Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Jiménez, C. 1997. Entre los umbrales de la realidad. Cinta moebio 2: 100-105

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Entre los umbrales de la realidad

Between the threshold of reality

Carolina Jiménez. Licenciada en Arqueología. Universidad de Chile.

El devenir del cambio

La revisión de los diferentes planteamientos epistemológicos de la ciencia desarrollados -principalmente- a lo largo del siglo XX, junto con la situación actual de la epistemología, no hacen más que revelarnos el paso de una postura positivista hacia la adopción de diversos paradigmas que convendremos en denominar genéricamente "constructivistas". Los paradigmas positivistas, los cuales son los fundadores de nuestras disciplinas, han perdido casi radicalmente su anterior hegemonía, lo cual se hace evidente en las críticas de las cuales han sido blanco tanto desde dentro de sí como desde fuera por parte de otros paradigmas. La crítica interna se ha hecho sentir fundamentalmente en los planteamientos de Popper, por cuanto éste cuestiona la validez de los procedimientos tradicionales aplicados en la validación científica de las teorías. La crítica externa tiene que ver más que nada con el advenimiento de niveles cada vez más crecientes en la complejidad de la sociedad, como marco global, que traen consigo el desarrollo de la posmodernidad, implicando un rechazo absoluto a cualquier teoría de tipo totalizante.

Es en este contexto en donde comienzan a adquirir cada vez mayor fuerza las teorías de tipo constructivista, las cuales nos desafían a replantearnos por completo todo aquello que entendemos por realidad y, más aún, aquello que hasta entonces habíamos entendido como realidad social. Nos plantean la necesidad de revisar el cómo conocemos, ofreciéndonos, de esta manera, una nueva perspectiva para lograr la comprensión de los fenómenos sociales constituyentes de la realidad social dentro de la cual nos encontramos inmersos. Es en relación a esta reconsideración de la realidad y de la forma en que nos acercamos a ella, el tema en torno al cual deseo desarrollar las siguientes líneas.

Dado que los constructivistas no pueden resolver concluyentemente acerca de status ontológico de la realidad, ya sea aceptándola o negándola, se desligan de ese problema y abordan el tema de la realidad desde un nuevo punto de vista, a saber, en relación a la forma como accedemos a ella. Por lo tanto, la discusión y el punto de interés se traslada desde el objeto -la realidad-hacia el observador y las condiciones en que tiene lugar la observación. No obstante, aparece casi como una constante, en estas posturas constructivistas un acuerdo a no aceptar la existencia de una realidad caracterizada como objetiva, trascendental e independiente del observador, del sujeto o individuo que se enfrenta a ella. Por esto plantean un drástico cambio ante las anteriores perspectivas positivistas, cuya característica esencial radica en la consideración de que la realidad de hecho existe de forma efectiva con absoluta independencia del sujeto-observador cognoscente. Esta de por sí se considera objetiva y se erige casi ajena del observador, por lo que se podría entonces llegar a conocer la verdadera realidad, que es una por excelencia. Esta postura fuerza a suponer que hay un único punto de vista, una única mirada posible de la realidad, a la cual sería factible acceder a través de los métodos clásicos propuestos para lograr conocimiento; de esta manera, se plantea que sería posible llegar a conocer la mirada de Dios, por cuanto El es el único capaz de ver la realidad en su plenitud.

Sin embargo, los nuevos paradigmas de las Ciencias Sociales, junto con la notoria tendencia posmoderna generalizada a todos los ámbitos de la sociedad, nos devuelven valores que se perdían en el marco de los paradigmas positivistas. Principalmente me refiero al rescate que se hace de lo individual, de la innegable importancia que la subjetividad juega en la constitución de lo social y de la realidad. También aludo al rechazo absoluto que se tiene ante cualquier teoría de tipo totalizante y uniformista; al interés por destacar la relatividad del conocimiento de la realidad; al predominio de una idea de fragmentación y de permisividad; y al desarrollo de una actitud de enjuiciamiento ante la ciencia y la tecnología, entre otras características propias del fenómeno de la posmodernidad.

En este sentido, los constructivistas al no aceptar la existencia de una realidad objetiva, sino que al considerarla como necesariamente dependiente a lo que los observadores individuales hacen, toman como eje central de sus planteamientos al sujeto y el ámbito de sus experiencias individuales en la constitución de la realidad, al mismo tiempo que abren la puerta a la relativización de la realidad. Asistimos entonces a una concepción de la realidad en la que tiene lugar una suerte de aceptación de los diferentes discursos existentes relativos a un mismo fenómeno o situación. Esto porque se ha llegado a comprender que las diferentes explicaciones de la realidad, en su conjunto y no por separado, pueden dar cuenta de una forma mucho más acabada lo que nos interesa explicar.

Se deja así de lado la antigua concepción positivista de la ciencia, según la cual, las nuevas teorías desarrolladas irían desplazando a las anteriores, por cuanto estas últimas estarían dando cuenta de una manera más adecuada el fenómeno a explicar. En ese esquema, los aportes o contribuciones que algunas teorías hubieran logrado son prácticamente dejados de lado a medida que aparecen las nuevas hipótesis que vienen realmente a sustituir a las anteriores explicaciones. Más que nada este esquema da cuenta de un proceso acumulativo de conocimiento, en el cual no se deja cabida a la coexistencia de teorías dispares o disimiles que, en su conjunto, pudieran llegar a entregarnos una visión más holística de un determinado fenómeno.

La fuerza y expansión del relativismo

En la postura constructivista podemos reconocer claramente la existencia de un perspectivismo científico. A partir de la aceptación de este perspectivismo, los científicos se orientan en sus investigaciones y, por ende, en sus explicaciones con respecto a la posición a través de la cual experimentan y generan sus explicaciones. De esta manera, aparece la posibilidad de que explicaciones diferentes sean consideradas como válidas según satisfagan los criterios preestablecidos en el ámbito particular desde el cual son generadas. Así, la aceptación de varias explicaciones simultáneas permite que ganen terreno las nociones relativas a los ámbitos de experiencias individuales - espacio donde la realidad se constituye como algo concreto para los seres humanos, y donde adquiere sentido -en desmedro de la noción de un único universo totalizante. Así, las explicaciones, descripciones y reflexiones que hacemos de la realidad también adquieren sentido dentro del ámbito de las experiencias individuales. A la vez que se enfatiza la necesidad de crear enfoques inter y multidisciplinarios para la comprensión de la realidad.

Ahora bien, podríamos plantearnos entonces que ante este rescate de las perspectivas individuales y la validación de diversas descripciones y explicaciones de la realidad y, en especial, en relación a un mismo fenómeno particular, nos encontraremos ante una suerte de hiperrelativismo en el que la idea de un fenómeno social, de un mundo social, parece prácticamente insostenible. Estas diversas construcciones de mundo individuales bien podrían no llegar a tocarse nunca, por lo que podrían existir tantas realidades como observadores individuales existan y la construcción de una realidad social sería un proyecto irrealizable debido a que la idea de una realidad social no sería más que una mera ilusión. Cabe entonces preguntarse como es que se puede llegar a construir un mundo social a partir de esta perspectiva constructivista de la realidad.

Este problema se agudiza aún más si aceptamos los planteamientos encontrados en Von Foerster (1990), para quien toda experiencia es un fenómeno que ocurre necesariamente entre un observador y el mundo cuya característica esencial es su incapacidad de ser transferible o comunicable a otros observadores debido a que toda esta interacción tiene lugar exclusivamente a nivel cerebral. Según esto, la existencia de una infinidad de mundos o realidades sería algo innegable e insalvable debido al carácter no comunicable de las experiencias individuales; en definitiva, desde esta perspectiva estaríamos asistiendo a la muerte de todo fenómeno social que se vería ampliamente superado por la constitución biológica del ser humano -en una suerte de determinismo estructural- a partir de la cual se hace imposible lograr transferir las experiencias y, por ende, compartirlas con otros en un ámbito que definimos como social.

No obstante, y gracias a Dios, la situación no parece ser tan extrema. Si bien es cierto que las construcciones de mundo se determinan de una forma importante a partir de las experiencias individuales y, en último término, por las necesidades individuales y el cúmulo de experiencias individuales que determinan que un observador interprete un determinado fenómeno de una manera, a veces diametralmente opuesta a la interpretación que otro observador igualmente capacitado hace del mismo, contamos con ciertos mecanismos -definidos en nuestra estructura humana- que nos permiten transmitir y hacer comunicables nuestras experiencias y sus explicaciones a otros, a la vez que podemos validarlas y convertirlas en explicaciones aceptables para otros individuos. Me refiero en especial al lenguaje como el mecanismo por excelencia que da forma a lo social.

Mundo Social: las bases para su creación

El lenguaje es una de las propiedades que nos definen como seres humanos individuales y sociales. Es en el lenguaje donde elaboramos, desde las distinciones más básicas hasta las más complejas que nos permiten acercarnos al mundo. Este universo de categorías sólo se constituye en y por el lenguaje, por lo que, es en él donde comenzamos a construir la realidad y a partir de él logramos que esta realidad construida sea traspasada y comunicada a otros. Es también en virtud del lenguaje y de los vínculos comunicativos que establecemos, que los otros aceptan o rechazan las descripciones de mundo elaboradas por un individuo particular, definiendo de esta manera, la participación consensual en una cierta visión de mundo por parte de determinados observadores.

Si revisamos el análisis planteado por Schutz (1974) relativo al personaje central de "El Quijote de la Mancha", veremos que el problema que se le presenta a éste radica específicamente en que él se está moviendo en una realidad que integra órdenes diversos de realidad, es decir, que se mueve entre diferentes subuniversos simbólicos de significado. La adscripción relativa, según las circunstancias, a estos órdenes distintos de realidad obligan a que el individuo se esfuerce por integrar estas diferencias buscando explicaciones que se encuentran, la mayoría de las veces, fuera de los límites de la realidad cotidiana por excelencia.

De esta forma, el Quijote hace uso de recursos que se encuentran validados únicamente dentro de su subuniverso (ej.; el encantamiento) para así lograr conciliar las diferentes interpretaciones que él y los otros hacen de los mismos fenómenos. Y, al parecer, en el acceso a este subuniverso simbólico distinto y discordante con el de la realidad cotidiana, el Quijote encuentra, al menos transitoriamente, las validaciones que necesita para legitimar su interpretación de sus experiencias subjetivas diametralmente opuestas a las experimentadas por los otros. Sin embargo, en algún punto, este recurso de buscar otros universos, o bien, subuniversos de significado, ya no es sustentable para el Quijote, con lo cual se produce irremediablemente el quiebre y, por ende, el individuo se enfrenta ante el fracaso que le obliga a asumir sus experiencias como irreales y no viables en la realidad cotidiana, aceptada como tal consensualmente.

Es precisamente cuando los otros intentan establecer un subuniverso dentro del cual se pueda crear un discurso común entre la realidad cotidiana y la realidad de el Quijote, cuando asistimos a esta pérdida irremediable de fe que experimenta el Quijote en relación a su mundo. Esto se debe a que el subuniverso creado nunca es construido con un carácter de real, sino que más bien, desde sus primeros momentos es concebido como un universo ficticio que existirá dentro de la realidad de la vida cotidiana con el único propósito de erigirlo como un universo discursivo común para ambos.

De esta manera, el Quijote se da cuenta de que a partir de su esquema interpretativo no puede acceder a las experiencias fácticas de los otros, y que la comunicación con los otros consiste en un problema de fe, en creer y aceptar como válidas las experiencias de los Sancho y que los Sancho también aceptan la veracidad de las experiencias subjetivas de el Quijote. No obstante, en la perspectiva constructivista la aceptación de las interpretaciones individuales no radica en un problema de fe, sino que, en la satisfacción que estas interpretaciones logran de ciertos criterios específicos al contexto o ámbito donde éstas se generan.

Podríamos resumir el problema de el Quijote en la no participación de éste en la construcción de mundo aceptada como válida, a la vez, que los otros personajes no participaban de la construcción de mundo individual sostenida por la experiencia de el Quijote. Según el esquema constructivista, la no aceptación se derivaría, entonces, del hecho de que las explicaciones de el Quijote no cumplirían con los criterios de aceptabilidad especificados para cada ámbito de acción. La ausencia de una participación en una esfera social de mundo termina, necesariamente, por alienar al individuo disonante, por lo que, la comunicación y la consensualidad -y no necesariamente la existencia de un entendimiento- son los aspectos fundamentales en la construcción de una realidad social.

Es decir que, ante la ausencia de una construcción compartida basada en el consenso, las explicaciones y descripciones que se construyan relativas a la realidad sólo traerán como resultado una inminente falta de integración de los individuos en marcos de referencia más amplios, que sobrepasen su propia experiencia individual y que lo remitan a un ámbito de interacción que llamamos social. Este consenso se encuentra precisamente en la aceptación de los criterios de validez, que recientemente mencionábamos, específicos a cada ámbito de la realidad. Y sólo es posible lograrlo a través de la comunicación de las experiencias, descripciones, reflexiones y explicaciones por medio del lenguaje.

Así, es válido cuestionarse como es que se hace posible la superación de una dificultad tan importante en la perspectiva constructivista. Decíamos que uno de los mecanismos es el lenguaje pero ¿es éste suficiente para acabar con toda la problemática de la construcción de una realidad social?, ¿encontramos verdaderamente las respuestas a los fundamentos más esenciales de esta construcción en el lenguaje? Y, por último, ¿se agotan con él las explicaciones que requerimos para lograr comprender como es que se pone en marcha la realidad social? Personalmente creo que si bien el lenguaje nos ayuda a comprender como es que opera la comunicación y se construye un mundo social, una esfera de participación común para diversos observadores, no logra explicarnos cuales son las motivaciones que mueven a estos individuos a construir este mundo social.

La necesidad de contar con un ámbito en donde nuestras experiencias individuales puedan ser compartidas con otros observadores puede superarse a partir del lenguaje como mecanismo generador de este espacio social que sólo se convertirá en algo real a través de las conversaciones -vínculos comunicativos portadores de información-sostenidas por medio del lenguaje. Son estas conversaciones las que hacen posible la constitución de un ámbito, de una esfera donde se compartan las experiencias y las percepciones de los individuos y se genere así la comunicación de éstas. Esta necesidad podríamos pensar que surge dentro del individuo mismo, debido a que en su existencia y en su forma de experimentar el mundo comienza a construir poco a poco una realidad propia. Ésta comienza adquirir consistencia para él y, a través del lenguaje, se le hace posible comunicarla a otros individuos que experimentan fenómenos idénticos pero de formas a veces antagónicas y otras similares.

De esta manera, en el lenguaje se nos permite comunicar visiones de mundo, realidades derivadas de las experiencias personales de los individuos, que al ser manifestadas en una nueva esfera de experiencia, que supera al ámbito de la experiencia individual, y nos sitúa en un ámbito social, nos permite conocer la existencia de otras realidades igualmente válidas y, a la vez, transferir nuestras propias experiencias a otros individuos y compartirlas con ellos en un proceso que da como resultado la aceptación o el rechazo de nuestras explicaciones y descripciones de mundo. Me parece que este fenómeno es crucial puesto que todo individuo, en su existir, se encuentra ante la necesidad de externalizar su experiencia, de hacerla tangible -demanda que se satisface a través del lenguaje y la comunicación- de manera de lograr validar su interpretación de la realidad. Esta validación ocurre sobre todo cuando nos encontramos con otros observadores individuales que comparten experiencias similares e interpretaciones asimilables que de alguna forma nos ayudan a sustentar nuestras experiencias personales y nos hablan de que el camino que recorremos no es tan equivocado ya que nos encontramos con otros que transitan el mismo sendero en idéntico sentido. Así nuestra experiencia, nuestras construcciones adquieren mayor fuerza y se validan ante nosotros mismos.

En busca de los orígenes

Sin embargo, el lenguaje y las comunicaciones no logran adentrarnos a los orígenes de lo social. ¿Cómo es que surge esta realidad social? A este respecto, la teoría de Luhmann (1991) nos sugiere planteamientos sumamente interesantes que me parecen pertinentes de rescatar. Para Luhmann, lo social -un sistema social- se constituye de comunicaciones y, por lo tanto, en cuanto exista este vínculo comunicativo nos encontraremos ante la presencia de sistemas sociales. Ahora bien, la generación de estos vínculos comunicativos o lo que equivaldría a decir, la creación de sistemas sociales, obedece a una necesidad impostergable y necesaria de reducir complejidad que nos afecta a todos los sistemas vivos, psíquicos y sociales (Rodríguez 1988).

La pregunta que nos hacemos por la realidad social, acepta dos posibles respuestas explicativas. La primera de ella nos remite al ámbito de sus causas, es decir, de cuales son las circunstancias que impulsan a la constitución de lo social; la segunda, en cambio, nos lleva al ámbito de sus efectos, es decir, a la función que estos ámbitos cumplen y que por sí mismos son capaces de explicar la existencia de una realidad social.

La teoría de Luhmann se desarrolla en torno a los efectos, por lo que se constituye como una análisis funcionalista del fenómeno social. Al igual que en el caso de Maturana, la teoría de los sistemas sociales es completa si nos situamos dentro de ella aceptando los supuestos con los cuales trabaja. De esta manera, cuando nos preguntamos por cuestiones que no se encuentran incluidas dentro de los problemas a tratar por la teoría, nos encontramos con que no tenemos salida para buscar respuestas a estos cuestionamientos. Es entonces cuando debemos aceptar que toda teoría por muy acabada que pretenda ser no puede darnos cuenta en sí misma y, sin hacer referencia a otras teorías, de todos aquellos aspectos que implicamos cuando hablamos de la realidad. En el caso particular de la teoría de los sistemas sociales, las cuestiones relativas a las causas de estos quedan sin responderse.

Ahora bien, podríamos darnos por satisfechos y considerar que las explicaciones son concluyentes. No obstante, quizás debido a alguna predisposición personal, mis preguntas tienen más bien la intención de explorar el ámbito de las causas; de cuáles son las motivaciones que llevan a los individuos hacia un mundo de interacción, de comunicación y aparente entendimiento; en definitiva, de dónde se encuentran los orígenes de este fenómeno que hemos decidido conocer como social, que pueden ayudarnos a comprender su constitución y continua reproducción en el ámbito de nuestras experiencias personales casi como una necesidad. En este sentido, creo que me acerco hacia la línea de Maturana, por cuanto, en él también se hace sentir un deseo por explorar hacia las causas. Reconozco que esta búsqueda de explicaciones podría fácilmente llevarnos a identificar ciertas causas que darían cuenta invariablemente de lo social. Sin embargo, creo que el mismo peligro podría correrse si nos movemos en el ámbito de las explicaciones funcionalistas por cuanto, me parece que si bien podemos definir cierta función para un sistema social -como lo hace Luhmann- acaso, ¿sería necesariamente ésta la única? Bien puede ser que existan otras funciones para un mismo fenómeno y en ese sentido sería interesante explorar esas nuevas posibilidades.

O sea, la pregunta se refiere a cuales son los procesos o los mecanismos que operan y hacen posibles la construcción de mundo que, a la vez de derivarse de las experiencias individuales de los observadores, posean también un referente social en donde se nos permita interactuar con otros individuos y entrar en contacto con otras experiencias individuales también únicas. Se refiere al como nosotros como individuos llegamos a aceptar los mundos que otros han construido a partir de sus ámbitos de experiencias personales.

Para Maturana (1995), la aceptación que otros hacen de nuestras explicaciones, descripciones y reflexiones, así como la aceptación que nosotros hacemos de las explicaciones de otros, se fundamentan en la satisfacción de los criterios de validez de las explicaciones según el ámbito especifico donde nos estemos situando. Creo que además de esto habría que agregar la necesidad de compartir a priori un acervo de conocimiento que nos remita a territorios comunes. En este sentido, la transmisión de generación en generación de ciertos esquemas de distinciones generados al interior de una cultura y sociedad cumplen, a mi juicio, un rol fundamental como pieza basal sobre las cuales las posteriores construcciones elaboradas adquirirán sentido para los observadores individuales. En último término, estas distinciones pueden llegar a convertirse en uno de los generadores de consensualidad entre los individuos.

Sin embargo, estas distinciones aprehendidas por los individuos a lo largo de su vida no bastan, ni agotan las explicaciones exigidas acerca de los orígenes de la realidad social, es decir, acerca de las motivaciones que hacen que un grupo de individuos se relacionen y compartan experiencias y descripciones de la realidad de manera que logran dar vida en ese relacionarse a una realidad común. Al igual que Maturana (op.cit), pienso que uno de los mecanismos generadores que puede ayudarnos a comprender cuales son las motivaciones de los individuos en esta construcción de mundo social pueden encontrarse en el ámbito de las emociones. Este es un terreno completamente ajeno a las explicaciones racionales, por cuanto en ellas se encuentran los motores que impulsan a los individuos a enfrentarse de una determinada forma impredecible ante situaciones particulares. Estas emociones son las que, en definitiva, establecen las diferencias y distinguen a los observadores individuales entre sí en sus particulares respuestas ante fenómenos idénticos. De esta manera, en las emociones encontramos el inicio de todos los procesos racionales y lógicos que tendrán lugar posteriormente durante los procesos de interacción individuo-mundo.

Este componente emocional introducido por Maturana (op.cit) para la comprensión de la realidad social, me parece de importancia vital. Esto puesto que, como seres humanos, todos hemos experimentado en algún momento la objetivación de nuestras emociones en nuestro actuar y en nuestro pensamiento, aún cuando a veces puedan existir disonancias entre ellos. En otras palabras, lo que quiero decir es que nos movemos en el mundo de las cosas, de los seres vivientes y de los seres humanos impulsados por nuestras emociones que van definiendo los ámbitos de la realidad por los cuales transitamos, a la vez, que se erigen como los motores generadores de preguntas y explicaciones en nuestro interior con referencia al mundo, al entorno circundante donde existimos y donde se dan nuestras experiencias.

Cuando las motivaciones que se encuentran en la raíz, en el origen de una explicación y reflexión son absolutamente dispares entre los individuos, es muy probable que las construcciones a la que ellos lleguen sean distintas; entonces, lo único que nos queda para que estos individuos con motivaciones distintas y construcciones de mundos ajenas puedan conciliar sus construcciones -a veces antagónicas- con respecto a una situación particular, es referirnos a este componente no racional, el cual logra introducir la posibilidad de la aceptación y, por consiguiente, de la creación de una esfera de interacción en donde se va construyendo el mundo social.

Al reconocer y aceptar que las emociones pueden ser consideradas válidamente como causas para la generación de la realidad social, no intento reducir el fenómeno social únicamente a éstas. Creo que existen otros factores igualmente posibles generadores de realidades sociales pero que al no estar formulados explícitamente en el individuo escapan a un tratamiento formal. Me refiero principalmente a aquellos aspectos que definen al individuo en su interioridad, primero como un ser espiritual, que en su externalización hacia un mundo social imprime un sello personal que debe venir de la univocidad de su ser interno. Las emociones pueden ser uno de estos factores y no se pretende considerarlas como las únicas explicaciones causales de lo social.

Por último me gustaría agregar que el mismo hecho de que las emociones son siempre cambiantes y nunca fijas, abren la posibilidad a una comprensión de la emergencia de lo social desde una perspectiva que no pretende ser rígida ni invariante, sino que más bien reconoce una causa general que en sí incluye un sinfín de posibilidades particulares para cada situación social analizada.

Bibliografía

Luhmann N. Consecuencias para la Teoría del Conocimiento. En: Sistemas Sociales: lineamientos para una teoría general. Alianza Editorial. 1991

Maturana H. La ciencia y la vida cotidiana: la ontología de las explicaciones científicas. En: El Ojo del Observador. Editorial Gedisa.

Biología del Fenómeno Social. En: Desde la Biología a la Psicología. Ed. Universitaria, 1995.

Rodríguez D. La Teoría de Sistemas de Niklas Luhmann. En: Teoría de Sistemas. Seminario 1. Editado por la Facultad de Ciencias Administrativas de la Universidad Diego Portales, 1988.

Schutz A. Don Quijote y el problema de la realidad. En: Estudios sobre Teoría Social, Amorrortu Editores, Bs. As. 1974.

Von Foerster. Bases Epistemológicas. En: Anthropos 22. Compilación de Jesús Ibañez, Barcelona. 1990.

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Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X