Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Molero, R. 2010. La aplicación de la sociología compleja del conocimiento a la historia del pensamiento económico. Cinta moebio 37: 29-43. doi: 10.4067/S0717-554X2010000100003

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La aplicación de la sociología compleja del conocimiento a la historia del pensamiento económico

Complex sociology of knowledge applied to economic history research

Mg. Ricardo Molero-Simarro (ricardomolerosimarro@ccee.ucm.es) Departamento de Economía Aplicada, Universidad Complutense de Madrid (Madrid, España)

Abstract

This article seeks to support the application of the complex sociology of knowledge to the history of economic thought, in order to study the formation of its main theories and conceptual frameworks. With the starting point of the incommensurability of research paradigms’ problem, the construction of metatheoretical systems is proposed to analyse non-verifiable assumptions at the core of scientific theories. Subsequently, the main implications of that proposal are analysed vis-a-vis the social and historical nature of social sciences. The article concludes with some methodological considerations for the construction of metasystems in the history of economic thought.

Key words: incommensurability, complex sociology of knowledge, non-verifiable assumptions, social sciences specificity, history of economic thought.

Resumen

El objetivo de este artículo es fundamentar la aplicación de la sociología compleja del conocimiento al estudio de la formación de las principales teorías y marcos conceptuales de la historia del pensamiento económico. Tomando como punto de partida el problema de la inconmensurabilidad de los paradigmas científicos, se expone la propuesta de construcción de sistemas metateóricos para el análisis de los presupuestos no-contrastables que se encuentran en el núcleo de las teorías científicas. Posteriormente, se analizan las implicaciones principales que el carácter social e histórico del objeto de estudio de las ciencias sociales tiene para esta propuesta. El artículo termina con algunas consideraciones metodológicas para la construcción de metasistemas en la historia del pensamiento económico.

Palabras clave: inconmensurabilidad, sociología compleja del conocimiento, presupuestos no-contrastables, especificidad de las ciencias sociales, historia del pensamiento económico.

1. Introducción

En este artículo se trata de fundamentar la aplicación de la “sociología compleja del conocimiento” (Morin 1991:96) a la historia del pensamiento económico. El objetivo último que se persigue es tratar de dotar de nuevas herramientas de análisis al estudio de la formación y el contenido de las categorías y teorías económicas.

Como vamos a ver, este intento se basa en último término en el reconocimiento del problema de la inconmensurabilidad de los paradigmas, programas o tradiciones de investigación científicos por parte de la moderna filosofía de la ciencia. Aunque eludiremos hacer un repaso de los debates que llevaron a tomarla como el elemento central en la constitución de los paradigmas, su aceptación será el punto de partida de nuestra propuesta. No en vano, la posterior interpretación de este problema desde la perspectiva de la sociología compleja del conocimiento será la que nos permitirá caracterizar a las teorías científicas como un “sistema de ideas” cuyo núcleo sólo podría ser analizado desde un metasistema. Una posibilidad que fundamentaremos con el repaso del planteamiento del epistemólogo francés Edgar Morin (1991).

Después de ello atenderemos a las principales implicaciones que para el desarrollo del citado metasistema tendrían las especificidades que presentan las ciencias sociales respecto a las ciencias naturales, en relación con el carácter social e histórico de su objeto de estudio. La justificación de esta doble caracterización nos remitirá, por un lado, al debate acerca de la especial relación sujeto-objeto que se da en las primeras y, por el otro, al debate sobre la naturaleza temporal del objeto. La toma de posición en ambos debates nos hará afirmar, en primer lugar, la pertinencia del análisis metateórico para el cumplimiento de una finalidad comprensivo-interpretativa del conocimiento en las disciplinas sociales; y, en segundo lugar, nos hará resaltar las implicaciones que para ese análisis tiene la especial relación existente en ellas entre la evolución teórica y la histórica.

Por último, considerando todo lo anterior, abordaremos la posibilidad de constitución de un sistema metateórico para el análisis de las categorías que forman el núcleo de la historia del pensamiento económico y de sus distintas corrientes teóricas. Como veremos, las principales consideraciones metodológicas a tomar en cuenta están relacionadas con la necesidad de analizar el surgimiento y evolución de aquellas categorías en su contexto histórico, así como con la necesidad de hacerlo en vinculación con la teoría económica en la que se imbrican. Según concluiremos, realizar este tipo de deconstrucción del paradigma teórico que se quiera analizar es una condición básica para poder emprender, posteriormente, la tarea que se plantea el constructivismo.

2. El núcleo de presupuestos no-demostrables de las teorías científicas y la constitución de sistemas metateóricos de análisis

Como es bien conocido, la evolución de la moderna filosofía de la ciencia llevó al reconocimiento, más o menos generalizado, del problema de la inconmensurabilidad de los paradigmas científicos, enunciado por Thomas S. Kuhn (1962). Este problema consiste básicamente en la imposibilidad de comparar lógicamente dos paradigmas rivales que se encuentren en una batalla por dirimir su superioridad explicativa, debido a “la falta de hechos teóricamente neutros que puedan ser usados en la comparación” (Chalmers 1976:146). Al no haber ningún sistema de lenguaje o de conceptos neutros, la utilización de pruebas en esas batallas procede necesariamente de alguno de los paradigmas, con lo que el debate entre ellos toma un carácter eminentemente circular, imposible de solucionar bajo criterios únicamente científicos. Dado que los miembros de diferentes paradigmas ni siquiera llegan a estar de acuerdo respecto a los problemas a resolver y dado que las teorías, conceptos y experimentos de un paradigma se encuentran en diferente relación con respecto al otro, Kuhn llega a afirmar que la competencia entre ellos deja de ser “el tipo de batalla que pueda resolverse por medio de pruebas” (Kuhn 1962:230) (1).

Es posible afirmar que esta incapacidad para evaluar los paradigmas desde fuera de su propio marco, impidiendo que la comparación y la elección entre ellos se realicen bajo criterios racionales, se debe en último término a la existencia de un conjunto de presupuestos básicos no-demostrables en el núcleo de toda teoría científica. Según Edgar Morin las teorías científicas constituyen “un sistema de ideas”, es decir, “una constelación de conceptos asociados de forma solidaria y cuya disposición es establecida por los vínculos lógicos (o aparentemente tales), en virtud de axiomas, postulados y principios de organización subyacentes” (Morin 1991:132). Estos axiomas, postulados y principios de organización forman el núcleo del sistema y, junto con los subsistemas periféricos que actúan de cinturón de seguridad, generan la aparición de cuatro rasgos básicos que caracterizan su funcionamiento:

i) La existencia en ese núcleo de una “zona ciega” de postulados indemostrables y principios ocultos que provoca la incapacidad del sistema de llevar a cabo una crítica sobre sus propios axiomas y principios.
ii) La superación de las críticas externas gracias a que los intentos de refutación se basan en pruebas que capitaliza y que toman forma a partir de su propia coherencia lógica interna.
iii) La eliminación de todo aquello que tiende a perturbarlo gracias al desarrollo de esos dispositivos inmunológicos que acaban con cualquier dato o idea que cuestione su integridad.
iv) Y una naturaleza autocéntrica, es decir, una tendencia a situarse en el centro de su universo; autodoxa, a conducirse en función de sus propias reglas; y ortodoxa, a intentar ocupar él sólo todo el terreno de la verdad.

Esto explica el hecho de que cualquier sistema de ideas tienda a cerrarse sobre sí mismo a través del desarrollo de dos predisposiciones intrínsecas a su naturaleza: la primera, una predisposición “racionalizadora”, la cual implica la integración “por la fuerza de lo real en la lógica del sistema” (Morin 1991:139). La segunda, una predisposición “idealista” que supone la absorción para sí, por parte del sistema, de “la realidad a la que nombra, designa, describe, explica” (Morin 1991:139), es decir, la “toma de posesión de lo real por la idea” (Morin 1991:140). Morin llega a afirmar que a pesar de que “las teorías científicas se encuentran en las antípodas del mito”, sin embargo, “su núcleo comporta una zona ciega donde puede instalarse un fermento que transforma en mito la idea que ha hecho soberana” (Morin 1991:147). Es decir, que las tendencias hacia la racionalización y la idealización que se encuentran detrás de los sistemas de ideas generan un potencial de “autotrascendentalización” de éste que, a su vez, provoca que “en adelante el mito pueda instalarse en el núcleo del sistema y divinizar las ideas rectoras” (Morin 1991:147).

La defensa tradicional frente a esta afirmación ha sido reivindicar el carácter racional de las teorías científicas argumentando que en su núcleo se encuentran principios, axiomas u operaciones de carácter lógico que, no en vano, están basados en el respeto a los tres principios fundadores de la lógica deductivo-identitaria clásica: el principio de identidad, el principio de no-contradicción y el principio de tercero excluido. Esto ha permitido apoyar la creencia en que “si existía un residuo final, no logificable, en una axiomatización, al menos el reino formalizado, enteramente sometido al control lógico, podía ser considerado inmarcesible”  (Morin 1991:191). Sin embargo, el teorema de indecibilidad de Gödel implica que “el ideal llamado «racional» de una teoría absolutamente demostrable es, en su misma parte lógica, imposible” ya que “resulta que un sistema formal no puede reflexionarse totalmente a sí mismo, en particular en lo que concierne a la noción de elemento definible en ese sistema y a la verdad relativa a ese sistema” (Morin 1991:191) (2). De hecho, el cumplimiento del principio de no-contradicción mismo no es una proposición demostrable dentro del propio sistema.

Existirían, por tanto, ciertas preguntas que sólo pueden ser respondidas desde fuera del mismo sistema conceptual. De hecho, para evaluar su consistencia sería necesario constituir un metasistema de evaluación externo a él (3). Si se quiere emprender esa tarea exitosamente, éste debería abarcar, al mismo tiempo que lo supera, al sistema que quiere evaluar. Esto le permitiría convertir a la teoría científica en objeto de conocimiento, reduciéndola a lo que constituyen sus elementos fundamentales. Este análisis de la teoría desde lo que Morin denomina un “metapunto de vista”, es decir, desde fuera de su propio marco, haría posible descubrir esos fundamentos últimos y no-demostrables que conforman su núcleo, una condición básica para poder trascenderlos, evitando el peligro, al que antes aludíamos, de que el mito se instale en el centro del sistema. De este modo, la constitución de un sistema de carácter metateórico, permitiría superar la brecha de incertidumbre en el conocimiento abierta por el teorema de Gödel. Según Morin: “El metapunto de vista complejo objetiva al conocimiento (aquí la teoría), es decir lo constituye en sistema objeto, en lenguaje objeto. En tanto que punto de vista critica, decapa, limpia y purifica la teoría, la reduce a sus constituyentes fundamentales, revela su organización interna. En tanto que punto de vista englobante y constructivo, integra y supera a la teoría mediante la reflexividad que elabora conceptos de segundo orden (conceptos que explican a conceptos) y conocimientos de segundo orden (que se aplican al conocimiento)” (Morin 1991:207).

Es cierto que la aplicación del metapunto de vista complejo como herramienta epistemológica daría lugar, a su vez, a la aparición de enunciados que son indecibles en el propio metasistema, haciendo resurgir, en un nivel superior, la necesidad de referirse a un segundo metasistema, en un proceso indefinido que dejaría al conocimiento en un perpetuo estado de incertidumbre. Sin embargo, a pesar del cuestionamiento implícito del carácter sustancial de teorías y conceptos que se deduce de esta labor, partir del citado metapunto de vista no lleva necesariamente a caer en la tentación del relativismo. Por el contrario, es posible defender, junto con Morin, que el descubrimiento de una limitación del conocimiento permite abrir una nueva vía para avanzar en él. En efecto, el continuo ejercicio de auto-reflexividad en el intento de establecer un “conocimiento del conocimiento”, permite a éste avanzar, transformando las brechas en aperturas teóricas. De hecho, se puede afirmar que la “progresión del espíritu consciente y reflexivo se efectúa únicamente en y por la apertura lógica y teórica” (Morin 1991:207). Como vamos a ver, en el caso de las ciencias sociales las características propias de estas disciplinas como ciencias hacen la tarea más pertinente y necesaria, al mismo tiempo que la dotan de ciertas particularidades.

3. El carácter social del objeto de estudio de las ciencias sociales y la finalidad comprensivo-interpretativa del conocimiento

En efecto, la metodología de análisis presentada adquiere en el caso que nos ocupa, el de la formación de una teoría científica en la ciencia social, una relevancia fundamental. Para ilustrarla debemos partir del debate que históricamente se ha producido entre el monismo y el pluralismo metodológico, es decir, entre los defensores de la unidad del método de las ciencias sociales y las ciencias naturales y aquellos otros que, resaltando la particularidad del objeto de estudio de las ciencias sociales, plantean la necesidad de utilizar un método diferenciado.

El mayor defensor de la unidad del método habría sido Karl Popper, quien consideraba que “todas las ciencias teóricas o generalizadoras” usarían “el mismo método” (Popper 1934:60). Éste consistiría “en ofrecer una explicación causal deductiva y en experimentar (por medio de predicciones)” (Popper 1934:60). No en vano, argumentaba, también en las ciencias sociales la mayoría de sus objetos “son objetos abstractos, son construcciones teóricas (…) usadas para interpretar nuestra experiencia” y que “resultan de la construcción de ciertos modelos (...) con el fin de explicar ciertas experiencias” (Popper 1934:62) (4). Es posible, por tanto, caracterizar esta posición epistemológica como la de aquellos autores que, aceptando el método hipotético-deductivo, aspiran a obtener un conocimiento de los fenómenos sociales de naturaleza análoga al disponible sobre los naturales. Es decir, un conocimiento causal-explicativo de carácter general en el que explicación, predicción y control se encuentren estrechamente unidos. Bajo esta concepción la aplicación del conocimiento, que en las ciencias naturales da como resultado la tecnología, en las ciencias sociales se basa en la política, tarea en la que el papel del científico corresponde al del técnico experto.

Otros autores, sin embargo, cuestionarían este planteamiento partiendo en su argumentación de la diversa naturaleza del objeto de estudio de las ciencias sociales respecto al de las ciencias naturales. De manera general podemos citar a Scott Gordon, quien destaca varios elementos que diferencian a las primeras de las segundas: “los fenómenos sociales no son tan uniformes, o tan constantes a lo largo del tiempo; los científicos sociales no pueden efectuar los tipos de experimentos que realizan los científicos naturales, y comprobar así sus «corazonadas»; los juicios de valor están más presentes en las ciencias sociales que en las naturales; los fenómenos sociales reflejan la actuación de entidades psíquicas, mientras que los fenómenos naturales (o al menos los fenómenos no orgánicos), no; y que los científicos sociales tienen menos posibilidades de aislar factores causales concretos de su contexto general que los científicos naturales” (Gordon 1991:383).

Estos elementos quedan sintetizados en las que consideramos que son las dos características básicas que presenta el objeto de estudio de las ciencias sociales: su carácter social y su carácter histórico.

En primer lugar, el hecho de que el objeto de estudio tenga un carácter social es consecuencia de que el sujeto investigador forma parte del mismo objeto investigado, con lo que la importancia del conocimiento en la intervención sobre el objeto, es decir, sobre la propia sociedad, se vuelve central. De hecho, provoca que la preocupación por construir una ciencia libre de valores y objetiva, intento a priori factible en las ciencias naturales, en las ciencias sociales, en cambio, haga aparecer el problema de la ideología. Y lo hace no sólo como consecuencia de que el sujeto investigador tiene unos intereses como miembro de la sociedad, sino, sobre todo, como consecuencia de que sus esquemas de pensamiento y la misma manera de conceptualizar la realidad han sido configurados según los moldes de esa sociedad que es objeto de estudio (5). Lo cual, finalmente, genera una incapacidad de llevar a cabo la “descentración” del sujeto respecto al objeto, que tan necesaria es para poder obtener un conocimiento objetivo. En efecto, “La dificultad epistemológica fundamental de las ciencias del hombre consiste en que éste es a la vez sujeto y objeto, y se ve agravada por el hecho de que el objeto, a su vez, es un sujeto consciente, dotado de palabra y de múltiples simbolismos, con lo que la objetividad y sus previas condiciones de descentración se hacen tanto más difíciles y a menudo limitadas” (Lazarsfeld, Mackenzie y Piaget 1970:67).

La falta de condiciones de descentración básicas dificulta, por tanto, la obtención de un conocimiento objetivo de las leyes causales que explicarían “hechos materiales” considerados externos. Sin embargo, al mismo tiempo abre la posibilidad de obtener un conocimiento de carácter comprensivo de los denominados “hechos de la conciencia” internos que se encuentran en el origen de la acción humana. A este respecto, según planteaba Max Weber (el sociólogo que más profundamente desarrolló este planteamiento), mientras que el científico natural basa su conocimiento en la observación externa, en cambio, el científico social compartiría “la propiedad de la conciencia con esas entidades cuyas acciones generan los fenómenos sociales” que son su objeto de estudio y, gracias a ello, podría y debería “ofrecer una comprensión empática y más íntima de sus fenómenos” (Gordon 1991:681) (6).

No hay que olvidar que el objeto de estudio de las ciencias sociales presenta una relación de valor con una significatividad propia que no tiene el objeto de estudio de las ciencias naturales. Ésta es una diferencia fundamental cuya consideración permite caracterizar a las ciencias sociales como construcciones teóricas (enunciadas a partir de un modelo de interpretación subjetiva) sobre las propias construcciones efectuadas por los actores sociales en su actuación en la vida cotidiana. De modo que, en último término, la referida unidad entre sujeto y objeto justificaría la posibilidad de enunciar método propio para las ciencias sociales basado justamente en esa capacidad de comprender internamente los fenómenos estudiados. Pero no sólo eso, sino que sobre todo, haría resurgir el debate sobre el estatuto epistemológico de las ciencias sociales y la dicotomía entre comprensión y explicación en la discusión sobre el objetivo del conocimiento a obtener.

En efecto, si los estados internos de la conciencia pueden ser conocidos a través de la empatía por el investigador (7) y en ellos existen unas relaciones de significación propias del objeto de estudio, entonces pasa a ser obvio que “la necesidad de comprender y explicar” se hace, en las ciencias sociales, “más explícita y consciente” (Lazarsfeld et. al. 1970:109). Más aún, dado que la coincidencia entre sujeto y objeto da lugar a una estrecha relación entre las teorías con las que se interpreta la realidad social y la misma actuación en ella, entonces, variaría de manera fundamental el carácter y la finalidad de estas disciplinas. Así lo planteaba Peter Preston al reflexionar sobre la naturaleza de la teorización social: “Aquéllos que convierten a la ciencia social en una variedad de la filosofía social creen que el asunto central de la teorización social es dar sentido del mundo para hacer posible la actuación en él. La disciplina aspira a un conocimiento interpretativo (y, en algunos casos, crítico) más que a un conocimiento descriptivo, como el de los esquemas ortodoxos y la ciencia natural. (…) Para los filósofos sociales la producción de conocimiento es esencialmente una cuestión de generar una comprensión interpretativa” (Preston 1986:7).

Por tanto, frente a la concepción que había detrás de la postura monista, aquí el principal objetivo de las ciencias sociales se transforma. Ya no se trata de producir un conocimiento explicativo-controlador en el que lo social es visto como otro dominio de las causas y efectos que se dan entre objetos externos al sujeto investigador. Y tampoco de que, a partir de ese conocimiento, este sujeto trabaje como técnico-experto. Por el contrario, la obtención de un conocimiento comprensivo-interpretativo altera la relación entre sujeto y objeto y, por tanto, entre teoría y práctica. De lo que se trata, en último lugar, es de establecer esquemas de interpretación, es decir, teorías y sus correspondientes categorías de análisis, de la realidad social para comprender la acción de los agentes en ella.

Para esta finalidad, el análisis de las teorías existentes mediante la construcción de metateorías tendría una clara función: la de permitir avanzar al conocimiento comprensivo-interpretativo de la acción social en un proceso de apertura teórica en el que las distintas teorías se irían viendo superadas por otras que las englobasen. Este proceso de evolución del conocimiento iría, de hecho, paralelo o, incluso, entrelazado con la propia evolución del objeto de estudio, es decir, de la propia sociedad. No en vano, como vamos a constatar a continuación la manera de operativizar ese intento se encuentra vinculada a la otra característica diferenciadora del objeto de estudio de las ciencias sociales: su carácter histórico.

4. El carácter histórico del objeto de estudio de las ciencias sociales y la relación entre evolución teórica e histórica

En segundo lugar, el hecho de que tenga un carácter histórico significa que el objeto de estudio, es decir, la sociedad y, por tanto, sus leyes y sus constituyentes fundamentales, evolucionan a lo largo del tiempo, estableciéndose, como ya hemos apuntado, una relación entre esta evolución histórica y la misma evolución teórica. Esto implica que o el conocimiento tiene una pretensión de universalidad en la búsqueda supuestas leyes de evolución social y principios de comportamiento individual universales, o, por fuerza, debe ir evolucionando a lo largo del tiempo en respuesta a la evolución de esas estructuras fundamentales de la sociedad.

En efecto, una vez tomada conciencia del hecho de que el objeto de estudio de las ciencias sociales evoluciona, surgen, de manera general, tres posturas ante ello: una, obviar este hecho y plantear una visión determinada y universal de la naturaleza humana a partir de la cual deducir las leyes que gobiernan lo social atemporalmente; dos, establecer leyes y conceptos históricos, al mismo tiempo que una ciencia que los trascienda definiendo las leyes que explicarían el cambio o movimiento de una etapa histórica a otra; y, por último, asumir que, en las ciencias sociales, los conceptos tienen un carácter histórico y que tenderán a verse superados por nuevos esquemas interpretativos de manera interrelacionada con la propia evolución de la sociedad.

Detrás de estas diferentes posturas lo que se encuentra, en realidad, es el debate sobre la especificidad histórica de las ciencias sociales (8) que se desarrolló durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX por algunos de los más importantes sociólogos y economistas de la época y que, en concreto, fue la problemática en torno a la cual giró el llamado “Debate sobre el método” de la Escuela Histórica Alemana (9) y la Escuela Austriaca. La desaparición de la primera de ellas y la transformación metodológica que se produjo en la década de 1930 tanto en la economía como en la sociología (abanderadas por Lionel Robbins y Talcott Parsons, respectivamente) implicó una redefinición del objeto de estudio de dichas disciplinas, provocando el abandono del problema metodológico que había planteado.

A pesar de ello la problemática sigue presente. Para sintetizarla podemos basarnos en Geoffrey M. Hodgson, quien afirma que: el problema de la especificidad histórica de las ciencias sociales se basa en “el hecho de que existen diferentes tipos de sistema socieconómico en el tiempo histórico y en el espacio geográfico”, lo cual “trae a colación los límites de la unificación explicativa en la ciencia social” ya que “fenómenos socioeconómicos sustancialmente diferentes puede hacer necesarias teorías que son en ciertos aspectos diferentes” (Hodgson 2007:122). Y esto genera importantes diferencias entre las ciencias sociales y las ciencias naturales. En efecto, “el problema de la especificidad histórica ayuda a distinguir a las ciencias sociales de las ciencias físicas. Los sistemas socioeconómicos se han transformado considerablemente en estos últimos miles de años, mientras que las propiedades y leyes esenciales del mundo físico no se han alterado desde el «Big Bang». Por consiguiente, los métodos y procedimientos de las ciencias sociales se deben modificar para seguir de cerca al cambiante objeto de análisis. Algo que no es así en las ciencias físicas” (Hodgson 2007:124).

En contra de esta postura se sitúan los partidarios del monismo metodológicos quienes, al tener como modelo a unas ciencias naturales cuyo conocimiento se basa en esa inalterabilidad de sus leyes, se presentan como defensores de la construcción en las ciencias sociales de teorías generales de carácter universal. Sin embargo, para defender este planteamiento habrían tenido que eludir el problema de la especificidad histórica mediante el desarrollo de diversas estrategias argumentativas. En concreto, en la ciencia económica dominante se habrían puesto en marcha cuatro maneras de hacerlo (Hodgson 2007:126-131):

i) Afirmar que los atributos comunes a todo sistema económico son el fenómeno clave a analizar por la disciplina, dejando de lado el análisis de las características históricamente contingentes. De esta manera aquélla se vuelve ahistórica centrándose sólo en aquellos elementos supuestamente comunes a todos los sistemas.
ii) Defender la existencia de un tipo natural de sistema socioeconómico de modo que todas las desviaciones respecto a él son vistas como aberraciones a corregir apelando a las leyes naturales que lo guiarían.
iii) Concebir la disciplina como una expresión de la naturaleza humana, de tal manera que una vez resaltado lo individual como ahistórico, es posible dejar de lado la historia real de los sistemas socioeconómicos. De hecho, según Hodgson las ciencias sociales han generado teorías que “son compatibles con cualquier posible comportamiento real de cualquier posible organismo” (p. 116). Algo que no ha pasado en las ciencias naturales.
iv) Adoptar el modelo del libre mercado como ideal de tal manera que la disciplina se dedicaría a estudiar ese ideal, dejando de lado cualquier sistema que se salga de esa norma y convirtiendo la historia económica en el relato de la llegada de todas esas economías a ese estadio ideal.

De este modo, se habrían construido teorías generales a partir de rasgos considerados “comunes” o “naturales”, en vez de partir de los rasgos cultural o históricamente específicos. Más aún, a pesar de que la abstracción y la simplificación son imprescindibles para la construcción de cualquier teoría (10), el hecho es que las generalizaciones de carácter ahistórico y acultural habrían dominado también las teorizaciones de contextos particulares, tendiendo a ocultar todas las diferencias geográficas e históricas existentes entre los distintos sistemas socioeconómicos.

Sin embargo, como ya hemos afirmado, los conceptos y marcos teóricos adecuados para determinado sistema que esté siendo objeto de estudio no tienen por qué serlo para otro, debido a que pueden existir diferencias estructurales significativas que hagan inaplicable la teoría original. Esto no significa que el análisis pueda basarse únicamente en la mera descripción de casos particulares, ya que, por el contrario, para interpretar éstos siempre se utilizan esquemas teóricos y conceptuales de carácter más general (a pesar, incluso, de que no se hagan explícitos). A pesar de ello, los marcos teóricos y conceptuales generales tienen que ser vinculados con conceptos y teorías particulares de los dominios específicos que se estén estudiando.

Según Hodgson, dado que el dominio general y los dominios específicos operan en niveles diferentes de abstracción, esta tarea tiene que enmarcarse dentro de un planteamiento metateórico que defina las relaciones entre ambos niveles. En efecto, “Para tratar el problema de la especificidad histórica necesitamos, simultáneamente, alegatos más modestos en favor de la teorización general y un marco metateórico más sofisticado e iluminador. Lo cual constituye la más apremiante agenda teórica igual para los economistas que para los sociólogos” (Hogdson 2007:134).

Con la construcción de este marco metateórico sería posible analizar las relaciones que se dan entre la teorización general y la particular. En concreto, cualquier teoría se construye en un contexto histórico (y geográfico) particular que influye necesariamente en la misma delimitación de los fenómenos que son objeto de estudio y, al mismo tiempo, en las interpretaciones que de ellos se hacen (11). Por ello, para evaluar el alcance en la aplicabilidad general de una teoría con pretensiones de generalidad, es necesario situarla en el contexto en el que fue formulada. Algo que permitiría, posteriormente, vincular la adaptación de la teoría general a la enunciación de teorías particulares.

El hecho es que, en nuestro caso, esto implicaría analizar en dicho contexto el proceso de formación y aceptación histórica del núcleo de presupuestos no-contrastables de la teoría de la que se trate. Algo que, en último término, permitiría cuestionar sus pretensiones de generalidad. Como vamos a exponer inmediatamente, en esta labor de analizar los “vínculos bilaterales” que presentan “la evolución histórica y la investigación teórica”, la “historia del pensamiento económico” tiene un “papel importante” (Roncaglia 2001:34).

5. La aplicación de la sociología compleja del conocimiento a la historia del pensamiento económico

Según lo que Alessandro Roncaglia denomina “«la visión acumulativa» del desarrollo del pensamiento económico” (Roncaglia 2001:17), vinculada a la aplicación del positivismo a la ciencia económica, en esta última se habría estado produciendo un incremento progresivo y continuado del grado de comprensión de la realidad económica, mediante el continuo desarrollo de nuevas proposiciones analíticas que irían superando a las anteriormente existentes. Ésta sería la base, por ejemplo, de la distinción que Joseph A. Schumpeter establece entre “la historia del análisis económico” y “la historia de los sistemas de economía política” o “la historia del pensamiento económico” (Schumpeter 1954:74). Detrás de ella, se encontraría una concepción del progreso del conocimiento sobre lo económico basada en la idea de que “un aparato conceptual nuevo plantea y resuelve problemas que los autores antiguos no habrían podido probablemente resolver si es que los hubieran conocido” (Schumpeter 1954:76).

Por el contrario, la aplicación a la ciencia económica de las conclusiones que se derivan de la constatación del problema de la inconmensurabilidad que hemos dejado enunciado en el primer apartado, plantea la existencia de diferentes enfoques teóricos entre los que no es posible elegir empleando los criterios positivistas de la coherencia lógica y la contrastación de las teorías con la realidad externa. Esta otra visión, de carácter “competitivo”, de la historia del pensamiento económico implica “el reconocimiento de la existencia de diferentes enfoques basados en fundamentos intelectuales distintos” (Roncaglia 2001:28). Algo que, tal y como hemos argumentando de manera general, trae consigo también en el caso de la economía la incapacidad de comparar dos sistemas teóricos para aseverar el progreso del conocimiento. O por lo menos el rechazo de la intención de la corriente dominante de imponer aquellos criterios de evaluación definidos dentro de su propio marco teórico. No en vano, “los sistemas de conceptos subyacentes en cualquier teoría cambian continuamente, lo que hace imposible concebir la evaluación de las teorías económicas en una escala unidimensional. En consecuencia, no puede haber ninguna medida unívoca del poder explicativo de las diferentes teorías” (Roncaglia 2001:31).

Si se acepta esta afirmación la historia del pensamiento económico pasa a tener, entonces, una función clave, como señalábamos al final del anterior apartado: la de evaluar “las teorías basadas en diferentes enfoques” para así sacar a la luz “las cosmovisiones, el contenido de los conceptos y las hipótesis sobre las que se basan” (Roncaglia 2001:28). Hay que aclarar que, al partir de unos fundamentos como éstos, no se buscaría “hacer una especie de historia más o menos crítica de las doctrinas económicas”, sino más bien “sentar las bases para que sea posible hacer esa historia desde fuera del campo de ideas en el que hoy se circunscribe la ciencia económica” (Naredo 1987:9). Algo que no es sino el punto de partida para afrontar el objetivo último de la aplicación de la sociología compleja del conocimiento a la historia del pensamiento económico: el de desarrollar un proceso de apertura teórica que permita avanzar en el conocimiento mediante la continua superación de los paradigmas teóricos dominantes en cada momento histórico.

En concreto, para hacer operativas las bases epistemológicas que se acaban de presentar, desarrollar un metapunto de vista desde el que analizar los referidos paradigmas y poder elaborar una metateoría con la que se lleve a cabo esa tarea, de lo que se trata es de realizar una aproximación histórica a su surgimiento. Esto permitiría afrontar el reordenamiento del núcleo fundamental del pensamiento estudiado, y efectuar, de esta manera, una síntesis de los elementos definitorios del mismo. Algo para lo cual hay que tener en cuenta varias consideraciones de carácter metodológico. En primer lugar, que si tenemos un tipo de conocimiento que, incluso en el caso de tener pretensiones de universalidad, evoluciona a lo largo del tiempo como respuesta a acontecimientos históricos (o como resultado de la propia evolución de los paradigmas y teorías en que se desarrolla) entonces se puede afirmar que “la mejor manera de evidenciar los presupuestos que subyacen a un enfoque científico determinado es analizar el contexto que le hizo emerger en un cierto momento e imponerse a otras interpretaciones al uso” (Naredo 1987:7).

A este respecto, a pesar de que es parte de su visión acumulativa del proceso de conocimiento, en la ciencia económica podemos tomar la diferenciación hecha por Schumpeter entre las etapas de conceptualización y de construcción de modelos. La primera de ellas consistiría en, partiendo de una visión previa, “verbalizar la visión o conceptualizarla de tal modo que sus elementos se sitúen en sus lugares respectivos, con sus correspondientes nombres para facilitar su identificación y su manejo”. En la segunda, “[e]l trabajo factual y el trabajo «teórico», entrando en una relación infinita de toma y daca, (…) acabarán produciendo modelos científicos” (Schumpeter 1954:79). De esta descripción podemos deducir que los conceptos sólo pueden existir dentro de teorías y que las teorías sólo pueden existir a partir de la definición de los conceptos (12). Por ello, en segundo lugar, es posible afirmar que no se puede estudiar la evolución que ha sufrido una categoría, o, en este caso, su propio surgimiento, sin investigar en profundidad la teoría en que se imbrica y que lo relaciona con otras categorías a partir de las relaciones que plantea. Por el contrario, sólo es posible analizar cómo los conceptos varían con las teorías y cómo las teorías varían con los conceptos, e, incluso, cómo varían en relación al pensamiento de diversos autores (13).

Además, puesto que la evolución histórica de paradigmas y teorías que está detrás de las transformación sufridas por la misma definición de los conceptos se encuentra inherentemente vinculada a la evolución histórica general, esto también permite investigar las interrelaciones existentes entre la teoría y la historia (en este caso, económicas). Es decir, se trata de investigar la adaptación de los conceptos y las teorías a la realidad en la que han surgido o en la que, posteriormente, se han aplicado (14). Con lo que, en tercer lugar, tenemos que tener presente que el estudio de la evolución de la categoría a lo largo del tiempo deba hacerse en continua referencia a la evolución económica general. De hecho, sin vincular a aquélla con ésta no se podría dar cuenta correctamente de las variaciones en la acepción de una misma categoría, ni tampoco del surgimiento de nuevas categorías.

Estos principios metodológicos podrían aplicarse al estudio del surgimiento mismo de la economía política como una disciplina autónoma a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Incluso se podría llegar a analizar el proceso a través del cual la economía se pudo instaurar no ya sólo como un nuevo objeto de estudio y como una dimensión separada de la sociedad a estudiar por aquellas disciplinas que se ocupaban de los asuntos humanos, sino, sobre todo, como una nueva manera de razonar, entender y dar explicación del comportamiento humano mismo. También se podría utilizar como herramienta para explicar el triunfo posterior del enfoque marginalista y así dar cuenta de las razones de la reducción que llevaron a cabo del objeto de estudio de la disciplina, desde el crecimiento económico en el que se habían centrado los economistas clásicos al más restringido de la asignación de recursos por el mercado. O también se podría usar para comprender la aparición hace medio siglo, y dentro del cuerpo principal de la ciencia económica, de una nueva subdisciplina, la economía del desarrollo, así como de sus diversas vinculaciones: teórica, con los análisis keynesianos, e histórica, con el contexto geopolítico de la posguerra de la II Guerra Mundial (15).

En último término, podemos afirmar que, en todos esos casos, el aislamiento, siguiendo los planteamientos expuestos, de los presupuestos intuitivos y valorativos que están detrás de las teorías económicas permitiría visibilizar el contenido no-científico, es decir, la ideología subyacente, que se encuentra en el núcleo de presupuestos no-contrastables de aquellas teorías. Esto, según el francés Louis Dumont, es “una condición sine qua non para trascenderla, pues ella es el vehículo espontáneo de nuestro pensamiento, y en ella permaneceremos encerrados tanto tiempo como tardemos en tomarla por objeto de nuestra reflexión” (Dumont 1977:39). De este modo, se podría afrontar la controvertida tarea de descubrir cómo la consiguiente intervención en la sociedad, que está detrás, como objetivo último, de todas las ciencias sociales, y que, en este caso, toma forma no sólo por medio de la política económica implementada por expertos técnicos, sino también a través de la enunciación de los objetivos económicos y sociales a perseguir por aquélla, está guiada por planteamientos ideológicos, o incluso mitológicos, velados tras una supuesta objetividad.

6. Conclusiones

Tomamos como punto de partida la aceptación del problema de la inconmensurabilidad de los paradigmas científicos por parte de la moderna filosofía de la ciencia. Este problema se explicaría por el hecho de que, en último término, toda teoría científica precisa y se construye sobre la base de unos fundamentos ontológicos que no son demostrables y que se insertan en su núcleo de postulados indemostrables y principios lógicos ocultos. Este hecho daría lugar a la necesidad de constituir un sistema metateórico de análisis que permita abordar las cuestiones a las que sólo se puede dar respuesta desde fuera del sistema conceptual original. El abordaje de esta tarea sería justamente al que se enfrentaría la sociología compleja del conocimiento enunciada por Edgar Morin. El desarrollo de un metapunto de vista desde el que evaluar externamente las teorías científicas convertiría a éstas en objeto de conocimiento, iniciando un proceso de apertura teórica con el que ir superando paulatinamente las brechas existentes en él.

Este intento sería de una especial pertinencia para las ciencias sociales. El núcleo de presupuestos de las teorías enunciadas en su seno presenta una especificidad cuyo origen es la naturaleza social e histórica de su objeto de estudio. En primer término, su carácter social se deriva de la coincidencia existente en ellas entre sujeto y objeto. La imposibilidad de descentración no sólo dificultaría las condiciones para obtener un conocimiento objetivo, sino que también permitiría plantear la posibilidad de un método propio, de carácter comprensivo-interpretativo, para estas disciplinas. Más aún, transformaría la concepción de la teorización, relacionándola con la construcción de significados de la acción social. Algo que justificaría la necesidad de emprender en ellas un proceso de apertura teórica continua, como al que nos referíamos, en el que la evolución social y la teórica queden entrelazadas.

No en vano, en segundo lugar, la constatación de su carácter histórico implica que esta tarea deba ser operativizada en torno al análisis de la particularidad histórica y geográfica del surgimiento de unas teorías que, a pesar de ello, son formuladas con una aspiración a la generalidad. Esto trae consigo, por un lado, la necesidad de estudiar el surgimiento y evolución de una teoría científica en relación a su contexto histórico; y, por otro, la necesidad de analizar sus correspondientes categorías en el marco de la teoría en la que se imbrican y anclan su significado.

La aplicación de este tipo de análisis, a partir de las consideraciones metodológicas hechas, a la historia del pensamiento económico tendría un objetivo final básico: el de descubrir, para cuestionarla, la ideología no consciente pero asumida que se encuentra, no sólo en la determinación de las categorías de análisis y de las principales relaciones establecidas entre ellas por la teoría económica, sino también en la misma definición del objeto de estudio de la disciplina en cuyo seno esta última se enuncia. Según creemos, afrontar esta tarea es una condición previa para garantizar el éxito de cualquier intento de aplicación del constructivismo a la economía política (como el planteado, por ejemplo, en Coq 2005). De hecho, es a partir de esta dialéctica entre la deconstrucción y reconstrucción de categorías económicas cómo puede profundizarse en la brecha teórica abierta por la aplicación de la sociología del conocimiento compleja a la ciencia económica, para así luchar contra el riesgo de mitificación de los presupuestos que conforman a ésta.

Notas

(1) Paul Feyerabend expresaba esta idea diciendo que “la elección entre teorías que son suficientemente generales para proporcionar una concepción del mundo comprehensiva y entre las que no hay conexión empírica puede llegar a ser una cuestión de gusto” (Feyerabend 1975:120).

(2) Gödel habría afirmado que: “La completa descripción epistemológica de un lenguaje A no puede ser dado en el mismo lenguaje A porque el concepto de verdad de las proposiciones de A no puede ser definido en A” (Gödel, citado en Morin 1991:191).

(3) “Gödel y Tarski [quien había llegado a conclusiones similares al estudiar el problema de la verdad en los lenguajes formalizados] nos muestran conjuntamente que todo sistema conceptual incluye necesariamente cuestiones a las que sólo se puede responder desde el exterior de este sistema. De lo que resulta la necesidad de referirse a un metasistema para considerar un sistema” (Morin 1991:193).

(4) Según Popper sólo se constatarían diferencias entre las ciencias sociales y las ciencias naturales cuando se contrasta el método de las ciencias sociales “con alguna de las falsas interpretaciones del método de las ciencias naturales que ya hemos rechazado. Pienso, más especialmente, en la interpretación inductivista que mantiene que, en las ciencias naturales, procedemos sistemáticamente de la observación a la teoría por algún método de generalización, y que podemos «verificar», o quizá incluso probar, nuestras teorías por un método de inducción” (Popper 1934:63).

(5) En este sentido coincidimos con Morin cuando afirma que es necesario poner “el acento en los determinismos culturales (imprinting, normalización), que son más profundos aún que los determinismos sociológicos de situación (clase social, estatus socioprofesional, habitus)”, basándose en el hecho de que “la determinación cultural no sólo se impone desde el exterior sobre el espíritu individual (normalización), sino sobre todo en el interior (imprinting a partir de los principios organizadores del conocimiento, postulados, axiomas, modelos explicativos, doctrinas, etc.)” (Morin 1991:80).

(6) Encontramos la base filosófica de esta primera posición en el intento de fundamentación por parte de William Dilthey de lo que él denomina las “ciencias del espíritu” por contraposición a las ciencias de la naturaleza: “De aquí nace la diferencia entre nuestra relación con la sociedad y con la naturaleza. Las situaciones en la sociedad nos son comprensibles desde dentro; podemos reproducirlas, hasta cierto punto, en nosotros, en virtud de la percepción de nuestros propios estados (…). La naturaleza es muda para nosotros. Sólo el poder de la imaginación vierte sobre ella una vislumbre de vida e intimidad (…). La naturaleza nos es ajena. Pues es para nosotros algo externo, no interior” (Dilthey 1883:69).

(7) A este respecto Dilthey plantea que “todo esto [las dificultades para conocer una unidad psíquica aislada] queda más que compensado por el hecho de que yo mismo, que vivo y me conozco desde dentro de mí, soy un elemento de ese cuerpo social y de que los demás elementos son análogos a mí y, por consiguiente, igualmente comprensibles para mí en su interioridad. Yo comprendo la vida en sociedad” (Dilthey 1883:70).

(8) Para profundizar en este debate, y, en concreto, en sus implicaciones para la ciencia económica, se puede ver Hodgson (2001).

(9) Los continuadores de esta escuela habrían sido Werner Sombart y Max Weber quienes buscaban elaborar “una ciencia económica «comprensiva»” teniendo por “su principal preocupación (que ya estaba presente en Marx) los problemas teóricos más importantes del origen y desarrollo de la formación social y económica del capitalismo”. Suponían un “modelo práctico para la elaboración de una ciencia social única” (Brus et. al. citado en Lazarsfeld, Mackenzie, y Piaget (1970:533).

(10) Según Ramos, la teoría “es necesaria porque el mundo de los hechos brutos es inmanejable y necesitamos ordenarlo y aislar en él las relaciones más estables y genéricas entre algunos grupos de hechos, de tal manera que nos ayuden a explicar ciertos aspectos de ese mundo, a predecirlos en ciertas condiciones y a, en combinación con otros conocimientos, comprender el funcionamiento complejo de lo concreto” (Ramos 2004:1).

(11) Para el caso de la ciencia económica, Alessandro Roncaglia afirma que “tenemos que reconocer la existencia de un vínculo bilateral entre la evolución histórica y las investigaciones teóricas. Por una parte, el mundo material tiene una influencia importante sobre el trabajo de cualquier científico social, aunque no hasta el punto de determinar unívocamente el camino seguido por las investigaciones teóricas. Por otra el debate teórico puede a veces ejercer una influencia decisiva en las elecciones de política económica y –más indirectamente– en las creencias y opiniones, y de ahí también en el comportamiento de los agentes económicos, aunque esta influencia se vea considerablemente constreñida y condicionada por el mundo material” (Roncaglia 2001:34).

(12) Aplicando la idea a toda teoría científica, Chalmers afirmaría que “el significado de los conceptos depende de la estructura de la teoría en la que aparecen, y que la precisión de aquéllos depende de la precisión y el grado de coherencia de ésta” (Chalmers 1976:99).

(13) Según Roncaglia dado que “es imposible proporcionar una definición exhaustiva del contenido de un concepto, la mejor manera de analizarlo consiste en estudiar su evolución a través del tiempo, examinando los diferentes matices del significado que adquiere en los diferentes autores y en algunos casos en los diferentes escritos del mismo autor” (Roncaglia 2001:30).

(14) John Neville Keynes afirmaba que “[l]as teorías de cualquier periodo se encuentran casi siempre basadas al menos en parte en supuestos que tienen una aplicación especial a las circunstancias reales de dicho periodo. (…) De aquí se sigue que las teorías del pasado no pueden ser comprendidas adecuadamente, o su validez ser valorada adecuadamente, al menos que se pongan en conexión con los fenómenos reales que estaban atrayendo la atención en dicho momento y ayudando a moldear y colorear los puntos de vista de los hombres” (Keynes 1890:291).

(15) Ejemplos de análisis parcialmente asimilables a esta propuesta los representarían el clásico trabajo de Polanyi (1944), los posteriores de Dumont (1977) o de Naredo (1987) y el más reciente de Rist (1996).

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Recibido el 23 Oct 2009
Aceptado el 12 Feb 2010

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X