Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Garduño, G. et. al. 2008. La epistemología de la comunicación en Michel Serre. Cinta moebio 31: 23-37. doi: 10.4067/S0717-554X2008000100003

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La epistemología de la comunicación en Michel Serre

Michel Serres’s communication epistemology

Dr. Gustavo Garduño-Oropeza, Dra. María Fernanda Zúñiga-Roca, Dra. Rosario Rogel-Salazar y Dr. Eduardo Aguado-López (eal@uaemex.mx). Universidad Autónoma del Estado de México (Toluca, México)

Abstract

This paper develops what we can call a first approach into a “possible communication epistemology” through certain conceptions from Serres. These conceptions are characterized by an open perspective that breaks the notions of limit, frontier, barrier and competence that have distinguished epistemological perspectives through time based on an original human disposition to generate order and construct reality.

Key words: communication, epistemology, foundation, translation, third instructed, delimitation, parasitism.

Resumen

El presente artículo pretende brindar un primer acercamiento a lo que llamaríamos una “epistemología posible de la comunicación” a partir de ciertos conceptos del pensamiento de Michel Serres. Dichos conceptos están marcados por una posición filosófica de vanguardia en donde las fronteras, límites, deslindes y competencias de las diferentes formas de conocer se diluyen en función de pliegues, dobleces y conexiones mutuas que, en cada producto cultural, ponen de manifiesto la presencia de una competencia inicial del hombre para ordenar y fundar la realidad.

Palabras clave: comunicación, epistemología, fundación, traducción, tercero instruido, deslimitación, parasitismo.

Fair is foul, and foul is fair;
However through the fog and filthy air…

(Shakespeare, Macbeth, primer acto)

Introducción

“Lo bello es feo y lo feo es bello…” La sentencia inicial del drama shakesperiano –expresada por un trío de brujas que recorren el páramo donde, recién, se libró una batalla– introduce al lector en una confrontación filosófica de considerable complejidad: el de la extensión relativa de nuestros conceptos y el del pliegue de los mismos, uno sobre el otro, causado por la ausencia de lo que podríamos denominar una “meta-referencia”.

Este juego de antinomias que se tocan y refieren mutuamente resulta hermoso, no sólo porque expone la poética de fondo en el drama del escocés Macbeth, sino porque sirve de base para argumentar la vacuidad de los esfuerzos humanos cuando éstos se dirigen a la búsqueda de verdades absolutas. Para el caso del presente ensayo el epígrafe en cuestión servirá para hacer las veces de una premonición; de una alegoría que, como veremos más adelante, sintetizará uno de los conflictos más grandes que a nivel epistémico vive un campo disciplinar; a saber, el de las denominadas “Ciencias de la Comunicación” como un “corpus teórico – conceptual” inserto en las ciencias sociales o como un “marco referencial” que defina la actividad de las mismas. Este conflicto consiste, precisamente, en el percatarse de la ausencia de un “modelo exógeno” que permita asignar sentido y validación a aquello que curiosamente sirve para establecer sentido y para validar.

El término “Comunicación” es ambiguo sí pero, más que nada, resulta ubicuo porque –como Dios– parece estar implicado en todas partes y, a la vez, en ninguna. Sus límites carecen de convencionalidad y, por lo mismo, parecen cruzar ese todo más o menos formalizado de teorías que constituyen no solo a las “ciencias sociales” (1) sino a la “ciencia en general”.

Si la comunicación implica el proceso para generar sentido (bajo diferentes mecanismos y mediante diversos anclajes), su condición de ubicuidad constituye el primer riesgo tanto en la búsqueda de su objeto como, consecuentemente, en la integración de un consenso que valide lo que hace con él. Lo ubicuo y lo ambiguo conllevan generalmente a la apelación desesperada a referencias externas que permitan distinguir lo “bello” (como cualquier otro significado) de lo “feo” (su opuesto); a la toma de partido y a la elección de un curso o dirección ideológico trazado por las condiciones de producción del sentido. No es extraño que una “epistemología de la comunicación”, de entrada, implique el riesgo de exponer al filósofo, al sociólogo o al propio comunicólogo a la paradoja irresoluble de enfrentar el abordaje de un “código base” de todos los demás “códigos” a partir de las posibilidades que aquel primero da.

En otras palabras, la comunicación no es sino un recurso heurístico que, al tornarse en objeto, se enfrenta tanto a la necesidad de revisar sus propios productos como a la de revisarse a sí mismo en el sentido de un observador de segundo orden, es decir: recursivo – complejo.

Hasta nuestros días, el estado de la cuestión sobre la relación existente entre “epistemología” y “comunicación” se ha abocado a elaborar repertorios de las características que presentan los diferentes mecanismos expresivos con los que cuenta el hombre así como de las respectivas posibilidades que tienen éstos al momento de referir –más o menos pragmáticamente– diferentes niveles de “realidad” (2): “…toda epistemología no es otra cosa que descripción. La inquietud aparece a partir de que la descripción cede turno al juicio normativo” (Serres 1996:52).

Dada la naturaleza ubicua de la comunicación y, consecuentemente su poca propensión a ser normada (y por tanto convencional), no es de extrañar que hasta el momento sólo valga para la epistemología más como un criterio para exponer la demarcación y límites de otras disciplinas (sociales; entendiendo que para las ciencias “duras” ha hecho lo propio a partir de la matemática) que como referencia potencial de abordaje de sí misma a partir de sus productos.

La comunicación resulta pertinente si la se usa como punto de partida o, más despectivamente, como carta comodín, al momento de acomodar las diferentes “jugadas exegéticas” de las estructuras científicas. Este hecho la ha orillado a gozar de una cierta inmunidad ante los esfuerzos de los epistemólogos por abordar los campos de otras disciplinas desde lo que podrían ser sus fundamentos axiomáticos y los subsecuentes entramados que se desarrollaron a partir de ellos.

Ubicar a la comunicación como un objeto de abordaje específico sólo podría partir de una reconcepción de su propio alcance heurístico y, claro está, de sus límites. La epistemología de la comunicación implicaría necesariamente la ruptura de las “fronteras” que establece la relación sincrónica de sus elementos (información – sentido) y la vuelta a los puntos de partida de la misma, es decir, sus fuentes o principios estructurantes: Un “logoanálisis” a la manera expuesta por Michel Serres (1988:35 -38) en el que no sean las reglas del propio lenguaje las que habiliten la acción de exégesis, sino la coherencia de las mismas en función de un parámetro cultural basado en arquetipos o figuras primordiales. Una exploración de la cartografía en sus detonantes (3).

Estamos hablado de una estrategia de pliegue mediante la cual, la actividad del epistemólogo (4) tendría que invertir el papel de la comunicación a modo de tornarla como un objeto en sí mismo, un objeto que sólo puede ser estudiado a partir de sus productos, es decir, de las disciplinas que, gracias a ella, se comprendían como estructuras, modelos, sistemas o figuras de razón. Serres lo expone, a partir de la epistemología de la matemática, en los siguientes términos: “En lo sucesivo, lo que sí permanece impensable, es seguir tratando esos problemas [de organización de la ciencia] con la tónica y los métodos de la epistemología clásica. Se debe aceptar la idea de que está muerta. Queda por investigar el dominio por el que evolucionará de aquí en más el pensamiento específicamente filosófico de la ciencia matemática, queda por descubrir su lengua original […] A propósito de la constitución eventual de una epistemología ‘moderna’, todo lo que se puede decir por el momento es que su primer deber es tomar nota, con toda la lucidez posible, del estado del hecho […] de epistemologías positivas regionales…” (Serres 1996:89-90).

Apelando a la comunicación y a su desdoblamiento desde la herramienta heurística hacia el objeto de la misma, pretendemos caracterizar el proceso por el cual las “disciplinas de la cultura” entre las que están, por supuesto, las Ciencias Sociales y las Humanidades (la historia, la sociología, la antropología, la psicología, la economía, las bellas artes y la literatura) se constituyen como el punto de acceso al contenido y las reglas de codificación de los diferentes tipos de signos convencionalmente emplazados. Es decir, queremos llegar a pensar a la comunicación como una especie de condición fundacional que cruza y articula las denominadas “ciencias sociales” y que, al hacerlo, pone de manifiesto su carácter meta referencial (5).

1. La epistemología desde Serres

La epistemología contemporánea nos ha conducido hacia un debate en el que se tiende a situar la generación de conocimiento entre dos tendencias (al parecer irreconciliables). Por un lado está la de la necesidad de flexibilizar o hacer difusos los límites entre los “campos disciplinares” (6) y, por otro, la de privilegiar la consistencia de los paradigmas, de los modelos o las “racionalidades” a fin de mantener o rescatar ciertas condiciones de cientificidad y validez del conocimiento producido (7). Esto último a través del rescate de hechos, del control, de la sistematicidad y de la definición clara y precisa de límites.

Las fronteras de estas dos perspectivas nos evocan la dicotomía shakesperiana entre “lo bello y lo feo” pero, con la salvedad de que en el caso que nos ocupa no existen límites o extensiones porque, de entrada, cada una de las dicotomías parece darse como única posibilidad, haciendo parecer que sólo hay un lugar para “lo bello” o para “lo feo”. Estas posibilidades únicas se dan, por supuesto, siempre en concordancia con las perspectivas internas de cada comunidad de defensores para quienes sus perspectivas resultan siempre dogmáticas, esto es, excluyentes.

A partir de esta primera aproximación la ciencia parece ser solo comprensible en términos de la flexibilidad o de la cerrazón o consistencia disciplinares. En tanto perspectivas ambas tendencias están distantes –incluso– de la riqueza que provee la dicotomía shakesperiana porque resultan completamente ajenas la una a la otra: inicialmente ninguna forma de pensar la naturaleza (ya no de la ciencia sino del conocer) parece estar conciente siquiera de la existencia de otra posibilidad. Se trata del principio dogmático del mundo, de la hegemonía de los mitos fundadores y de las explicaciones unívocas.

No es sino hasta que aparece el conflicto entre visiones, hasta que “el otro” se presenta (expuesto a través de nuevas explicaciones y, en nuestros días a través de los debates en publicaciones; es decir en las controversias) (Latour 1992:29), que surge la posibilidad de dinamismo, de cambio y evolución; de una visión que nos lleve más allá de lo que, creíamos eran los límites y que, además, pueda tener dimensiones de verdad no contempladas inicialmente.

En este punto ya hay belleza y ya hay fealdad. Ya hay fronteras mutuas y nos ponemos enfrente de lo “que no somos” para evaluar, precisamente lo que sí.

Es en este momento que el pensamiento de Michel Serres aparece como una especie de justo medio o “tercero instruido” (Serres 1997) que funge como referencia externa a oposición entre dicotomías mutuamente excluyentes plateada por las concepciones de la ciencia.

El pensamiento de Serres es el producto creado por un nuevo tipo de intelectual que no sostiene ya apego alguno por las perspectivas cerradas y consistentes o las flexibles y relativas (8), sino que se declara abiertamente por los procesos que median entre ellas. Se trata de un nuevo conocedor del mundo que fue producido por experiencias múltiples y que, formado a lo largo de una historia de vida compleja, optó por la búsqueda de rutas de sentido que, mapeadas en función de múltiples perspectivas (muchas veces difusas en sus fronteras), redundan en una auténtica experiencia trans - disciplinar del saber humano y -¿por qué no decirlo de una vez? - en una nueva epistemología.

Michel Serres, a partir de su serie Hermes (la comunicación y subsiguientes), argumenta la imposibilidad de trazar demarcaciones epistémicas tanto para las disciplinas como para lo que “es” y “representa” el propio “trabajo científico”. No lo hace, sin embargo, esgrimiendo una simple crítica a las perspectivas de la consistencia y de la flexibilidad, sino a través de un recurso en el que señala la mutua implicación de ambos, relacionándolos a partir de los orígenes de los mismos y de los productos (tecnologías) que los gestaron y en los que redundaron.

“The fog and filthy air” (volvemos a Shakespeare), la bruma de la ambigüedad, de la incertidumbre, no hacen sino devolvernos el juego de dicotomías. Serres hace un trabajo de exégesis de las ciencias tomando en consideración los mediadores (Serres 1991), es decir aquello que yace en medio y, por lo tanto, pone en común ciertas posibilidades del contexto mediante un proceso de selección determinado. Para lo que podríamos considerar un trabajo epistemológico en la obra de Serres, cualquier producto cultural, sea un artefacto, una obra de arte, un texto o un relato se vuelven susceptibles de comprenderse como mediadores ya que comprimen en ellos una tecnología, un proceso y, más que nada, un cúmulo de posibilidades del contexto en el cual se gestaron.

Más aún, los mediadores aparecen en la óptica de Serres como factores de dinamismo porque forman parte de un devenir temporal en el que tanto la tecnología como los procesos y las posibilidades contextuales se modifican proveyendo, al receptor de las mismas, de lecturas diferentes. Bajo esta perspectiva el mediador es un contenedor de comunicaciones no sólo manifiestas a nivel sincrónico, sino también diacrónico en el que flexibilidad y estabilidad perviven.

El mediador es el recurso por el cual se genera conocimiento flexible. Sin él ninguna comunicación, ningún sentido, sería posible. Hablaríamos ya no de procesos sino de puros finales rígidos, anquilosados y, por lo tanto, incapaces de adecuar y adecuarse.

A partir del mediador, la interpretación deja de estar abanderada por el conflicto entre perspectivas (moderna y postmoderna) y encontraremos que ambas se alimentan en la trayectoria que formó a la evidencia empírica. Finalmente Lo bello resulta ser feo y lo feo resulta ser bello… Las fronteras se van en el momento en el que las perspectivas pasan de la conciencia mutua a la implicación mutua. La verdadera riqueza aparece cuando esta última conlleva a la conciencia reflexiva, es decir, al encuentro del receptor del proceso consigo mismo a través del propio proceso. Comprender la forma en la que este tercero se desenvuelve sobre sí mismo y aprende de la experiencia vivida (es decir, construye conocimiento) puede facilitarse si revisamos, a manera de ejercicio, la propia trayectoria de Serres y la forma en la que ésta incidió en su pensamiento.

Lo “feo” es “bello” y lo “bello” es “feo” porque somos capaces de trazar las rutas que median entre ambos territorios de sentido, de viajar pos sus implicaciones.

2. Formación – Pensamiento

Sería arriesgado catalogar a Michel Serres como un epistemólogo o filósofo de la ciencia. Su formación y su trabajo en estas áreas se dieron más como un accidente (en el que confluyeron sus intereses, trabajo y líneas vitales) que como una ruta institucionalmente encausada.

Serres inició su formación profesional en una Escuela Naval (de 1949 a 1952); luego entró en la Escuela Normal Superior y en 1955 obtuvo su grado en filosofía. Durante la segunda mitad de los años 1950s Michel Serres sirvió como oficial en navíos de la marina francesa donde, seguramente, adquirió la competencia para pensar el mundo en función de trayectos, rutas, mapas y pasajes. Su experiencia –equiparable a la de un naturalista del siglo XVIII– encontró en la formación filosófica el marco adecuado para conjuntar la capacidad de abstracción y la observación empírica con la tendencia a establecer correlaciones complejas. Más tarde, al comenzar los años 1960s, se abocó a sistematizar su pensamiento y en el 68, bajo la dirección de Gastón Bachelard, obtuvo su doctorado en filosofía por una tesis sobre el pensamiento de Gottfried W. Leibniz (9).

Desde entonces Michel Serres se abocó a la enseñanza y a la producción de unos cuarenta volúmenes que, más que abordar temas específicos, parecen entretejer una red de perspectivas sobre nuevas formas de articular, revisar y validar el conocimiento. Sus apariciones en seminarios, coloquios y hasta eventos informales en los que participa activamente son frecuentes (Lechte 1994).

2.1. Serres, la epistemología y la comunicación

Ninguna frontera de conocimiento parece ser un obstáculo para Serres. Desde –lo que pudiera ser considerada– su primera gran obra, la serie Hermes (10), el filósofo francés deja en claro su propensión a la ruptura de los límites tradicionales entre las disciplinas e incorpora en un solo corpus de pensamiento a la matemática, a la filosofía, a la física, a la teoría de la información, a la literatura, al arte y a la tecnología usándolos como puntos de partida para la descripción de un meta-código del cual parten todas las comunicaciones posibles (tanto entre los hombres como entre las formas de pensar).

En estos textos la figura de “Hermes”, como la del portador del mensaje, deviene en una contundente metáfora del trabajo permanente que implica la transferencia de sentido desarrollada, por un lado por los grandes lenguajes (matemática y filosofía), pero también por los nexos entre ellas (humanos, físicos y tecnológicos) y los pliegues que se manifiestan en su interior (por entropía interna o ruido externo).

Para Serres, Hermes el mensajero alado de los dioses y, a la vez, el protector de los ladrones, del entuerto y la mentira resulta ser un simbolismo clave en la caracterización de los procesos de interpretación de todo aquello que redunde en pensamiento o conocimiento del mundo.  

“Hermes” es comunicación y, la propia seriación de los volúmenes en esta obra de Serres, resulta alegórica al proceso por el cual esta disciplina se constituye como un metamodelo para pensar el conocimiento y la ciencia (11). La serie Hermes expone el modo en que la comunicación se articula y reproduce gracias a la acción de ruido o interferencia (un parásito) (Serres 1982) que, con la velocidad del Dios alado, incide en el modo en que las posibilidades de sentido crecen y se alimentan. Hermes brinda sentido pero a la vez lo roba y arrebata en función de la aparición de una nueva coyuntura (una nueva interpretación). Se generan entonces series de posibilidades al tiempo en el que los diferentes agentes humanos, temporales o situacionales, intervienen mediante la formación de redes o tejidos discursivos.

Para Serres la comunicación es un vehículo, un agente dinámico que epistémicamente redunda en un problema similar al de la matemática ya que “como órgano sistemático formal y en formación son un campo trascendental objetivo e intersubjetivo. Las matemáticas [y la comunicación para el caso de este ensayo] son simultáneamente una ontología formal y una lógica trascendental” (Serres 1996:129).

En obras que se generaron paralelas al proyecto Hermes y en textos posteriores, Michel Serres busca profundizar en las principales aristas del problema de la comunicación y lo hace de manera abductiva (12), evitando el uso de conceptos abstractos como punto de partida y aprovechando la descripción de coyunturas históricas, artísticas, científicas, tecnológicas o sociales de las que llega a la caracterización de itinerarios de conocimiento (13).

En la obra del filósofo francés, cada uno de los casos o evidencias aludidos en sus libros (sean “leyes”, “pinturas”, “esculturas”, “invenciones”, “textos literarios” o “poemas”) es producto de la red de incidencias que los constituyen. Cada nodo, cada trayecto, cada pliegue es una condición intrínseca del caso descrito y, por lo tanto, tiene presencia en él como parte de su desarrollo.

1

Gracias al análisis de cada una de las condiciones que integran el objeto - red (el producto de cada una de las incidencias, como en la figura 1), el filósofo francés logra hacer de lado las fronteras rígidas de la forma simbólica (Cassirer 1997) o de la disciplina y alcanza una perspectiva transdisciplinar de cada uno de los eventos cuya esencia, finalmente no resulta ser otra que la de “ser comunicables, traducibles, mediados e interpretados”.

A partir de este procedimiento ya no solo la ciencia sino la poesía, el arte, la técnica o la literatura se convierten en agentes de conocimiento.

En cada uno de los ejercicios de pensamiento planteados, Serres se presenta como un viajero que no sólo relata sus experiencias (geográficas, históricas, estéticas, científicas o tecnológicas) sino que, además, hace viajar al interlocutor hacia diferentes demarcaciones del saber en la nave de los mensajes. Para él basta la identificación de un caso que, luego, le permitirá realizar un trayecto por los elementos que en él inciden hasta tejer toda una red de conexiones de sentido que redunda en:

a) La caracterización no sólo de su propia condición aparecida en un momento histórico o en un marco disciplinar sino también…
b) …en la de la exposición de las formas en que su configuración alteró el contexto inmediato y a la cadena de eventos subsiguientes históricamente relacionados.

2.2. Conceptos base de su pensamiento

La forma de proceder descrita en el inciso anterior la encontramos en prácticamente toda la obra serresiana y, para muestra, basta referir la relación planteada por la importante síntesis de la serie Hermes (Cf. Serres 1982) hecha por Harari y Bell,  síntesis que llegar comprender la forma por la que el autor rompe las fronteras entre arte, tecnología y desarrollo a partir de figuras como la de Don Juan o las de las fábulas de Lafontaine en literatura; la de de un navío de guerra que es desplazado por su remolcador en las plástica de Turner (fig. 2), en la caracterización de las formas por las que el gnomon griego (id. fig. 3), un artefacto científico, llegó a entenderse como una “tecnología” incidente en el desarrollo del pensamiento occidental a partir de la articulación entre evidencias físicas y un desarrollo de lenguajes matemático; esta articulación devino en toda una tradición de pensamiento (Serres 1982:54 y ss).

2

The fighting Temeraire tugged to her last berth.

3

Fuente

Inmediatamente después del proyecto Hermes, Serres hace a un lado el enunciado epistemológico y centra los títulos de sus obras más en la naturaleza del caso a desarrollar que en el corpus de teoría que de éste se desprenderá. Baste para ejemplificar lo anterior leer los siguientes títulos de libros publicados a partir de los años 1970s: Jouvences sur Jules Verne (1974), Feux et signes de brume (1975), Esthetiques sur Carpaccio (1975), Feux et signes de brume: Zola (1975), El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio (1977), Le parasite (1980), Roma, el libro de las fundaciones (1983), Genesé (1981), L’hermaphrodite: Sarracine Sculpteur (1983), Les cinq sens - philosophie des corps meles (1985), Statues - le second livre des fundations (1989), El contrato natural (1990), El tercero instruido (1991), Los orígenes de la geometría – tercer libro de las fundaciones (1993), La legende des anges (1993), Atlas (1994) y En el Amor ¿somos como las bestias? (2002). (14)

En todos ellos es clara la vocación por vincular un fenómeno, condición o evento a una serie de perspectivas o itinerarios de conocimiento. Por ejemplo podemos tomar los casos de la serie de fundaciones: La fundación de Roma en función del texto de Tito Livio, los Estatutos y el de la Geometría. En todos ellos prevalece la idea de un orden comunicacional que subyace a cualquier dimensión de realidad. Para Serres el mundo existe en cuanto se ordena, esto es: en cuanto se funda una realidad.

En los apartados siguientes comentaremos algunos de los conceptos fundamentales en Serres y los relacionaremos mutuamente ante lo que asumimos como un plan general de su obra comunicacional y epistémica.

Fundación

Para el caso de “las fundaciones”, un concepto desarrollado en tres de los textos serrersianos, la comunicación aparece como un acto genésico que sienta bases no sólo axiomáticas (esto sería parte del trabajo de la teoría de la información), sino de pertinencia y valor estético en un acto de sentido. Bases que resultan lo suficientemente fuertes como para erigir verdaderos sistemas o estructuras de expresión que sirven para la inauguración de una serie de evidencias que, acumuladas, redundan en racionalidades, tecnologías y productos. Es decir, bases que anclan una confluencia o “flujo” histórico.

Para el hombre moderno o para aquel que las contempla desde el presente, no le queda sino hacerlo desde la evidencia que dejan precisamente esas racionalidades, tecnologías y productos que sobrevivieron al caudal del tiempo.

“Roma”, los “viejos estatutos”, los “principios de la geometría euclidiana”, las geniales invenciones de los griegos son ejemplos en los que el autor se detiene para hacer una exégesis del sentido contenido en ellos. En los libros de las fundaciones el autor parece realizar un trabajo arqueológico que devela un patrón o parámetro sobre el que nuevas evidencias, manifestaciones o formas de pensar se tejen con el paso del tiempo. Es el principio de la red que es contemplada como unión de nodos y trayectos.

4

Serres (1994) contempla las rupturas con el pasado del mismo modo en que atiende a las continuidades. Los caudales, las turbulencias, las mezclas –todos ellos conceptos que reinciden en su obra– cobran relevancia explicativa.

En el tercer libro de las fundaciones: Los orígenes de la geometría (1993), el autor desarrolla su argumento poniendo a dialogar a la naturaleza y a la cultura a partir de hitos fundacionales en una y otra. Por un lado tenemos a los derivados de la abstracción como son las leyes, los ritos y el diálogo y, por otro, a la génesis empírica del tiempo a través de los elementos, el número, la geometría y la lógica.

La conjunción de estas dos agrupaciones de figuras fundamentales llevan al autor al desarrollo de racionalidades fundadoras del mundo que hoy conocemos: rutas, medidas y mapas que, bajo la acción del tiempo y su circulación a partir de innumerables traducciones (vid Infra), vencieron el caos y realizaron las grandes construcciones de la cultura.

Con las fundaciones entramos en la posibilidad para distinguir lo “bello” lo “feo” porque tenemos un parámetro y un punto de partida; podemos penetrar el aire fétido y la niebla y encontrarnos con la imagen del campo de batalla, de su contundencia y de su evidencia. Tenemos ya las bases para contrastar la evidencia con los preceptos que tenemos, con nuestra realidad fundada en nuestro pasado y, así, valorar la perspectiva.

De ahí la búsqueda de esos dos orígenes, universales en cuanto a su contenido, pero singulares, puesto que en el primer día, parece ser que aparecieron en lugares precisos, y que, a partir de ahí, se traza, independientemente de nosotros, ante nosotros, un camino inolvidable ¿inmortal?

Río arriba, pues, de una de esas dos corrientes, histórica y datable, al menos groseramente, hay que seguir los pequeños flujos que percolarán en un campo inmenso de orígenes previos: helos aquí (Serres 1993:60).

Deslimitación

Se ha trazado una distinción, se ha producido un evento. Se le han asignado límites y ha sido evaluado. Michel Serres no propone en términos filosóficos ni una nueva teoría (a todas luces su obra siempre deja la sensación de estar inacabada o en proceso de formación), ni un nuevo marco o repertorio de disciplinas (respeta sus denominaciones pero flexibiliza sus límites y sus dominios). Su apuesta va en vías de lograr una forma de mapeo o seguimiento de las huellas dejadas por un caso o experiencia base (en nuestro epígrafe: la batalla, el horror, la desolación y la muerte) para hallar la mezcla cultural que la engendró y que, consecuentemente, lo limitará y validará. La tecnología, la racionalidad, los productos culturales como los relatos y el arte son el punto de partida porque, a la vez, son el punto de confluencia de muchos saberes, momentos, es.

Serres parte –como ya se expuso– de un caso experimentado sensorial o lingüísticamente y que para él resulta grato, atractivo o interesante (y no tiene objeción en reconocer esto como parte del quehacer al conocer) un trabajo de lectura complejo para rastrear sus huellas, sus implicaciones, las alteraciones sufridas a través del tiempo y de los diferentes campos del conocimiento, hasta lograr diluir las fronteras o restricciones disciplinarias de los mismos en favor de una nueva perspectiva (mucho más holística y, a la vez, plegada sobre sí misma y sobre aquel que la observa). Esta disolución no implica tanto una vuelta a la ambigüedad del entorno complejo sino, más bien, la potenciación de los alcances que, como producto de múltiples convergencias tenga un determinado derivado cultural, un evento. Más que deconstrucción con Serres hablamos de reconstitución, enriquecimiento, potenciación.

Trayectos y redes

Las rutas que, mediante sus alegorías, plantea Michel Serres constituyen un factor de dinamismo y, consiguientemente, habilitan el rompimiento de fronteras disciplinares. De este modo no es difícil percibir que, para el autor, un objeto, una situación o ejemplo dado, puede partir de la historia al arte, del arte a la tecnología y de ésta a la caracterización de un mundo de procesos irreversibles (como la modernidad o la crisis ecológica) que presentan grados diferenciados de impacto y de importancia para diferentes auditorios y/o receptores.

Un mundo de procesos que, a su vez, ha sido fatalmente modificado por la acción del evento desarrollado y por la propia interferencia del autor o de quien lo desarrolla.

5 6

Para cada trayecto posible (figura 5), el autor designa un volumen, una pertinencia, un tiempo (figura 6). El espíritu del viajero inicia, cada vez y de nueva cuenta, un recorrido que posiblemente lo lleve ahora de la biología a la tecnología, de ésta a la crítica social y de ésta a la formación de esquemas o procesos de racionalización (de un nodo en el que converjan múltiples incidencias).

Lo que queda claro en Serres es que cada trayecto se configura como una red de sentido que es tejida por la confluencia de incidencias múltiples y modificada en cada nudo por una nueva apreciación o desafío asumidos por un viajero: un “tercero instruido”, un “trovador”.

La red es la metáfora de una comunicación, de un vínculo o articulación que configura el mundo. Los puntos de partida pueden ser múltiples porque, como la red, la comunicación parece no solo tejerse a sí misma sino amoldarse a diferentes superficies y, más radical aún, plegarse sobre sí misma, enredarse y, eventualmente, romperse.

Las opciones son infinitas pero el caso está en que estas rutas o recorridos le resultan particularmente aptos para encontrar los marcos comunes en donde la incidencia del caso es tal que no es posible prefigurar límites o fronteras por lo que una epistemología de la coyuntura apoyada en las posibilidades comunicativas del evento como mensaje y del estudioso como portador son la única opción de ver más o menos holísticamente el asunto. 

Mediación

Con este concepto volveremos a las oposiciones entre perspectivas epistémicas “cerradas y consistentes” y perspectivas “flexibles y relativas” (15) porque una y otra pueden fungir como mediadores ante una coyuntura de conocimiento. A partir de la mediación o del sentido que prevalece ante la disyuntiva de las rutas a las que se enfrenta el viajero del conocimiento, las opciones cerradas se anulan y se actúan en función de incidencias de momento. La actividad se centra en la sincronía del trabajo. Del mismo modo, ante la indeterminación, el viajero apelará a modelos o rutas terminadas o consistentes que, diseñadas previamente, le permitan aventurarse más allá. En este último caso, la acción es diacrónica. La mediación es el acto de compensar y puede ilustrarse como una red dentro de otra red.

No obstante, en este apartado, trataremos a las opciones epistémicas como “estáticas” y “dinámicas” (ya que para Serres ni la estructura ni el movimiento son prescindibles sino necesarios en la mutua caracterización), ambas posturas no podrán ser aisladas la una de la otra. Ambas resultarán clave en la comprensión de los procesos de comunicación y en la caracterización del mediador ya que su interacción redundará en crecimiento, flexibilización, adaptación y pliegue; todos ellos conceptos dinámicos que se articulan a partir de la constante ponderación mutua de la diacronía y sincronía en el trabajo de generación de conocimiento.

El impacto de esta doble articulación entre perspectivas permitirá que elementos previamente establecidos condicionen el surgimiento tanto de nuevas mediaciones como de nuevos derivados de las mismas (tecnologías, artefactos, textos, etc.). Por otra parte, estas innovaciones representarán ejercicios de evaluación y ponderación constante de los viejos preceptos y perspectivas contextualmente emplazados.

Serres entiende la relación entre mediciones estáticas y dinámicas como una masa que se moldea una y otra vez no perdiendo su estructura base pero generando diferentes extensiones de la misma, flexibilidad, adaptación y recurrencia. La esencia de esta analogía es constante en la obra del filósofo francés en donde la encontramos desde el primer Hermes (la comunicación) (1996), en donde la red de Perséfone se dobla y desdobla adaptándose al entorno, hasta el tercer libro de las fundaciones (1991) en donde, precisamente, maneja el ejemplo de la masa del panadero. “Un sistema crece sin dejar al tiempo escapar, atesora edad –periodo en el que nuevos emblemas son atrapados y subsumidos por los viejos– el panadero moldea memoria […] El tiempo es accedido por la masa, aprisionado y se vuelve una sombra de su permanente doblarse y desdoblarse” (Serres 1991:81).

En esta metáfora no importa tanto el tiempo como factor de dispersión de hechos múltiples e inconexos sino como un dispositivo que, unido a una estructura, asigne coherencia a las diferentes conexiones, pliegues y transformaciones que aquellos comparten… Sentido. El tiempo vale por el sentido que toma como referencia a sí mismo y sobre el cual no puede evitar actuar.

Los mediadores no son intermediarios contractuales, son intermediarios coyunturales y operan vinculando el tiempo en el que se manifiestan y las diferentes estructuras a las que se vinculan intrínsecamente.

Tercero instruido

La imagen de la figura racionalista del “tercero excluido” se transforma en una metáfora: la del “tercero instruido” (16), útil para exponer el pensamiento comunicacional de Serres y su carácter didáctico, pero fundamental para caracterizar una epistemología que no se puede basar en ningún supuesto racional acabado. Para Serres el conocimiento sólo puede operar en procesos de constante negociación entre los diferentes campos de actividad (y consecuentemente de sentido) humanos.

El filósofo de Angèn se muestra reticente a las dicotomías o a los opuestos irreconciliables y, como lo hemos visto ya, busca la dilución de las fronteras para generar mediaciones. Para él los nodos de una red suponen la existencia de, cuando menos, un par de caminos entre ellos; de flujos que, por sí mismos, resultan mucho más atractivos que los mismos nodos pero que, además, presentan la opción de alteración, modificación o “incertidumbre”.

El viajero entre nodos es ese tercero instruido, el “trovador del conocimiento”, que es instruido justamente porque aborda su trayectoria con un cierto conocimiento e intención (esa misma que hacía a los músicos itinerantes en la edad media viajar de un feudo a otro para llevar noticias). Es por lo mismo capaz de perderse en cada camino por nuevas rutas, por veredas alternas; es proclive a tomar desviaciones sobre atajos o paisajes, a privilegiar perspectivas y a justificarlas; de optar por circunvalaciones, de evitarlas o perderse definitivamente en ellas.

Para Michel Serres estos recursos de divagación son de mayor interés que cualquier fin (telos) y, el único capaz de decidirse por ellos, es el sujeto cognoscente: el agente de la comunicación en construcción que, con base en fundamentos (17), motivaciones, interés o historia, toma una decisión y actúa. En su actuación, en el proceso por el cual media entre polaridades, es en donde adquiere su instrucción y, a la vez, instruye ya que se percata de la existencia de miles de posibilidades, de consecuencias y formas en su actuar.

“If so, you’re not taking into account the crossing, the suffering, the courage of apprenticeship, the dread of a probable drowning, the crevice opened in the thorax by the drowning of the arms, the legs and the tongue, the wide line of forgetting and memory that mark the longitudinal axis of these infernal rivers that in antiquity were called amnesias. You believe it to be double, ambidextrous, a dictionary, and it is really triple or third, inhabiting both banks and haunting the middle where the two directions converge, as well as the directions of the flowing river, and that of the wind, the uneasy list of the swim, of numerous intentions that produce decisions; in this river within the river, or in the crevice in the middle of the body, is formed a compass or a rotunda from which diverge twenty or on hundred thousand directions. Did you believe it to be triple? You’re still mistaken, it is multiple” (Serres 1997:6-7).

Es, probablemente a partir del concepto de tercer instruido o trovador del conocimiento donde encontramos el fundamento a la teoría del Actor – Red que más adelante sería formalizada en los estudios en “producción de Ciencia” y de “Comunidades de Científicos” por la escuela de Edimburgo y por autores como Law, Woolgar, Callon y Latour.

La red aparece como un “constructo” de mediadores en donde el tercero instruido, es decir el actor deviene en factor de flexibilidad y adaptación a diferentes coyunturas. La decisión del actor es el factor de dinamismo.

Ahora no resta sino exponer que el trovador del conocimiento, el tercero instruido, el viajero, no son entes contingentes. En ellos opera un triple proceso mediante el cual el descubrir implica: conocer, saber y valorar. Para el británico Stephen Brown, uno de los estudiosos más doctos en la obra de Serres, el conocimiento como experiencia directa, el saber como experiencia compartida y la moral como marco de ponderación son las guías a la acción del sujeto; del usuario de una comunicación tanto natural como culturalmente emplazadas (Brown 2003:1).

Parasitismo

El parásito, biológicamente definido como un organismo que vive gracias a lo que “toma” o “asimila” de otro, es una más de las metáforas de Serres. En este caso la atención de nuestro autor se dirige a uno de los aspectos clave de la teoría de la comunicación: “el ruido” o ese agente extraño a un proceso comunicativo (social, cultural) que se asimila a éste y le genera todo tipo de modificaciones (18) que lo enriquecen y vuelven a ambos, finalmente, co-dependientes y complejos.

La noción de parasitismo, por lo dicho, tiene fuertes implicaciones en la concepción de la epistemología según Serres ya que resulta un concepto básico al momento de definir el dinamismo y la movilidad en las diferentes relaciones y concepciones (previamente formalizadas) de la ciencia.

El parásito se aloja en lo previamente estructurado, delimitado o establecido como un factor de entropía que viene a realizar modificaciones en dicho sistema de sentido que funge como anfitrión. De la misma forma que el ruido en la comunicación, el parásito aparece como información no esperada. Por ejemplo, como variable extraña que incide en las conclusiones de un estudio o como la huella indeleble de tiempo en una obra.

El parásito depende de sus anfitriones y su influencia es tal que los significados iniciales de aquellos se modifican sustancialmente. Podríamos pensar que estos cambios son negativos pero Serres sugiere que no es posible emitir juicios al respecto porque parásito y portador devienen en una entidad nueva que, al ser producto de una mezcla (entra aquí otra de las obsesiones del filósofo francés) sus fronteras se tornan un solo sistema pero ya no cerrado sino dinámico y contingente. “Noise is stercoral: it makes the occupation o fan expanse intolerable and thus gets it for itself…” (Serres 2007:94).

En términos de teoría de la comunicación el parásito es el recurso indispensable para adaptar entornos a diferentes incidencias  tanto de sentido como de mera información. Las condiciones de cada usuario, del contexto mismo, de los canales y de las propias extensiones semánticas se “cuelgan” del proceso anfitrión y alteran su sentido o ruta originales. Al hacerlo lo hacen útil, lo adecuan, le dan pertinencia (o se los restan).

La propia acción del tercero instruido –la instrucción dejada por el trovador del conocimiento– del cual ya hablamos son mecanismos de parasitismo y, en términos de investigación, aludirían a las relaciones entre objeto, sujeto y entorno parecidas a las propuestas por la segunda cibernética y la sociología de segundo órden. Como ellas, situaría su atención ya no en el objeto sino en las modificaciones que el sujeto provoca en él a partir de su sola intención por estudiarlo.

Traducción

“El saber contemporáneo, en su totalidad, es una teoría de la comunicación […] No es un descubrimiento, el lenguaje siempre lo ha sabido, quien distribuía las ciencias por variaciones de una sola palabra, la del conducir y la del comunicar: deducción, la teoría pura, inducción, ciencias aplicadas, producción, saber de prácticas, traducción, historia de textos. No hay más que una historia, no hay más que una ciencia. Afrodita y Sofía me soplaban: seducción. No lo escribiré” (Serres 2000:20).

El tercer libro de la serie Hermes trata uno de los aspectos sustanciales en el enfoque comunicacional de Serres: el del lenguaje como mecanismo para la adquisición del mundo o para el del desarrollo de la capacidad para crear orden (encadenamientos – redes de correlación) entre cosas. Un orden que, finalmente, deviene en sentido (significados producidos históricamente a partir de referencias y mutuas alusiones que se revierten y se invierten) (Serres 2000:14).

Lo feo es bello y lo bello es feo. No obstante la niebla y el aire inmundo. Y lo sabemos porque es el lenguaje, precisamente, el que nos da las bases para generar –por lo menos– ese parámetro de orden dicotómico, esa contradicción aparente que se vuelve sobre sí y hace ver –una vez más– que el sentido no es otra cosa que un artificio de traducción, de volverse sobre lo uno para conocer lo otro y viceversa, engendrando así un orden suficiente como para vencer el caos de la neblina y de la inmundicia del aire: un código, una historia, una cultura.

Lo bello adquiere por vez primera una condición, lo feo también y ambos superan el caos circundante para definirse. Las reglas sobre el funcionamiento de la dicotomía se asientan y el propio lenguaje las asegura ante el usuario.

El punto de partida de Serres es la teoría de la información; su objetivo es la de la explicación del saber humano a partir de las cadenas de datos que, traducidos, generan nuevas formas de sí mismos (reproducción de lo semejante por lo semejante) hasta que, variando su alcance a partir de distinciones o niveles de encajonamiento proporcionados por la propia teoría que los va explicando (Serres 2000:16-18), olvidan sus condiciones iniciales y se bastan per se. Se llega entonces al caso de una “teoría de los códigos” y, dentro de ella al caso particular de la ciencia (Serres 2000:35).

“Nuestras ciencias han perdido su componente histórico. Porque han perdido la indeterminación, tan débil como se hubiera podido imaginar, de los campos que se proponían los trabajadores de la invención […] Todo el mundo busca por programa y entonces busca la misma cosa. Entonces cualquier programa sobredetermina el programa por venir. Y aquel que busca verdaderamente es el compositor del plan, no los ejecutantes. Ahora bien, el compositor, en casi todos los casos, hoy, es aquel que reina en el ministerio de la Muerte. Así, la historia de las ciencias tiene una dirección, una orientación, una determinación única. Necesaria, tranquila, previsible, esta va hacia la muerte. Demostrablemente. No hay ya realmente una historia de las ciencias porque estas están sobredeterminadas por su avance. La ciencia salió de la historia. Ha entrado en una era post-histórica. Está siendo parte por parte, invadida por el instinto de muerte” (Serres 2000:45).

El sentido está garantizado pero la línea de traducción ha impuesto una forma para operar el sentido. De la definición de los conceptos se pasa a la definición de los procesos por los que éstos se construyen. La traducción es el principio de una arquitectura del saber, del pensamiento y de la recta razón que, partiendo de una fundación, asegura el modo en el que el mundo puede hacerse accesible. La traducción proporciona las bases para que la mediación tenga sentido, para que el parasitismo sólo pueda enriquecer lo ya formado y para que el hombre, finalmente, se asegure en su obra y en sus manifestaciones.

La comunicación en este punto cobra otra dimensión: Pierde ya su riqueza productiva y se torna en un asunto reproductivo. La diferencia entre ambos términos está en la capacidad de generación de novedad que conlleva la primera y el afán por innovar sobre lo ya hecho que guía la acción en la segunda. A diferencia de los conceptos de mediación, parasitismo y fundación, la traducción impone ya el reconocimiento de límites bajo los cuales opera e impone el sentido.

La apropiación del saber es función del rigor de los secretos. De los límites impuestos al espacio de comunicación, entre más se codifica un mensaje, menos numerosos son sus propietarios y según el tenor del mensaje, más poderosos son.

Es en este punto donde, haciendo un bucle, volvemos al problema epistemológico de la comunicación, el de la necesidad de un metamodelo que permita –ahora sí– traducirla.

“Husserl describe una historia vacía de ciencia, con riesgo de confundir un estrato pre científico con uno científico, error cometido en su teoría de las idealidades morfológicas, y descubre la tierra como un punto fijo, originario y trascendental. En lo sucesivo hay que escribir la historia de la ciencia como tal, es decir, de las temporalidades interferidas y complicadas en una temporalidad única y totalizadora y, para eso, activar una revolución que no tiene epónimo. Es el retorno al mundo mismo, es decir, al Nuevo Mundo”(Serres 1996:134).

Y el nuevo mundo está afuera: con sus evidencias, con su materialidad y su contingencia. Tenemos sus evidencias y sus transformaciones pero en su comprensión, sin embargo, nuestras aproximaciones nunca serán trascendentales porque tendrán que mediarse por la idea, por la estructura y la necesidad de nuestros códigos finitos y limitados. En pocas palabras terminarán por mediarse por el sentido: esa ruta de separación o esa reducción que nos permiten discernir lo bello de lo feo y lo feo de lo bello aunque, con ellos, paguemos el precio de perder la riqueza de una cierta ambigüedad, de la indeterminación y el juego de lo “real” que van en forma inherente en el mundo de la vida, en el páramo.

Conclusiones

La obra de Michel Serres no constituye, a juicio nuestro, una simple colección de volúmenes en los que se teje indistintamente sobre arte, viajes, naturaleza, física, filosofía o lenguaje. Se trata más bien de un esfuerzo filosófico inmenso en el que, por primera vez, se dimensiona la amplitud de objeto de estudio (objeto de pensamiento) que constituye la comunicación en todas sus vertientes y manifestaciones. Precisamente por ello, el pensador francés parece dejar a un lado la extensión epistémica, conceptual o formal (todas ellas engañosas y reducidas) brindada por los modelos para extraer una idea de la comunicación directamente de los productos (dispositivos, arte, creaciones iterarias, mitos, leyendas y normas o convencionalismos sociales) que, como nodos de red se integraron por ella. La comunicación aparece como una especie de metalenguaje que permite pensar y hacer todo lo demás y, sin la cual, no hay otra posibilidad ni de exégesis ni de poiesis.

No es raro que la serie de volúmenes que inicia todo este flujo de pensamiento se titule “Hermes”. En ésta Serres parece dejar clara la vocación de su proyecto y exponer, en grandes rasgos, la forma en la que diferentes conceptos, perspectivas y detalles se articularán para crear una gran perspectiva de las comunicaciones y de su importancia en la construcción del saber humano.

En este texto se rescata algunos de dichos conceptos y perspectivas cuya coherencia está en el principio fundamental de que la comunicación es un meta dispositivo por el cual se genera el orden en cualquier perspectiva sea humana o sea físico – biológica. De allí la apelación al inicio del drama de Macbeth que usamos como epígrafe.

La comunicación es conocimiento común, es saber y es moral compartida, principio que sólo puede romperse con un pliegue o una reversión: la que hacen las brujas, las hechiceras, las que están fuera de ese “sentido común” en medio del aire nauseabundo y la niebla, en una situación extrema.

Es desdibujando los límites, desdibujando el sentido que, entonces, aparecen las fundaciones, los mediadores, el parasitismo, la traducción y los límites. Límites que constantemente se alimentarán de nuevos insumos para generar un ente aparte, una luminosidad que paulatinamente despojará la niebla y dará al preceptor la instrucción, la visión, la perspectiva y la valoración de la desolación de un campo de batalla, de una moral subyacente y de un gusto o un disgusto por la acción, por la creación y la degustación. No de Shakespeare, no del mundo, no de la batalla, no de las condiciones o de los sujetos sino de todos a la vez como síntesis de presentes y futuros; como una red, como una ruta.

Notas

(1) Por las que consideraremos a las “ciencias de la cultura, las humanidades y/o ciencias del espíritu”.

(2) En el caso de Serres, concretamente aludiendo a la epistemología de la matemática, ésta debería estar colocada por encima de su objeto por lo cual sólo se da como potencia o posibilidad.

(3) Serie Hermes, proyecto de cuatro volúmenes cuyas etiquetas versan sobre elementos convergentes en comunicación: interferencia, traducción, interpretación.

(4) Que en el terreno profesional de la comunicación implicaría más a un comunicólogo que a un comunicador…

(5) Para Michel Serres el equivalente al caso por nosotros planteado se asienta en el desdoblamiento de la matemática en sí misma. Serres contempla a este lenguaje como el eje articulador o el metamodelo de las denominadas ciencias duras. Para él, no obstante, no se puede eludir el establecer una simetría entre lo que hace la matemática y lo que implica ésta en términos de comunicación. Su obra Hermes I, II, III y IV versa por completo en este esfuerzo.

(6) El concepto parte de la lógica y fue enunciado primeramente por A. Zadeh para responder a la necesidad de elaborar modelos (diferentes a los emanados de la lógica formal) que fuesen capaces de adecuarse tanto a la complejidad del entorno que pretenden explicar, como a las paradojas de su propio corpus de proposiciones. En este concepto se han abanderado auténticas escuelas (¿postmodernas?) que, en el marco de sus disciplinas pugnan por una redefinición de límites y objetos. Por ejemplo: la antropología (Geertz, Mead y Tyler), la biología (Francisco Varela), o la física (Bohm, Hofstader).

(7) Tan sólo baste recordar el escándalo Sokal en el que en 1996, este físico norteamericano, busca desacreditar a las escuelas de pensamiento proclamadas “postmodernas” (o socialmente emplazadas, eclécticas o deslimitadas) a través de la publicación de una serie de incongruencias científicas pero discursivamente atractivas en la revista Social Text de la Universidad de Duke.

(8) El debate entre perspectivas científicas: ¿Modernas vs. Postmodernas? --- ¿Fuertes vs. débiles?

(9) Para Serres el concepto de mónada en Leibniz resultó fundamental en la conformación de la idea de una esfera de metaprocesos que es la que hace posible la expresión de itinerarios no lineales (porque la mónada es indivisible, autónoma y clausurada). Del filósofo - matemático alemán rescata también la idea de los diferenciales y la integración como eje de articulación de procesos o trayectos que se bifurcan en sí mismos y generan pliegues, torcimientos y falta de linealidad.

(10) Respectivamente subtitulados: “La comunicación” (del año 1969), “La interferencia” (de 1972), “La traducción” (del 74), “La distribución” (de 1977) y “El pasaje del noroeste” (de 1980) constituyen una auténtica base para el desarrollo posterior de conceptos tendientes a caracterizar la forma o proceso por el cual el mundo se hace conocible y expresable. Solamente los tres primeros volúmenes están traducidos al castellano, no obstante existen versiones al inglés (norteamericanas) y al portugués (brasileñas) de los últimos dos.

(11) Ver nota anterior. Definitivamente el proyecto Hermes resulta más difícil de comprender si los volúmenes se abordan independientemente. Su contenido es tan rico pero a la vez tan disperso que su comprensión plena conlleva una lectura paralela de otros de sus textos; aquellos en los que desarrolla puntualmente conceptos clave de lo que podríamos llamar “su teoría de la comunicación”.

(12) Porque relativiza la utilidad tanto de la inducción como de la deducción en el aprovechamiento de las fronteras coyunturales de lo que se toma como punto de partida para “conocer”.

(13) Baste para ello referir “El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio” (1977), “El parásito” (1980) o “Roma, el libro de las fundaciones” (1983).

(14) Los títulos que aparecen en castellano son los que cuentan con traducción. Las fechas, sin embargo, son las de la edición francesa y las hemos respetado por razón de cronología.

(15) La clásica disputa entre puristas y postmodernos dentro de los cuales podemos ubicar a gente como Mario Bunge y Paul Feyerabend respectivamente.

(16) La traducción inglesa para éste se da como otra metáfora: la del “Trovador del conocimiento” o el agente que media en los encuentros de “otredad” haciendo familiar lo desconocido a partir de procesos de traducción o mediación.

(17) Un Ground o una referencia a “la percepción inmediata [que] tiene lugar, y sólo puede tener lugar, sobre la base de un continuo de sensaciones y de ideas. De ahí la importancia que tiene el entorno” (Peirce 1988:23).

(18) Dependiendo los diferentes autores de teoría de la comunicación, el proceso puede ilustrase en diferentes modos e implicar diferentes elementos; no obstante el ruido siempre aparece como un agente extraño que incide de manera no proporcional en estos últimos. De acuerdo con las concepciones sobre dicho proceso su valor o importancia puede variar.

Bibliografía

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Serres, M. 1995. Genesis. Ann Arbor: Michigan University Press.

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Serres, M. 2000. Hermes 3. La traducción. Inédito (en traducción castellana por León Arellano Lechuga).

Serres, M. 2007. The Parasite. Minneapolis: Minnesota University Press.

 

Recibido el 15/12/2007
Aceptado el 28/01/2008

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X