Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Aravena, A. y Baeza, M.A. (2015) Construcción socio-imaginaria de relaciones sociales. Cinta moebio 53: 147-157. doi: 10.4067/S0717-554X2015000200004

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Construcción socio-imaginaria de relaciones sociales: la desconfianza y el descontento en el Chile post-dictadura

Socio-imaginary construction of social relations: distrust and discontent in the post-dictatorship Chile

Dra. Andrea Aravena (andrea.aravena@udec.cl) Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Concepción (Concepción, Chile)

Dr. Manuel Antonio Baeza (mbaeza@udec.cl) Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Concepción (Concepción, Chile)

Abstract

From a dialogic perspective between philosophy, social sciences and social reality leading to a renewed epistemology, the article intends to comprehend: the phenomenon of citizen distrust with social institutions of the Chilean State, the distrust of the citizen against the current market logics such as the commodification of the social relations, and finally, the distrust between citizens in everyday spaces. The work is framed under the studies of sociology and anthropology, from the perspective of the social imaginaries and it is aimed to the deconstruction of mistrust in many central elements of social links in post-dictatorship Chile and their actual or potential relationship with discontent.

Keywords: distrust, discontent, uncertainty, social imaginaries, dictatorship.

Resumen

Desde una perspectiva dialógica entre la filosofía, las ciencias sociales y la realidad social, que desemboca en una epistemología renovada, el artículo busca comprender: el fenómeno de la desconfianza del ciudadano con instituciones de la sociedad y del Estado chileno, la desconfianza del ciudadano frente a lógicas actuales del mercado como la mercantilización de las relaciones sociales y, por último, la desconfianza entre ciudadanos en espacios cotidianos. El trabajo es parte de los estudios de la sociología y de la antropología desde la perspectiva de los imaginarios sociales y se interesa en la deconstrucción de la desconfianza en tanto elemento característico central de los vínculos sociales en el Chile de la post-dictadura y de su relación potencial o real con el descontento.

Palabras clave: desconfianza, descontento, incertidumbre, imaginarios sociales, dictadura.

Introducción

Las movilizaciones sociales y las protestas que proliferan desde el año 2006 en Chile motivaron el desarrollo de la investigación que sustenta los resultados que aquí se presentan. El Informe del Programa de Naciones para el Desarrollo (PNUD) de 1998, Las paradojas de la modernización, ya había tempranamente puesto en evidencia el malestar ciudadano producido a pesar de tener el país altas y sostenidas tasas de crecimiento económico. Para estos efectos, un equipo de investigadores/as que trabaja en teoría y práctica de los imaginarios sociales del Chile contemporáneo se propuso comprender las claves de interpretación de estos fenómenos propios de la actual subjetividad social, en una de sus numerosas aplicaciones posibles.

En esta línea, el presente artículo aborda en primer lugar las definiciones ontológicas clásicas acerca de la noción de desconfianza, para luego ir directamente a un concepto operativo en el campo de los imaginarios sociales. Luego se procede a describir, brevemente y a través de otros estudios acerca de subjetividad social en Chile, como a través de resultados de investigación propia, las maneras en que los chilenos y chilenas perciben la desconfianza, para finalmente analizar la emergencia de la desconfianza y su relación con el descontento en un período de historia reciente y que comienza con el retorno a la democracia.

En términos metodológicos, el trabajo retoma los temas sensibles para la sociedad chilena, que generan situaciones de desconfianza y descontento. Las fuentes de información son variadas y diversas; a las encuestas de percepción desarrolladas por el PNUD desde el año 1998 en adelante, se suma una revisión de la prensa escrita, nacional y regional, desde 1990 hasta el año 2013, en la que se rastrea una narrativa correspondiente a las construcciones socio-imaginarias dominantes: aquella de importantes representantes de la prensa escrita nacional, por ser un reflejo –más que una influencia en la formación de pensamiento de las élites nacionales– de los imaginarios sociales dominantes; finalmente, se ha tenido también en consideración la aplicación de un conjunto de más 20 entrevistas etnográficas a dirigentes de organizaciones sociales de las regiones Metropolitana y del Biobío. Estas fueron seleccionadas de modo intencionado por su carácter representativo del movimiento social afín a las problemáticas estudiadas.

Acerca de la noción de desconfianza

Al referirnos a la idea misma de desconfianza pareciera necesario establecer de entrada que, al menos en el pensamiento occidental, la más elemental de todas las desconfianzas sería de carácter ontológico, según lo afirmaban aunque de modo indirecto importantes autores de siglos anteriores. Esto quedaría en evidencia, por ejemplo, cuando el ser humano descubre algo así como la maldad intrínseca de su propia naturaleza. En este sentido, la metáfora según la cual el hombre sería un feroz lobo para su propia especie (Homo lupus homo) es el punto de partida de la filosofía política de Hobbes. En efecto, para él, siendo los humanos incapaces de organizar su convivencia sin afán destructivo, sería pues necesario crear una instancia súper-estructural con plenos poderes, incluido el punitivo, que conocemos con el nombre de Estado, para que la sociedad pueda existir finalmente como tal. Hobbes escribe que “en su estado natural todos los hombres tienen el deseo y la voluntad de causar daño” (1980: XIII); hay, en definitiva, una beligerancia “natural” de todos contra todos (bellum omnium contra omnes).

En todo caso, esta ontología que podemos calificar de negativa, está lejos de concitar opiniones solamente favorables. Así es como para otro filósofo de gran renombre, del siglo siguiente esta vez, Rousseau, en su famosa apología del bon sauvage, alega en favor de un derecho natural que, no obstante, se debe preservar sólo mediante una convención; la cuestión de la “propiedad” (en particular de la tierra), habiendo tenido una aparición de facto en la sociedad ha sido el resultado de la codicia de los humanos. El autor escribe: “El primer hombre a quien, cercando un terreno, se le ocurrió decir ‘esto es mío’ y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero creador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquél que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso!: ¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!” (Rousseau 1923:33). De allí entonces, como es sabido, la necesidad de un pacto o contrato social. En Rousseau podemos inferir una desconfianza referida a una desviación de la condición humana. Pero en ausencia de comprobación empírica, la discusión acerca de la naturaleza buena o mala del ser humano es infructuosa. Es preciso por lo tanto, en primer lugar, “des-ontologizar” el debate que aquí nos ocupa, para intentar situarlo en un nivel que podríamos definir como socio-antropológico, capaz de organizar el campo analítico de la desconfianza en tanto construcción social.

Sin embargo, curiosamente, la desconfianza no ha tenido un valor objetual en la gran mayoría de las ciencias sociales. Teniendo por el contrario la confianza tal estatus, se podría suponer que la desconfianza sería algo así como su opuesto semántico, pero en estricto rigor las cosas son algo más complejas. Si partimos nuestro recorrido por la literatura especializada, en sociología por ejemplo, con el tema de la confianza, veremos que para Simmel –en sociología clásica– aquélla es el resultado de un proceso relativamente prolongado de inversión en el Otro, tal como se observa en su estudio sobre el personaje del forastero. Para un sociólogo de matriz teórica diferente como lo es Luhmann, promotor de la teoría de sistemas, la confianza es un poderoso reductor de complejidad, en la medida en que los sistemas sociales no pueden funcionar sobre la base únicamente de la desconfianza, que por tal razón se la mantiene fuera del foco de interés. Por su parte, se podría suponer, con poco margen de error, que para la socio-fenomenología de Schütz el acercamiento empático de significaciones propias del mundo de la vida social implicaría igualmente la emergencia de un fenómeno de confianza recíproca. Cabe igualmente una mención para Goffman, gestor de la llamada sociología dramatúrgica, quien escribe: “Cuando un individuo desempeña un papel, solicita implícitamente a sus observadores que tomen en serio la impresión promovida ante ellos. Se les pide que crean que el sujeto que ven posee en realidad los atributos que aparenta poseer, que la tarea que realiza tendrá las consecuencias que en forma implícita pretende y que, en general, las cosas son como aparentan ser” (Goffman 1981:29). Lo anterior equivale a decir entonces que el sujeto actuante solicita, de facto, que se deposite en él una confianza necesaria respecto de lo que dice o hace.

No obstante, quizás con la sola excepción de esta apertura goffmaniana, que en todo caso se limita a escenarios micro-sociales, ninguno de esos autores evoca en forma directa el tema de la desconfianza, lo que incita a pensar que si, en uno u otro caso, el proceso por ellos analizado se detiene abruptamente (por traición de la confianza por una de las partes, por ejemplo) la consecuencia es inevitablemente la pérdida de aquélla, o sea la aparición de la no-confianza y que algunos podrían asimilar a la idea de desconfianza. Cabe por último una mención particular a la obra de Giddens, para quien la confianza tiene un fundamento pre-moderno, basado en una creencia o en la fe en algo/alguien pero también un fundamento propiamente moderno, a partir más bien de una racionalidad y de una lógica empírica. Giddens señala: “la confianza básica es fundamental para la relación entre las rutinas diarias y las apariencias normales. En las circunstancias de la vida cotidiana, la confianza básica se expresa dejando en suspenso los posibles sucesos o cuestiones que, de lo contrario, podrían ser causa de alarma. Lo que otras personas parecen hacer y ser se considera generalmente idéntico a lo que realmente hacen y son” (1995:163).

Pero la antropología en particular nos adentra en el terreno de la cultura y al hacerlo nos muestra (por ejemplo Geertz) que ésta es principalmente –y dicho a la manera de los fenomenólogos– mundo significado a través de la experiencia social del mismo y que se transmite de manera intergeneracional; una cultura es entonces, a la vez, formas propias del pensamiento, estilos del hacer, prácticas individuales y colectivas diversas, etc., es decir un conjunto de elementos materiales e inmateriales válidos para el ejercicio mismo de la vida social que son heredados por una generación desde la anterior en forma sucesiva. Desde este punto de vista, el fenómeno de la desconfianza podría tener otro tipo de génesis, esta vez sin vinculación alguna con quiebres de procesos en curso de construcción de confianza. En efecto, con cargo a una historia ancestral, una cultura puede inculcar por la vía de la socialización tanto primaria como secundaria la nula confianza hacia determinados pueblos considerados secularmente como hostiles, también hacia determinadas formas culturales cuya sola exogeneidad avasalladora podría acarrear riesgos para la sobrevivencia de la cultura propia, etc. La desconfianza, en estos términos, tiene su origen ya no en factores afectivos que generalmente suelen acompañar rupturas de la confianza (como sería el caso de una relación amorosa, por ejemplo), sino en significaciones socialmente compartidas –bajo la forma de estereotipos muchas veces– que son transmitidas de una generación a otra y que en sus contenidos no favorecen la germinación y desarrollo de confianza en otros grupos étnicos, mediante, por ejemplo, el recurso al estereotipo negativo y al estigma.

De modo entonces que la desconfianza tiene finalmente dos fuentes posibles de emergencia: por quiebre o por no adquisición. Pero éste no es el único aspecto de la desconfianza en el cual se debe reflexionar, puesto que ella tiene, por ejemplo, tres niveles de manifestación: uno macro, que remite al tipo de relaciones que establecen los individuos con el Estado o con el Mercado; otro meso, que evoca las relaciones intergrupales de distinta naturaleza; por último un nivel micro, que plantea el problema de las relaciones interpersonales. A primera vista, ya sea por vocación o por historia, la sociología, la antropología y la psicología, parecieran poder distribuirse respectivamente los estudios en los tres niveles antes señalados. Sin embargo, lo que predomina más bien –y tal como lo insinuábamos más arriba– es la ausencia de investigaciones específicas, dada la denegación objetual que hemos observado.

En este contexto nos podemos interrogar acerca de lo que sí se está haciendo en campos conexos de estudios y, por ende, los eventuales vínculos temáticos, en sentido amplio, con aquello en lo cual algunos investigadores vienen trabajando desde hace ya bastante tiempo. Por ejemplo, podríamos intentar establecer algún puente entre las preocupaciones nuestras y las de Pierre Rosanvallon –quien integra el vocablo “desconfianza” en el subtítulo de uno de sus libros– y las dificultades estructurales de la democracia representativa. O también con la línea más antigua seguida por autores como por ejemplo Ralf Dahrendorf y su intención de trabajar en torno a una teoría de los conflictos. Y más recientemente Ulrich Beck y su conocido concepto de sociedad de riesgo, con el tema del individualismo y el descuelgue de los sentidos comunitarios, además de las nuevas incertidumbres. Cómo omitir en esta misma línea el trabajo de Robert Castel y la proliferación actual de incertidumbres que corroen fuertemente las subjetividades sociales contemporáneas. Una hipótesis interesante podría consistir en decir que a mayor complejidad en sociedades de capitalismo integrado (globalizado, planetarizado) corresponde una mayor desconfianza de los ciudadanos. En sociología latinoamericana en particular (por ejemplo, el brasileño Octavio Ianni) se ha observado que uno de los problemas fundamentales de la “globalización” era la ausencia de control social sobre las operaciones que tienen lugar en el marco de aquélla, es decir, la transformación de los ciudadanos en actores pasivos de los procesos en curso, con lo cual, desde nuestro punto de vista, no se podría esperar algo que no sea precisamente una profundización de la desconfianza social.

La incertidumbre social, con alcances multidimensionales (política, económica, social, familiar, espiritual, etc.), es productora de miedos sociales y el parentesco de estos últimos con desconfianzas debidamente estructuradas es muy cercano. Ahora bien, tal incertidumbre se condice plenamente con aquellos procesos de gran escala –la mundialización del capitalismo, por ejemplo– acerca de los cuales no se percibe forma de control social alguno. Y cuando se establece un imaginario de distanciamiento con algún tipo de fenómeno o proceso, entonces las posibilidades de control social son aún menores. Latour expone y nos sugiere la fórmula proveniente del pensamiento científico occidental que consiste en la invención pura y simple de un mundo que nos es “externo”, que adquiere –según él– la forma algo enigmática de la “sociedad”, como forma de mantener “la muchedumbre a raya”. Ahora bien, aquello que tenía origen en la ciencia ha pasado luego a formar parte de la doxa y, en tal sentido, el autor dice que porque “queremos repeler a la irascible multitud, necesitamos un mundo que sea totalmente externo, ¡aunque sin dejar por ello de resultar accesible!” (Latour 2001:26). Asumiendo este aspecto central de la reflexión del autor antes mencionado, no podemos sino constatar que en nuestro lenguaje cotidiano, rutinizado, el común de los ciudadanos nos referimos a la sociedad como si se tratara de una entidad abstracta, algo lejana, definitivamente apartada de la naturaleza. Sucede que con la “sociedad” parecemos tener una relación ambigua: la de pertenencia y no pertenencia a la vez. Quizás no sea muy aventurado decir que con estos imaginarios sociales del extrañamiento, la desconfianza social sea un producto previsible. Bourdieu sugiere por último que con el fenómeno singular de histéresis, o sea esas “prácticas que son objetivamente inadaptadas a las condiciones presentes porque están objetivamente ajustadas a condiciones obsoletas o abolidas” (1993:105), se puede originar ya sea resignación o descontento, lo cual subentendería como punto de partida la desconfianza.

Considerando pues el conjunto de estas aportaciones nos parece que se requiere un marco teórico más preciso para el estudio de la desconfianza en cualquiera de sus dos versiones de gestación. Una posibilidad –por cierto no exclusiva ni excluyente– la brinda la teoría de los imaginarios sociales en la cual hemos venido trabajando desde hace ya muchos años.

La desconfianza en el campo de estudio de los imaginarios sociales

El campo de estudios de los imaginarios sociales es un terreno fértil, desde el punto de vista de sus antecedentes en las ciencias sociales y de gran actualidad por su aplicabilidad a diversos ámbitos de la vida social. Ya en los inicios de la sociología como disciplina científica autónoma, en su estudio sobre las representaciones colectivas, introduciendo un punto de inflexión importante con el positivismo que le precedió, Durkheim destacó el carácter inherente de la representación subjetiva que la sociedad tiene de sí misma, sublimando sus atributos para mantener su propia cohesión interna. Un buen ejemplo de esta concepción lo brinda la religión, que según el discurso durkheimiano obedece a este fenómeno de auto-sublimación a través de la gestación de una moral, que reúne tanto prescripciones como proscripciones, a la imagen del totemismo y el tema del tabú asociado a este último. El concepto de representaciones sociales será retomado medio siglo después con un desarrollo más específico por Moscovici, pero también por Jodelet esta vez en el marco de la psicología social. En otra ocasión se ha discutido acerca de las diferencias y semejanzas que este concepto tiene con aquél de imaginarios sociales (Baeza 2008).

Los imaginarios sociales, en tanto concepto claramente diferenciado, emerge a través de la obra de un filósofo, Castoriadis, quien explicita que, habiendo una indeterminación absoluta de la especie humana, las sociedades no tienen ningún fundamento metafísico, ni biológico, ni de cualquier otra naturaleza. Devuelve así a los seres humanos la responsabilidad de configurar en la praxis social misma ciertas formas de convivencia que no son otras que instituciones imaginario-sociales, es decir formas intersubjetivamente aceptadas. Por cierto, el autor distingue dos alcances de los imaginarios sociales: son a la vez, facultad instituyente, pero también formas ya instituidas, lo cual genera una tensión entre heteronomía (o pensamiento heredado) y autonomía (o capacidad creativa).

Castoriadis señalaba además que los imaginarios sociales configuran identidad colectiva, pues los conglomerados humanos incorporan códigos compartidos en el pensar, el decir y el actuar. Esto es válido para cualquier tipo de sociedades, constituyendo lo que conocemos como cultura, en un claro sentido histórico-social. Dicho en términos de Caillois, representaciones en la piedra, obras de arte o productos científicos, se sitúan en el mismo orden de representación de la sociedad, pues desde un punto de vista fenomenológico la imaginación precedería siempre a la construcción de realidad.

Desde la antropología, Durand, activo miembro del llamado Círculo de Eranos (co-fundado por Jung en 1933 y al cual pertenecieron connotados intelectuales tales como Eliade, Campbell, Kerényi, Corbin, entre muchos más), señala la necesidad de desconfiar del racionalismo iconoclasta moderno que impone códigos arbitrarios en nombre de un saber objetivo. En su teoría de la imaginación simbólica y material propone un enfoque “mitodológico” y arquetípico de la imaginación creadora, asignando a lo imaginario un lugar natural en la producción simbólica y en la estructura del mito, con efectos positivos, por ejemplo por el hecho de su potencial de eufemización de fenómenos vividos por un conglomerado humano: “la imaginación simbólica es un factor de equilibrio psicosocial” (Durand 1964:119). De lo anterior se desprende que lo imaginario es una facultad por medio de la cual los individuos y la sociedad interpretan el mundo y se relacionan con el entorno. Por ende, señala este mismo autor, “una pedagogía de la imaginación se impone al lado de la cultura física y aquélla del razonamiento” (1964:497).

En una perspectiva pluridisciplinar, Edgar Morin señalaba que lo imaginario se encuentra estrechamente ligado en sus orígenes (al igual que la magia y el mito) a la edificación de un recurso cultural necesario para afrontar el destino natural del hombre, donde en sus orígenes la propia cultura sería una suerte de recurso humano para trascender la naturaleza biológica. Distintos autores, especialmente españoles y franceses, han orientado sus trabajos en direcciones muy heterogéneas pero igualmente valiosas.

En los términos sociológicos de Carretero, por ejemplo, siguiendo en algunos aspectos a Durand y a Bachelard, lo imaginario se caracteriza como fuente de creación de posibilidades alternativas de realidad, como aquello que permite instaurar una suerte de “irrealidad” por medio de la cual transmuta la realidad establecida. Ledrut abre una discusión acerca de la dicotomía falsa entre lo material y lo imaginario, una pista teórica que también fue recorrida por Godelier y su análisis crítico de la dialéctica, en sentido tanto hegeliano como marxista. Por su parte, para el sociólogo español Juan-Luis Pintos, a partir de una concepción teórica constructivista sistémica, los imaginarios sociales son esquemas de inteligibilidad de lo social, incluso en los términos de creación proyectiva de una sociedad. Baczko introduce una relación entre imaginarios sociales y poder confiscador de autonomía y manipulador de símbolos que permitan garantizar la conservación o reproducción de aquél. El sociólogo posmodernista Maffesoli ve en las manifestaciones de la capacidad creadora de la imaginación social una forma de superar las llamadas “promesas incumplidas de la modernidad”, creando nuevas formas de vínculo social, sin el peso histórico del racionalismo occidental.

Finalmente, para nuestra investigación sobre imaginarios sociales y desconfianza, entenderemos en primer lugar los imaginarios sociales como múltiples y variadas construcciones mentales compartidas de significancia práctica del mundo, en sentido amplio, destinadas al otorgamiento de sentido existencial. La desconfianza tendría en tal sentido, un trasfondo imaginario social. Lo que equivale a decir que la desconfianza, en estos términos, tiene su origen ya no principalmente en factores afectivos que generalmente suelen acompañar rupturas de la confianza, sino en significaciones socialmente compartidas. En otras palabras, la desconfianza es observable a través de construcciones sociales de realidad marcadas, en este caso preciso, por la ausencia de confianza.

Emergencia de la desconfianza y su relación con el descontento en la sociedad chilena de la post-dictadura

Desde hace algún tiempo, se viene sosteniendo que en el Chile actual la población se encuentra insatisfecha con el modelo de sociedad que ha imperado en los últimos treinta años. Ha sido mérito de Lechner el hecho de advertir que la materialidad creciente del bienestar no se condecía con un sentimiento de malestar ciudadano, así como el carácter procedimental de la democracia no satisfacía a la ciudadanía, razones por las cuales se debía orientar la mirada analítica a la dimensión subjetiva de la política en particular, a la subjetividad social en general. Lechner evoca una fuerte “erosión de los mapas mentales” por cambios culturales importantes: “Las transformaciones en curso implican una reformulación de nuestras claves interpretativas de la realidad social. A mi entender, a la mencionada crisis de los mapas ideológicos subyace una erosión de los mapas cognitivos. No contamos con códigos adecuados para dar cuenta de la nueva complejidad social. Los esquemas tradicionales con sus distinciones entre política y economía, estado y sociedad civil, público y privado, ya no logran representar adecuadamente el nuevo entramado” (Lechner 2006:29).

Al respecto, son especialmente útiles los estudios recientes acerca de la subjetividad de la población, como los sucesivos Informes de Desarrollo Humano publicados por el PNUD, en particular desde 1998, entre otros estudios y encuestas que recogen la subjetividad de las y los chilenos (por ejemplo, la serie de Encuestas Nacionales de Juventud, INJUV). Cada uno de ellos entrega pistas interesantes para el estudio y la comprensión de la desconfianza, en tanto proceso, desde los primeros años del retorno a la democracia.

Por ejemplo, se ha planteado la existencia del malestar social a partir de la existencia de un proceso acelerado de cambios (y el consecuente peso de la cultura tradicional); el hecho de una complejidad creciente de la vida social (con la irrupción violenta de nuevas tecnologías); el fenómeno de la individualización (en relación con el quiebre del vínculo social anterior); y la factibilidad o no de proyectos individuales (la cuestión de las oportunidades y de las amenazas). Respecto de la desconfianza, se ha señalado que ésta refiere a una asociatividad débil; que la misma estaría vinculada al fenómeno del abstencionismo electoral y a la manifestación de dudas acerca de la democracia, así como al surgimiento y la crisis de nuevas aspiraciones entre la población, unidas a un debilitamiento de la autoimagen y una opacidad de las miradas referidas al futuro.

El tema de la desconfianza estaría igualmente asociado a problemas de identidad colectiva (lo chileno es considerado “poco creíble”) e individual (cuestión que se une a cambios en la institución familiar); y a problemas asociados directamente, al modelo económico, con la percepción según la cual habría en él “ganadores” y también “perdedores”. De esta manera la desconfianza se vincula paulatinamente con el tema del poder y, particularmente, con temas tales como los cambios intervenidos en los imaginarios sociales del poder, a través de una crítica de la política elitista, la existencia de un anhelo de participación ciudadana, un manifiesto rechazo de los autoritarismos y un ámbito extendido a otras formas consideradas abusivas del ejercicio de la autoridad (trabajo, familia, etc.). Más adelante emerge el tema de la llamada “brecha digital”, en especial tratándose de sectores desfavorecidos de la población, lo cual puede incidir en fenómenos de desconfianza, en particular tratándose de poblaciones de adultos mayores.

Hacia el fin de la primera década de retorno a la democracia, el malestar parece focalizarse en materia de salud y educación. También emerge, en materia de derechos, la cuestión problemática en el plano laboral, así como las diferencias de género, las desigualdades en el trato dado a hombres y a mujeres tanto en la familia (violencia intrafamiliar y femicidios) como en el trabajo (inequidades salariales, por ejemplo).

En esta secuencia, se observa la prevalencia de los efectos de un proceso cada vez más manifiesto de desconfianza y malestar en Chile, que invita abiertamente a pensar la existencia de una subjetividad negativa en Chile. Así es como si bien se ha sostenido que en un principio ese malestar era difuso, se encontraba contenido y no se expresaba socialmente, en la actualidad se trataría de un tipo de malestar cada vez más explícito y activo, el que se expresaría de manera colectiva. El incremento de las manifestaciones sociales y del malestar de las personas con la sociedad, se daría en paralelo al aumento de la satisfacción de la población con sus vidas personales y el malestar con la sociedad no es solo coyuntural, sino de larga data, y que por lo tanto también puede entenderse como un modo de relación de los ciudadanos con la sociedad.

Ahora bien, este malestar ciudadano fue también analizado a través de la emergencia de acontecimientos en la prensa nacional escrita (El Mercurio para el análisis a nivel nacional y el diario El Sur para el análisis regional), entre 1990 y 2013, que de un modo u otro suscribe a un imaginario dominante. Hemos así rastreado en un conjunto de ámbitos sociales sensibles, ciertas expresiones de malestar y descontento de la población en el país, lo cual puede graficarse bajo la forma de un proceso que va desde la vivencia o planteamiento de un problema a la interpelación de la autoridad.

Para ese período se ha pesquisado la noticia de conflictos y emergencia de desconfianza a través de 25 temas, que pueden interpretarse en grandes sub-áreas, como son: emergencia del fenómeno de la desconfianza a nivel micro (referido a relaciones entre individuos en los planos laboral y territorial); desconfianza a nivel meso (referido a relaciones entre grupos sociales o entre personas e instituciones cercanas como el municipio, entre otras); y especialmente, desconfianza a nivel macro (referido a relaciones entre individuos y el Estado y/o el Mercado), la que se refleja a su vez en varios subsistemas: desconfianza en el sistema político, con el subsecuente cuestionamiento a la democracia; emergencia de la desconfianza en el mercado, con el efecto que este tiene en materia laboral, de salud, de educación y también de prácticas económicas; desconfianza en el sistema de justicia; emergencia de la desconfianza en materia de derechos humanos; emergencia de la desconfianza en materia de seguridad ciudadana.

También, y basándonos en una serie de entrevistas en profundidad realizadas a dirigentes de movimientos nacionales, hemos podido rastrear un conjunto de opiniones y percepciones acerca de sus propias interpretaciones de la desconfianza y el descontento en los temas previamente consignados. A manera de hipótesis de trabajo hemos planteado entonces una secuencia posible que puede contribuir al análisis longitudinal de los acontecimientos señalados por la prensa escrita y estudiados en los discursos de los actores sociales, de la manera como lo representa el gráfico siguiente:

Duda problemática => Desconfianza => Descontento => Interpelación

Así, podemos señalar que se observa con nitidez que hay emergencia en las últimas décadas de un tipo de imaginario social en Chile que, por el hecho de ser la nuestra una modernidad sui generis, léase una de las tantas modernidades, a menudo confundida en América Latina con modernización, no exenta de estructuras y valores pre-modernos, ha llevado a cabo procesos imperfectos de individualización, sobre la base de algunas creencias y principios valóricos de tipo pre-moderno. Se le observa en Chile como producto cultural de la ideología consumista inherente al modelo neoliberal. Descansa tal imaginario sobre dos principios activos fundamentales:

a) la primacía del individuo y la axiomática del pensamiento individualista como base de todo discurso acerca del éxito. A considerar aquí la supuesta ventaja ontológica de solamente considerarse a sí mismo como la realidad suprema a proteger;

b) el ánimo compulsivo de posesión de bienes materiales y su consiguiente acumulación como demostración simbólica del éxito individual al interior de un determinado medio social.

Ese imaginario social tiene en su trasfondo la figura arquetípica de un Dionisos orgiástico, vale decir, desde un punto de vista simbólico, este personaje es la encarnación mitológica de la experiencia humana del goce en un tiempo presente que se hace permanente, sin la inquietud de un mañana que pasa a ser una dimensión sólo hipotética del tiempo, y del desarrollo de un importante narcisismo, con énfasis en las solas apariencias. La ostentación supera así la ética de la moderación, en otras palabras, lo superfluo a lo necesario. La despenalización del enriquecimiento llega entonces por otras vías que no son las de una ética protestante en sentido weberiano, consolidando así un retroceso histórico de la moral católica. Se ha sugerido en otro momento el surgimiento de una ética del dinero.

Necesita este nuevo imaginario social apoyarse, en términos estrictos de confianza, vale decir en el sentido pre-moderno ya señalado, simultáneamente en el funcionamiento adecuado del mercado y, en una estrecha conexión con lo anterior, en un individuo aislado de la sociedad; lo político, lo asociativo, lo reivindicativo social, constituyen una preocupación prescindible (o, en el mejor de los casos, meramente utilitaria), en la medida en que la plenitud es sólo individual. Mercado e individuo devienen entonces sendos valores absolutos. En términos de sentido existencial, el consumismo opera como una suerte de sentido primordial, en desmedro de otros sentidos existenciales posibles.

Genera, por el contrario, desconfianza (y miedo) todo cuanto pueda atentar contra la axiomática de ese imaginario individualista-propietario. En otras palabras, un sistema social que no permita la movilidad ascendente, un sistema político que frustre expectativas de los individuos, un personal político que mediante actos de corrupción satisfaga en primer lugar expectativas de individuos dedicados precisamente a la política, un sistema económico que sin transparencia en los mecanismos internos del mercado engañe a los individuos o que, por efecto directo o indirecto de una crisis económica, privase a los individuos de una oferta abundante de bienes, etc., adquirirían una connotación necesariamente negativa.

Un imaginario social como éste es, por lo tanto, el resultado simultáneo de:

1) el discurso ideológico neoliberal, que promueve la competencia entre las personas, el éxito material, las estrategias vitales individuales, el auto-cuidado individual, etc. Al mismo tiempo, esa ideología logra finalmente una mutación interna, en forma paradójica, que la auto-convierte en una no-ideología, descalificando cualquier otra forma ideológica posible. Lo que equivale a decir que sus contenidos se naturalizan;

2) la frustración acumulada a través de muchos años de subdesarrollo, pobreza, privaciones, que al alentar la idea de superación de tal frustración histórica por éxito macroeconómico nacional autoriza el sentimiento de “revancha” en los individuos;

3) la descalificación individualista sistemática de muchos valores colectivos que se produce cuando, en la sociedad vista como simple agregación de individuos, se la reduce conceptualmente a un uso y a un condicionamiento meramente utilitarista (con arreglo a fines individuales) que abre un punto de interrogación acerca de algunos “movimientos sociales” que, muy probablemente, no reúnan las características dadas a este concepto;

4) la descalificación sistemática de los principios democráticos que sirven de base al sistema político, que se produce cuando el sistema político es reducido comunicacional y objetivamente a la idea de “botín”, del cual cada grupo en el poder intentaría obtener el mejor de los provechos.

Se instaura así lo que podríamos denominar una suerte de nihilismo social, que somete a crítica indiscriminada todo cuanto corresponde, a la vez, a la gestión de la polis en sentido estricto y a los esquemas valóricos sociales heredados.

Reflexión final

Como lo hemos sugerido en este artículo, numerosos son los observadores y analistas –principalmente sociólogos– que han puesto el acento en nuevas problemáticas asociadas al proceso de globalización: Beck y la gestación de inéditos riesgos societales, Castel y los sentimientos de nuevas incertidumbres e inseguridades, Bauman y el descrédito de muchas de las instituciones sociales, Rosanvallon y el derrumbe de las democracias representativas, etc. Chile, naturalmente, con particularismos propios de su historia reciente en especial, no constituye una excepción en este nuevo contexto.

Lechner ha señalado, por ejemplo, que los procesos de transición son un caso límite que ilustran dramáticamente cuán difícil resulta neutralizar el miedo a las amenazas, reales o imaginarias, para explicar que estos procesos se constituyen en el lugar central de la incertidumbre. A través de nuestro trabajo, hemos visto que la población espera respuesta a sus expectativas e incertidumbres, las que no han encontrado eco en el sistema político ni en los gobiernos que han sucedido a la dictadura y que se han terminado expresando a través de voces de odio y repudio.

Como una profecía auto-cumplida, el sistema democrático se ha ido alejando de su promesa de otorgar certezas y conciliar intereses. En democracia, conforme a lo señalado por Germani, una de las paradojas de los procesos de modernización en América Latina es que mientras las democracias legitiman las transformaciones sociales a través de la legalización de los actos, generan al mismo tiempo incertidumbres y por ende debilitamiento de la misma al demostrar que toda verdad definida por el populismo o el autoritarismo puede ser revocada a través de los procesos institucionales propios de la legalidad. En palabras de Lechner: “La misma secularización de la sociedad que mediante la legitimación del cambio social y la creciente especialización de roles e instituciones hace posible a la democracia, también la socava por el cuestionamiento ilimitado de todo lo establecido” (2006:426).

Se entiende para los efectos del trabajo cualitativo que los resultados no pueden ser sino parciales; sin embargo, partimos de la premisa según la cual en investigación cualitativa los análisis de los materiales recogidos en terreno se realizan y transforman a medida que se obtiene tal información, siguiendo así una lógica hermenéutica de interpretación de los mismos. Por ende, es necesario advertir igualmente que tales resultados pueden ser objeto de nuevas interpretaciones y de nuevos análisis en el curso de la investigación propiamente tal, mediante triangulaciones: “La triangulación implica el uso de fuentes múltiples y diversas de información y, junto con la comprobación de las transcripciones, del análisis o de ambas cosas con los participantes, puede indicar nuevas líneas de investigación y nuevas interpretaciones” (Gibbs 2012:139).

Por esta vía se ha descubierto, en primer lugar, que entre desconfianza y descontento hay una relación factual en numerosos temas propios de la sociedad chilena de hoy y, en segundo lugar, que la desconfianza tiene, en tanto fenómeno social, dos matrices socio-imaginarias muy diferentes entre sí, como se intenta demostrar en estas páginas. De esta manera, podemos señalar que en el Chile actual, tanto el descontento como la desconfianza constituyen formas modernas de construcción socio-imaginarias de relaciones sociales, dando cuenta de la emergencia de un nuevo imaginario social en el Chile de la post-dictadura.

Finalmente, es interesante plantear problemáticas sociales como las aquí expuestas con una renovación de la mirada, con una creatividad epistémica, y con la instauración de nuevas formas de reflexionar acerca de la realidad social y de interpretar los hallazgos de trabajos en el marco de nuestras disciplinas, a efectos de mejor comprender las relaciones que pueden existir entre la teoría y la práctica, y su vínculo indispensable con una epistemología de orientación fenomenológica.

Nota

Este artículo es parte del proyecto de investigación Fondecyt N° 1130738. Los autores agradecen a CONICYT Chile por el financiamiento.

Bibliografía

Baeza, M. A. 2008. Mundo real, mundo imaginario social. Santiago: RIL

Bourdieu, P. 1993. El sentido práctico. Madrid: Taurus

Durand, G. 1964. L’imagination symbolique. Paris: Presses Universitaires de France.

Gibbs, G. 2012. El análisis de datos cualitativos en investigación cualitativa. Madrid: Morata.

Giddens, A. 1995. Modernidad e identidad del yo. Barcelona: Península.

Goffman, E. 1981. La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu

Hobbes, T. 1980. Leviatan. México: FCE.

Latour, B. 2001. La esperanza de Pandora. Barcelona: Gedisa.

Lechner, N. 2006. Obras escogidas. Santiago: LOM.

Rousseau, J. J. 1923. Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Madrid: Espasa-Calpe.

 

Recibido el 19 Dic 2014
Aceptado el 25 Abr 2015

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X