de decir y que no obstante la psicología colectiva recuperaría en su muchas veces truncado recorrido y en su propio transcurso desde sus inicios hasta sus efímeras y nada reconocidas presentaciones a través de los siglos (Jahoda 1992, Fernández 1994, Farr 1996).

La psicología colectiva ha recorrido un sendero rebuscado, rebasando períodos históricos, décadas relevantes y sin ser encapsulable sólo en lo hecho en el siglo XX, ya que sus efímeras apariciones datan de reflexiones tiempo y disciplinas atrás, y por supuesto con sus omisiones en la travesía realizada, porque es cuestionada y desdeñada sin ser invitada estelar en las discusiones dentro de la psicología social, ya que su diálogo podría proponerse como interdisciplinar, desde los historiadores y los filósofos hasta los sociólogos y psicólogos es que se ha realizado un intento o un acercamiento, más que nada un reconocimiento de la realidad colectiva, la vida mental, las experiencias compartidas, las pasiones vivenciadas, la imaginación desbordada (Laboratorio de Psicología Social 1989).

Ciertamente, no basta sólo con mencionar alguna que otra “aparición”, o más bien no verla como tal, sino intentar visualizar nuevamente la noción de lo psicosocial anclado y esgrimido desde la vida colectiva, ya que llega un instante en el cual la psicología social puede reargumentarse bajo el eje de la colectividad y la noción de la colectividad es que puede esclarecer las investigaciones y las reflexiones psicosociales, eso es claro, y se presenta en los últimos resquicios de psicología colectiva del siglo XX, en consecuencia, esa otra nostálgica psicología de lo social, hace acto de presencia desde el momento mismo cuando cuestiona y reargumenta a la psicología social, y debate tanto sus inicios, orígenes, prácticas y resultados empíricos, los cuales se defendían a ultranza.

Lo que pretende la psicología colectiva no es renegar ni de la sociedad, ni del individuo y mucho menos de la interacción social sujeta a ellos, terreno en el cual se ancla la psicología social (Moscovici 1970, Armistead 1974) más bien todos se esbozan como parte, inicio y discusión de la vida colectiva, en consecuencia la realidad psicológica es parte de la cultura psicológica y la cultura psicológica reconfigura y propone una nueva realidad psicológica, la distancia que se hubo establecido queda acotada y en la reconstrucción de la disciplina bien puede reanudarse, resignificarse, reencontrarse la colectividad.

Los fenómenos ya no se conciben como inmutables, son cambiantes y variables, diversos y dispersos, como los significados con los cuales son interpretados, bien lo habrían ya señalado, “el tipo de fenómenos que elige la psicología colectiva tiene el carácter de innovación frente al conformismo, de movimiento frente a la inercia” (Laboratorio de Psicología Social 1989:63), por lo tanto la disciplina, el terreno el conocimiento de la colectividad queda bosquejado por su propia naturaleza en el recinto psicosocial, con referencias y discusiones alrededor de lo dicho y hecho, pero también de lo jamás imaginado o elucubrado, todo ello con ayuda y con la intromisión del conocimiento común, que es el que en algún instante sigue enriqueciendo y revitalizando al conocimiento científico, y así ninguno subsiste ajeno al otro y nunca permanecen intactos porque estarán en constante reconstrucción.

Una disciplina es reflejo de la misma sociedad, individuos incluidos, de la cual ésta está intentando dar cuenta, las respuestas que de ella se deriven, las soluciones que se generen, la problemática a abordar, los fenómenos de los cuales habla y pretende explicar, comprender e interpretar son parte de sí misma y eso es lo que en algún momento omitió la psicología social, la responsabilidad y el compromiso que entonces se le demanda no debe quedar sólo en la disciplina si no también en la sociedad que la promueve, promulga, protesta contra ella, asume sus juicios, comparte experiencias, y ésta última acotación es la base donde, por mínima que sea, tuvo y proyecta una entrada así como es salida para que la psicología colectiva reafirme que es una reflexión paralela a la psicología social, la disciplina, los individuos, la sociedad, la comunicación entre las partes o después de las partes, son productos sociales resultantes de la vida en común, y ahí está la colectividad, y ese conocimiento generado desde la colectividad involucra toda clase de conocimiento y forma de comprensión de la realidad.

Se trata entonces de la creación, mantenimiento y transformación de la colectividad, y por ende, del espacio donde todo ocurre, la cultura cotidiana (Laboratorio de Psicología Social 1989), la cual no es entendida desde la psicología colectiva como algo externo y solamente observable o ajeno, sino como la esfera que involucra el todo, a todos, por ejemplo, aquel individuo que puede reconocerse como tal cuando está en sociedad, sociedades que comparten símbolos y significados, significados que crean recuerdos, recuerdos que al remontarse proponen afectos, afectos que se pierden y se transforman de sólo pensarse, convenirse y discutirse, pensamientos compartidos que dan sentido a la existencia en común, vida en común donde surgen y se descubren los individuos.

Cabe señalar que el resurgimiento de la colectividad se presenta en el andar de lo psicosocial, con críticas y repercusiones teóricas, pero más que nada anteponiendo y recuperando el lugar del cual fuera desplazada, con ello, lo psicosocial se puede ir reconstruyendo y la vida colectiva  se está reanudando. Esa es la cultura psicológica, el esbozo gradual y paulatino de que la vida social tiene otras formas de ser concebida.

Nota

El presente texto se desprende de la investigación realizada que dio pie a mi tesis de maestría, auspiciada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) mediante la beca 194552.

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X