Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Soto, J. 2001. Psicología social. Cinta moebio 10: 34-46

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Psicología social

Social psychology

Juan Soto Ramírez. Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Iztapalapa

Introducción: El camino hacia el borde

Las historias románticamente grandes cuentan con tres elementos: dragón, princesa y caballero, que vistos de otra forma son la maldad, la bondad y la valentía, en conjunto, como unidad, no como elementos aislados. Al romance no se le podría encontrar nunca en el lloriqueo de la princesa que ha sido aislada en una torre del castillo o robada por el dragón. Tampoco puede encontrársele en la desesperación del caballero que agiganta el paso con la única finalidad de rescatar a su doncella. Mucho menos está en la furia de la bestia medioeval. Ninguno de ellos es el romance. Este último surge hasta que toda maldad, o gran parte de ella, ha sido vencida, hasta que no existe algún otro para interponerse, hasta encontrar la certeza de que la bondad es lo suficientemente lánguida para necesitar de protección, hasta demostrar que la furia que lucha por una buena causa siempre gana, hasta que se hace de la historia una historia nueva, hasta que alguien se convence de que ahí hay un buen argumento para una película y convence a los demás, etc.

La psicología social, al concebir la realidad como terceridad, ha confiado su desarrollo y modos de pensamiento a un conjunto de triangulaciones, como las historias románticas. Triangulaciones a las que ha cambiado de nombre con el paso del tiempo. Desde el denominado Interaccionismo Simbólico (barbarismo acuñado informalmente por Blumer en 1937 y no por Mead, que después los psicólogos sociales se tomaron muy en serio), hasta las Representaciones Sociales (hoy psicología de culto a la cual se le ha confundido con una amplia tradición psicosocial cuyos vestigios se pueden mirar, interpretando correctamente, en los trabajos de Durkheim de 1898). Dichas triangulaciones, aunque han trabajado con diferentes modelos de hombre o sujeto, no alcanzan a esbozar ni siquiera una epistemología del sentido común (Jaspars & Hewstone, 1984). Y eso no es todo: las conclusiones a las que se ha llegado a partir de la realización de estudios cuya sofisticación metodológica fue escrupulosamente diseñada para aislar variables que nunca están aisladas de otras en la realidad, son extremadamente parecidas a las que cualquier persona con cierto cúmulo de conocimientos disciplinarios podría ofrecer en un momento de lucidez (Asch, 1952; Heider, 1958; Allport, 1963; Hollander, 1967; Sherif & Sherif, 1969; Harré, 1979; Doise, 1980; Tajfel, 1981; Moscovici, 1984; etc.).

El endurecimiento de la "técnica" ha provocado el ablandamiento de la "teoría" y la disciplina se ha obstinado fervientemente en perfeccionar sus prácticas rituales hacia el positivismo en vez de pisar los terrenos que dominan las artes y la filosofía. Y así como el engrosamiento del poder significa el adelgazamiento de la razón, el endurecimiento de las microversiones para explicar el macrouniverso ha significado el ablandamiento de las macroversiones a las cuales ya casi no se recurre por el simple hecho de que se supone han pasado de moda (Le Bon, 1895; Durkheim, 1897; Simmel, 1911; Wundt, 1912; Huizinga, 1946; etc.). Gracias a la fe en el positivismo la puesta en marcha de pequeñas investigaciones que tienden a acumular datos, contrasta drásticamente con la producción teórica. Gracias a las modas que se cuecen en las comunidades académicas se va de un tema a otro y de la utilización de unas técnicas a otras, tal como lo hacen las jaurías una vez que han capturado una presa.

En su largo andar, la psicología social ha creado fórmulas para estudiar la realidad como los niveles de explicación (Doise, 1980). Niveles que exigen a la realidad adecuarse a la teoría cuando lo más adecuado sería que los conocimientos teóricos se ajustaran a los cambios en la realidad. Y también ha creado psicologías sociales de corte psicológico y sociológico (Blanco, 1988), como si los hombres fueran psicológicos por un lado y sociológicos por otro. Incluso, en su afán de liberarse de todo esto, también ha querido convencerse de que el socioconstructivismo es una buena opción para el pleno desarrollo de la disciplina (Ibáñez, 1989). Independientemente de las preferencias teóricas, parece sensato reconocer que al interior de la psicología social se ha abierto una brecha que no ha logrado superarse, lo cual ha permitido la confrontación abierta o disimulada de posiciones encontradas: cuantitativo - cualitativo, teórico - práctico, social - individual, duro – blando, defendidas por un conjunto de sectas académicas, cuyo objetivo en muchos casos ha sido la acumulación de poder mediante el impulso ciego de prácticas, ritos y costumbres en materia de investigación. No es azaroso que determinados tópicos como la salud reproductiva, la socialización política, la creatividad, las relaciones de pareja, las adicciones en todos sus ámbitos de expresión, las representaciones sociales y las problemáticas juveniles, sólo por mencionar algunos ejemplos de los más trillados, se hayan convertido de la noche a la mañana en el centro de interés tanto para investigadores como para estudiantes de psicología. Como si el centro de la producción psicosocial sólo estuviera ahí, es decir, en el lugar donde confluye la mayoría de las miradas. Como si lo visto por la mayoría fuese lo que debemos mirar todos los demás.

La investigación en psicología social ha sido víctima de la masificación de saberes y sentidos prácticos por lo que algunas zonas o dominios de la disciplina se fueron sobrepoblando mientras otras fueron quedando desiertas o de plano no se les tomó la atención que merecían. Es curioso que sobre espacio se haya investigado menos que sobre actitudes, representaciones sociales o adicciones, e incluso se conozca menos de lo primero que de lo demás. Sin embargo esto es claro, el espacio no es tan manejable, predecible, controlable e incluso medible como una actitud. Es una zona un tanto desconocida, sobre todo por la forma en que se le estudió en un principio (Lewin). Por ende, los grados de desarrollo en cada una de estas zonas son disímiles e inconsecuentes.

Así, cada ámbito de investigación psicosocial cuenta con un conjunto de verdades al cual se ciñen como forma de legitimar sus prácticas y modos de abordar la realidad que pretenden estudiar, pero los avances que pueden obtener, se encuentran restringidos por el énfasis marcado en lograr una forma de superioridad lograda gracias al dominio de algo que se conoce como el error. Es decir, la psicología social, como muchas otras disciplinas, se parece a un viejo camino lleno de baches donde estos últimos representan el conjunto de las imprecisiones que se han tratado de subsanar por medio del progreso técnico. Y es justo reconocer que de no ser por el error, que es algo así como un proceso, una imagen, un pensamiento o una secuencia de pensamientos percibidos como correctos por la conciencia y el conocimiento, pero que contradicen la "verdad" (Moles 1990), nuestra disciplina no podría desarrollarse.

La psicología social ha intentado delimitar su campo de acción a partir de la definición de ciertos objetos de conocimiento (Hollander, 1967; Rodrígues, 1976; Doise, 1980; Moscovici, 1984) y de esta forma se ha restringido al hacer y al pensar, tomando en cuenta que el hacer ocupa un lugar privilegiado en comparación con el pensar. Sin embargo, no podemos establecer con precisión dónde comienzan o terminan los dominios de la psicología social como tampoco podemos suponer que nuestra disciplina se encarga sólo del estudio de la interacción o los procesos mentales, por ejemplo. Quienes han considerado que la psicología social tiene un campo de estudio y un objeto particular, se han perdido en el intento de fijar límites a su propio pensamiento. Esto es una actitud burocrática. Por algo contamos con múltiples definiciones de psicología social y hacer caso a cualquiera de ellas, a parte de resultar incómodo, limita tanto el pensamiento como la práctica psicosociológica. Afirmar que la psicología es la ciencia de la mente y que la psicología social es la ciencia de los aspectos sociales de la vida mental (Turner, 1995) o que la psicología social es el estudio de la relación entre el individuo y la sociedad (Pérez, 1995), es como decir que todo lo que caiga fuera de las definiciones no es psicología social. Lo cual es absurdo. Tan absurdo como suponer que amor es el sentimiento que atrae una persona hacia otra, porque entonces amor podría ser el interés económico, político o social.

Y así como nadie puede defender que la vida es el período de tiempo entre el nacimiento y la muerte porque se trata de una definición de diccionario, nadie puede defender que la psicología social estudia lo que los libros dicen. En todo caso cada investigador cuenta con su propia definición de psicología social como de la vida y del amor. Y nunca serán iguales. Por ello unos estudian el poder, otros la influencia, algunos más el conformismo y así sucesivamente. Y mientras todos estudian lo que suponen que estudia la psicología social, nadie se ocupa de la psicología social en sí. Sea porque las definiciones alejan a la psicología social de sí misma, colocando objetos construidos artificialmente fuera de ella. La mayor parte de las definiciones de psicología social cuentan con algunas características básicas:

a) Impulsan el análisis o estudio de lo visible, relegando lo invisible a un plano de inferioridad epistemológica;

b) Apelan a la consideración de una realidad independiente del observador sobre todo en los dominios experimentales;

c) por lo que se deriva la consideración involuntaria de una realidad sin páréntesis;

d) así como el anhelo de explicar lo visible a partir de relaciones entre magnitudes, lo cual justifica el uso de la estadística y el refugio en los métodos cuantitativos para el análisis de la realidad social;

d.1) por esto hay un énfasis injustificado en querer trasladar los procesos que pertenecen al dominio de lo invisible al de lo visible, lo cual sería tratar de explicar el lenguaje con cantidades, lo cual también es imposible;

e) Se muestran amigables, quizá sin quererlo, con un conjunto de dualidades: individuo - sociedad; cuerpo – mente; objeto – sujeto;

f) Muestran una intención reunificadora demasiado inocente, pero totalitaria, al momento de establecer conclusiones por la tendencia al establecimiento de principios universales para la conducta y la cognición;

g) Descomponen la realidad en partes y una vez que se proponen armarla de nueva cuenta, les sobran piezas, como a los mecánicos automotrices.

Las definiciones intentan poner límites y considerar que la disciplina tiene límites, sería como suponer que existe un límite preciso entre psicología y sociología, o entre lingüística e historia. Llegado el punto, es imposible afirmar dónde comienza una u otra. O dónde termina cualquiera de las dos. Un conjunto, por ejemplo, representado gráficamente, termina en sus bordes. Y todos los elementos que le pertenecen están dentro del mismo (x Є A). Lo que no está dentro del borde, queda fuera del conjunto (x Є A). Un conjunto se define espacialmente por el afuera y el adentro. Aunque no tenga puertas ni ventanas. Falsamente se supone que llegar al borde del conjunto es llegar al límite, pero vayamos con calma. Si el conjunto A está compuesto por todos los números enteros positivos, los que no sean enteros ni positivos no podrán quedar dentro. Sin embargo, a uno le faltaría paciencia, vida y pulso, para enumerar a todos y cada uno de los elementos de dicho conjunto y en este sentido, aunque el conjunto tenga borde, es ilimitado. Carece de un límite preciso acerca del cual se pueda afirmar que ahí terminó. Por ello su delimitación se da como un sobre-entendido, como algo que no dice y dice al mismo tiempo ( A={los números enteros positivos}), a sabiendas que cualquier número que cumpla con aquellas dos características, estará dentro de A (si x = 9 → x Є A; pero si x = 98364563292987876439023094, también pertenece al conjunto). El límite, es convencional e imaginario y en tanto que sólo puede ser narrado, está hecho de lenguaje. El borde, es la representación gráfica de eso que se narra, por ello el número de elementos que caben dentro de A, es infinito. En sentido estricto, el conjunto carece de límites, no termina en su representación gráfica, pero tampoco comienza ahí.

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Los bordes son conjuntos de puntos, los límites, conjuntos de momentos que definen situaciones fronterizas hechas de palabras. Son líneas hechas de bordes: borderlines. Mientras un borde se ve, los límites sólo se sienten, son invisibles. Contienen ambientes particulares que definen situaciones. El borde las delimita y les da forma y figura, pero no contenido. El borde no es un ambiente, ni la forma ni la figura de éste, sino sólo un punto intermedio.

Supongamos que el conjunto de los afectos, que se encuentra dentro del Universo de la afectividad, tiene bordes y digamos que la tristeza es un elemento que pertenece al conjunto de los afectos. Este conjunto, podría representarse gráficamente y sólo con fines didácticos, como se hizo con A. Y también carecería de límites aunque poseyera un borde. Sobre todo si se puede dar con afectos un tanto desconocidos para ciertos órdenes culturales como la hidalguía (Mita, 1966). Mientras el borde puede trazarse sobre algunas superficies cuya consistencia lo permita, el límite jamás se puede establecer con precisión. Lo mismo le pasa a la psicología social, en el caso de que sea como una ruedita y esté hecha de puntos. Aunque las cosas, situaciones, procesos, acontecimientos, etc., tengan límite (en tanto que no duran toda la vida, sino que se acaban de golpe, así como empezaron), este es impreciso. Para la psicología es importante mirar en varias direcciones, aquí sólo se presentarán algunos sobre los cuales no se ha indagado:

Borrosidad y Afectos

El amor y el odio, la alegría y la tristeza, la claridad y la oscuridad, el bien y el mal, lo rico y lo pobre, etc., son una seria de dicotomías o conceptos antagónicos. Y se supone que dichos elementos se encuentran en determinada disposición espacial para pensarlos de forma diametralmente opuesta. Como si no fueran parte de un continuo o de la misma cosa. Como si fueran mutuamente excluyentes. Como si para sentir amor se tuvieran que excluir todos aquellos sentimientos de odio. Sin embargo, aunque esto juegue con algunos grados de certeza, carece de absoluta precisión. Aquello de lo que está hecho el odio, está hecho el amor. Y así como en su hechura comparten cosas, en alguna parte están imbricados, de alguna manera se entrecruzan. Pero debe quedar claro que tanto la hechura, los límites y bordes, así como la forma, la figura y el contenido, y las zonas que abarcan tanto el uno como el otro, si es que son dos cosas diferentes, son invisibles y sólo pueden narrarse. Se trata de una cuestión de espacio. Por ello se tendrá que hablar de puntos intermedios o que están entre lo que se habla. Es decir, lo que se puede localizar entre el amor y el odio es un conjunto de puntos intermedios de los cuales, no todos pueden ser nombrados. Uno de esos puntos intermedios, por de sobra interesante, son los celos e independientemente de que se pueda hacer un estudio altamente sofisticado de su semiótica (Greimás & Fontanille, 1991), sólo para contar con algunos elementos referenciales, digamos que su estructura es triádica: duda - sospecha - incertidumbre.

Los celos están hechos de amor y odio, se encuentran en una zona indeterminada en donde la borrosidad predomina como forma de definición. La geografía espacial de los celos no tiene límites, no se puede afirmar el momento preciso en que atravesaron por el sentir. Es hasta que se encuentran brincando como enanos por toda esa zona, cuando se puede reconocer que entraron despertaron la duda, la sospecha y la incertidumbre. Los celos son como un conjunto de sentimientos enrarecidos en donde coexisten sin mayor remordimiento y en pequeño, la rabia, el coraje, la valentía, la desesperación, el sufrimiento y hasta la ternura. Los celos son una zona llena de puntos intermedios en donde se ama a la vez que se odia y viceversa. No son un conjunto borroso sino la borrosidad en conjunto, que también carece de límites aunque puedan pintársele sus bordes.

Los celos no son los únicos sentimientos en tener este tipo de exclusividad en tanto que entre la tristeza y la alegría sucede algo similar. Entre ellas se encuentran la nostalgia y la melancolía. La primera (del gr. nostos, regreso; algos, dolor), está asociada al pesar que causa el recuerdo de algo perdido, pesar que se va aligerando con el recuerdo mismo, de forma tal que llegado el punto, los sentires originales se van desgastando y encuentran acomodo en una zona de impermanencia o indeterminación psicológica. Uno no llega a los sentimientos para quedarse sino sólo va de paso. Recordar la infancia propia es un buen ejercicio. Baste regresar livianamente para que el pesar vaya desapareciendo. El caso de la melancolía (del gr. melos, negro; kholê, bilis), no es diferente. Puede ser definida como una tristeza vaga e imprecisa. Tiene elementos propios de la alegría y por ello, no es capaz de provocar el llanto arrebatado, pero tampoco deja escapar las sonrisas sublimes características de la ternura iluminada. También se encuentra en una zona donde se dan cita las borrosidades en conjunto. Así, entre lo claro y lo oscuro: se encuentra la penumbra o lo nebuloso. Entre lo caliente y lo frío, lo tibio. Entre la vida y la muerte, la esperanza, por cursi que parezca. Entre el dolor y el placer, el sadismo y el masoquismo, en el mejor de los sentidos del uso de los términos. Entre el silencio y el sonido, el lenguaje, de cualquier tipo que sea. Entre la libertad y la esclavitud, la rebelión. Entre la dictadura y la democracia, las dictablandas y las democraduras, aunque suene a juego de palabras infantiles. Entre la arrogancia y la humildad, el perdón. Entre la izquierda y la derecha, el centro. Entre la negación y la aceptación, el argumento. Entre lo conocido y lo desconocido, lo extraño. Entre el bien y el mal, la ternura, no importando que sea débil. Entre lo real y lo imaginario, lo simbólico. Entre un festejo y los preparativos, la algarabía. Entre la verdad y la mentira, el engaño, etc. Sin embargo, como el caso no es presentar cada uno de los elementos contenidos en conjuntos ilimitados, baste con saber que si se opta por seguir este camino, a parte de pasar una tarde agradable fumando cigarrillos tratando de determinar cuál será el nombre de lo que va en medio, uno encontrará que algunos falsos opuestos, aunque tengan intermedio, carecen de un buen término que los defina: vacío-lleno; alto-bajo; largo-corto; tenso-distenso; actividad-pasividad; sobriedad-ebriedad; fortuna-desventura; cumpleaños-no cumpleaños; etc. Pero que quede claro, la cuestión no es sólo de nombres o terminología especializada, sino de borrosidades e imprecisiones.

A la psicología social le ha gustado pensar que el mundo está hecho de falsos opuestos, es decir de facetas endurecidas que pueden reconocerse o que tradicionalmente se les ha querido ver de forma escindida, con cara de dicotomía. Y todo esto viene a cuento porque si se cree que el mundo de la borrosidad puede ser dominado por las ciencias exactas o los modelos rigurosos copiados del positivismo, está equivocado. Quien debe encargarse de todo ello debe ser, a la vez, un conjunto de conocimientos igualmente inexactos en tanto que domine en su interior, la preocupación por dar a la inexactitud el lugar que realmente merece. Se ha visto a lo largo del tiempo que las disciplinas denominadas científicas están llenas de imprecisiones, vaguedades, inexactitudes y extravagancias, ya que los objetos que han pretendido definir y a los cuales se les han entregado tantos recursos, son así: borrosos e imperfectos. El caso de la psicología social es bastante claro: la vida cotidiana es objeto de ciencia, pero de una ciencia de lo vago, llena de conceptos borrosos y de relaciones imprecisas, de correlaciones débiles pero no nulas, inscritas en el campo de conciencia del ser (Moles, 1990). Más aún: existe un vacío en la explicación científica del mundo y del hombre, enfrentado -entre otras cosas- con un ambiente siempre fluctuante. Llenar este vacío es el objeto de la micropsicología (íbidem). Si seguimos el camino que hasta el momento, no hablaremos de falsos opuestos sino de continuos.

Intersecciones

Si de nueva cuenta tomamos el caso del conjunto A y ponemos en juego al conjunto B, que para no hacerlo demasiado complicado será el de los números primos, se podrá constatar que entre los dos habrá un adentro compartido denominado intersección, lo que está en el inter de dos secciones, la A y la B. Los inters son como los brakes que están entre lo formal y lo informal. Algo de A, es parte de B sin que A y B sean iguales. Comparten el Universo que les contiene. Lo que queda fuera de los dos que no es parte de A ni de B, es el Universo. No reconocerlo sería caer en un error de percepción y se dice esto ya que casi siempre es mejor vivir en las falsas certidumbres que en las incómodas imprecisiones (Moles, 1990). Es más común mirar y poner atención a lo que tiene forma que a lo que no lo tiene, es decir, a lo que se supone, tiene bordes. Entre los conjuntos A y B (A={los números enteros positivos}; B={los números primos}), habrá otro conjunto que podría ser nombrado C, que representa la intersección entre uno y otro (es decir C=A ∩ B). C es un conjunto de números que posee atributos tanto de A como de B, pero que se representa de manera diferente, que puede distinguirse de los dos y también es ilimitado. La intersección, como concepto, se asocia a una idea de pertenencia indefinida: los elementos que se encuentran en ella, son parte de dos o más conjuntos a la vez y tienen propiedades de ambos. Los conjuntos pueden ser países, grupos, equipos de esgrima, familias, etc. Una intersección es una zona que posee elementos de varios conjuntos y no cuenta con un nombre adecuado que le permita definirse. La transitoriedad es el movimiento gracias al cual se pasa de un conjunto a otro. Esto es lo que permite que intersección y transitoriedad puedan diferenciarse, aunque se encuentren implicadas. La transitoriedad es momentánea mientras que la intersección es geográfica. Para llegar del odio al amor o viceversa, sólo hay que dar un paso. Todo lo que puede llegar a sentirse cuando se atraviesa por ahí, sólo es momentáneo, no puede durar toda la vida. Cuando se atraviesa por un lugar en donde no puede definirse el sentimiento que se despierta, uno se encuentra en una intersección. En la sección situada en el inter, por pedante que se escuche. La intersección es un ambiente enrarecido. Por ello cuando uno se encuentra con este tipo de situaciones, la incomodidad aparece y la mejor forma de tomar distancia es a través del desvanecimiento.

Se dice que la transitoriedad se encuentra asociada a una geografía ambiental porque no se puede transitar por un no lugar, es decir, por un no escenario. Sin tránsito no hay ambiente, aunque no se pueda afirmar lo contrario. Por ello los lugares muestran dotes de autonomía con respecto a los entes que en ellos se mueven. Los lugares tristes, son tristes hasta que alguien aparece en ellos, no lo son por sí mismos. Es cierto, la luz existe independientemente de la experiencia sensible de todos, aún para los ciegos. Los lugares también. No así la tristeza, como cualquiera de los sentimientos en que se quiera pensar, son construidos socialmente. Cada sentimiento es una construcción, los sentimientos no aparecen aislados sino en situación. Lo triste de los lugares y los entes, es la tristeza de los ambientes que se articulan a partir de la interacción, por ejemplo. Sin embargo, no pueden durar toda la vida aunque dentro de ellos quepa una vida entera. Los sentimientos, al parecerse a los ambientes, se expanden, se contraen, se alargan o se acortan. La tristeza experimentada por la muerte del padre o algún otro familiar nunca puede ser el doble de la que se siente cuando muere el perro de la casa. No obstante se trata del mismo sentimiento. Pero como el ambiente en cada una de las situaciones cambia, el sentimiento no es el mismo y, en consecuencia, es situacional. Depende, sobre todo, del lugar y los entes que ahí se encuentren. La tristeza que uno experimenta se encuentra sobrepuesta al lugar. Los sentimientos se le pegan a las cosas y por eso hay tardes y películas tristes para toda la vida. Sin embargo, tanto las tardes como las películas y muchas otras cosas más, no son tristes hasta que quedan atrapadas por la tristeza del ambiente que se genera con el simple hecho de verlas. Aunque el ambiente sea espacial, el sentimiento atrapado en un ambiente se vuelve eterno una vez que se le pega a las cosas. Una película atrapada por un ambiente de tristeza, será triste para toda la vida y se sabrá y recordará que este o aquel film son muy tristes, aunque en estricto no lo sean por sí solos.

Los ambientes pueden diferenciarse. Se sabe que un ambiente relajado y otro tenso no son iguales. Pero así como hay ambientes definidos, también los hay enrarecidos ya que sólo dejan un sentimiento de vaguedad e imprecisión cuando se atraviesa por ellos. Así como existen ambientes definidos, existen otros que no son tristes ni alegres, ligeros o graves, tensos o relajados sino las dos cosas al mismo tiempo. Las intersecciones no son dicotómicas o bipolares, ni se reducen a un diagrama convencional de conjuntos. Un ambiente no es geométrico aunque tenga forma de triángulo amoroso: menage a trois. Los ambientes definidos son, en consecuencia, identificables y descriptibles. Podemos suponer, sólo por comodidad, pero no podemos decir dónde comienzan o dónde terminan. Lo divertido de una fiesta no termina al cruzar la puerta donde se lleva a cabo, lo romántico no tiene lugar en el corazón de los enamorados aunque se les agite cada vez que se besan o hacen el amor y el dolor de muelas no tiene lugar en las muelas aunque la gente diga sí.

A diferencia de la borrosidad, que hace imposible la identificación del hecho subyacente a la experiencia espacio-temporal (antes / ahora / después - arriba / abajo / delante / detrás / izquierdo / derecho, o lo que es casi lo mismo: pasado / presente / futuro - X/Y/Z), la intersección brinda las condiciones necesarias para que la borrosidad se mueva con independencia de sus componentes.

Es cierto que el hecho de nombrar una cosa es pretexto suficiente para convencer a los demás de su existencia (Berger & Luckman, 1967), sin embargo sería totalmente absurdo atreverse a afirmar que lo que no puede ser nombrado, experimentado o descrito, simplemente no exista. El hecho de que algunos no hayan experimentado el sufrimiento provocado por el dolor de cabeza o jamás en su vida se hayan enamorado, no pueden negar que tanto el dolor como el amor existen. Sería soberbio reducir la existencia de las cosas al lenguaje, ya sea verbal o de otro tipo. Existe una infinidad de ejemplos que pone en evidencia los serios problemas con los que se topa el lenguaje para describir la realidad, física y simbólica. Parece ser que cuando las palabras se agotan, las metáforas son el mejor recurso para volver cognoscible una situación, hecho, fenómeno, proceso o acontecimiento.

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Aquello que no puede ser nombrado con facilidad, porque se encuentra entre lo que tiene nombre y lo que no lo tiene, se sitúa más allá de los límites del lenguaje, en donde se han agotado las palabras para explicarlo, donde se tiene que recurrir a la utilización de las metáforas para describirlo y manejarlo, es decir, en lo borroso y lo impreciso. La borrosidad es el dominio del no lenguaje, es decir, de las imágenes. Si tomamos como ejemplo lo alto y lo bajo, cuyos puntos intermedios no se pueden identificar con precisión, y los miramos no como dos cosas diametralmente opuestas sino como un continuo veremos que, en efecto, se encuentran conectados, se tocan, no están escindidos como se supone. Son como los polos de un imán o los de la Tierra. Lo medio, que está entre lo alto y lo bajo, es borroso.

Los medio es algo que, por parecerse tanto a lo alto como a lo bajo, aparece como algo extraño, indecible e insentible. Para ir de la claridad a la oscuridad, se debe transitar por la penumbra, experimentando el desvanecimiento y la no permanencia, ese sabor de boca que deja el haber pasado por cualquier lugar sin sentir que se estuvo en alguna parte.

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Los ambientes borrosos, los sentimientos imprecisos, los amores sin concretar, las separaciones imposibles y las relaciones altamente destructivas, están en esos puntos intermedios que, si miramos bien, por lo regular no tienen nombre o, al menos, no son de uso generalizado y, por lo tanto, pueden ser vistos como algo no común, como algo que no le pasa a todos de manera cotidiana. Y así como la borrosidad sólo puede intuirse, la intersección no parece contar con un límite concreto porque, en caso de tenerlo, también sería difuso. Los límites de cualquier ciudad aparecen perfectamente definidos en un mapa, no en la geografía del lugar. Baste realizar un recorrido por las zonas limítrofes entre un municipio y otro para darse cuenta que no encontrará, salvo algunas excepciones, una línea que anuncie principio y fin entre ellos. Tanto los límites como el centro de cualquier ciudad, son imaginarios y están hechos de lenguaje porque el espacio social, a diferencia del geométrico sólo puede ser narrado. Los límites y el centro son sólo una representación simbólica de la división ideológica, política, económica, social, jerárquica, de las personas, los países y las instituciones. Así, la línea divisoria entre una disciplina y otra, psicología y sociología, por ejemplo, es más simbólica que real.

Los centros son propios de las figuras geométricas porque se pueden calcular, sin embargo no son propios de los ambientes ni de los sentimientos porque estos son difusos. Lo psicológico y lo sociológico, lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público, también cuentan con puntos intermedios y ambientes borrosos que son delimitados más bien por comodidad que por otra cosa. Las falsas escisiones y las supuestas dicotomías no son más que el resultado directo de una falla que origina todos estos problemas y es que, de entrada, la percepción como tal es defectuosa. Después de todo no se puede pensar al mundo de forma diferente a la humana (Nietzsche, 1878).

La cuadratura, que parece ser sinónimo de modernidad y metáfora del positivismo, logró hacerse de un imperio, con límites y toda la cosa (cuyos dominios cuentan con un indescriptible cúmulo de seguidores así como de líneas duras y ortodoxas de producción del conocimiento), se fue expandiendo gracias las razones prácticas y el impulso del sentidos prácticos (Bordieu, 1980), no obstante trajo consigo una serie de catástrofes en razón del estancamiento y crisis de algunas disciplinas. La psicología social fue una de tantas, a pesar de ser relativamente nueva y con pocos años de aparición en el escenario científico. Al concentrar su mirada en zonas que se suponían prolíficas, dejó de lado una beta impresionante de desarrollo potencial, sólo por creer en su propio discurso. Con la delimitación de campos de estudio se logró el establecimiento de reglas, procederes, rituales, escuelas, etc., y, en síntesis: por mirar hormigas, dejó de mirar el bosque. Practicó un abandono continuo para explicar lo simple en vez de lo complejo, lo visible en vez de lo invisible, lo superficial en vez de lo profundo, lo predecible en vez de lo impredecible, lo preciso en vez de lo impreciso.

La Vaguedad y sus Cómplices

Por vaguedad se puede entender toda aquella indeterminación psicológica o de otro tipo asociada a las categorías de lo impreciso y agrupa una serie de fenómenos:

1. Existen fenómenos vagos debido a que, por un lado, el error que se puede generar al determinarlos es grande o muy grande y, por el otro, el fenómeno como forma tiene contornos vagos o variables, que cambian de una circunstancia a otra;

2. Un gran número de fenómenos nos siguen pareciendo vagos porque no disponemos de técnicas de medición adecuadas;

3. Finalmente, diremos que existen fenómenos "vagos por esencia", es decir, aquellos cuyos conceptos (que sirven para enunciarlos) son vagos en sí mismos, tal vez inadecuados, pero son los únicos de que disponemos (Moles, 1990).

Lo vago, es lo que anda de un lado para otro, lo que posee el instinto antisedentario de la aventura y la falta de decisión. Lo que brinca de un lado a otro sin contemplaciones y que cuenta con los no termina por definirse. Un fantasma, la insinuación, el sobre-entendido, los chistes, las fábulas, los ejemplos y en general, todo lo que atraviesa por nosotros sin darnos cuenta, pero que de alguna forma lo intuimos es vago. La vaguedad permite encontrar el significado de las cosas que queremos decir sin explicarlas. De no ser así, absolutamente todo aquello en lo que se quisiera pensar, hablar, discutir, tendría que explicarse parte por parte, paso a paso. Cuando X ordena a Y ir por las tortillas, no tiene que explicarle cuál es el trayecto que debe seguir, a menos que nunca haya ido o que la tortillería o que esta haya cambiado de locación. Tampoco tendrá que explicarle cuáles son los pasos que deberá seguir en caso de que vaya en bicicleta. Mucho menos deberá mencionarle que no tarde demasiado, sobre todo si la hora de la comida está muy cerca. Es decir, tanto uno como otro poseen información adicional que les permite entender los supuestos en los cuales no se detienen a pensar ni explicar.

El sentido común es el conjunto de vaguedades que logran hacer que lo cotidiano de la vida adquiera sentido. Es la forma, la figura y parte del contenido de la vida, pero no su límite porque no termina ni principia ahí. Por su parte, la vida, la muerte, la democracia, el amor, el odio, el olvido, la memoria, la tristeza o la alegría, son indemostrables, carecen de sentido de verdad. No pueden explicarse a partir de la razón. Con la muerte de X, no queda demostrada la muerte. Sólo la muerte de X. Determinados fenómenos no se encuentran sujetos a cadenas lógicas: P→Q; Q→R; conclusión: P→R; aunque se puedan conocer algunas de sus causas o efectos que producen, no se puede predecir el momento preciso de cuándo aparecerá una u otra cosa. Uno no planea enamorarse así como no planeó haberse enamorado de las mujeres que se enamoró y, aunque hubiese conocido perfectamente a cada una de sus amantes, no podría haberse atrevido a afirmar que se casaría con esta o aquella o simplemente que duraría soltero para toda la vida. En este tipo de cosas siempre juega con nosotros la vaguedad que, por estar oculta todo el tiempo, se toma a la ligera. Por eso uno la ahuyenta con frases como: <<es probable>>; <<no sé>>; <<tal vez>>; <<siento>>; <<me parece>>; <<ya veremos>>; <<a lo mejor>>; <<sería conveniente...aunque...mmmhh>>. La vaguedad no sólo juega con las decisiones que tomamos sino con la situación misma en la que estamos. Es como una fuerza oculta que se encuentra presente en cada frase, situación, definición, pensamiento, relación. Juega a no ser descubierta para no quitarle a la vida la sorpresa, el misterio y ese saborcito que a todos nos gusta. Si los niños conocieran de antemano las respuestas de las niñas a las que se les quieren declarar, no tendría mucho sentido que se les declararan. A veces la vaguedad es tan emocionante que permite a las personas sentarse horas a mirar los partidos de fútbol, las telenovelas, los procesos electorales y hasta la vida de los famosos. En un mundo plagado de incertidumbre todos quieren saber en qué terminarán las cosas. Los chismes y los rumores permiten a las personas saber cómo van las cosas, aunque no sean ciertos, de todos modos se trata de estar al filo de la vaguedad e incertidumbre porque es emocionante. Por eso Dios debe aburrirse tanto, como sabe todo lo que va a pasar, qué sabor le puede agarrar a la vida.

La vaguedad juega un papel imprescindible en las escenas cotidianas y se podría decir que es la mejor amiga de la imprecisión con la que juega por las tardes al bridge. Y, en efecto, lo que hacen es tender puentes posibles entre una y otra cosa, entre un fenómeno y otro. La vaguedad es lo que lleva la certeza dentro, lo que necesita cualquier conocimiento para expandirse, en consecuencia la psicología trata de nulificarla, de hacerla a un lado, para poder progresar. No es fortuito que a los psicólogos les guste buscar regularidades y tratar de descubrir leyes para el comportamiento y la cognición. En un mundo en el que los descubridores de principios universales son premiados y se les otorga reconocimiento social es demasiado fácil querer ser científico. Por eso hay una extraña clase de psicólogos que se siente bien saliendo en televisión, programas de radio y vistiéndose de traje para dar clases o estar sentados en sus cubículos. Como si todo esto avalara su producción que quién sabe si es científica.

El Error

No se necesita contar con un doctorado en meteorología para saber que el verano será más cálido que el invierno, como tampoco se necesita haber leído un millar de volúmenes acerca de la afectividad para descubrir que uno es capaz de despertar la pasión en algunas personas. Pero tampoco se necesita ser un inepto para cometer un error. Se dice que la predicción meteorológica, o para mayor concreción, de la temperatura, normalmente adoptamos la postura de que ya se conoce la respuesta regular [...] y enfocamos nuestro problema como el de una predicción de aquellas cosas que no conocemos todavía simplemente en virtud del conocimiento del clima (Lorenz, 1993). En el caso de las relaciones afectivas, se da por sentado que las sonrisas resplandecientes, las miradas furtivas, la erubescencia y otras cosas, pueden ser el indicio de un bello romance y, por tal motivo, las predicciones que se realizan en torno al hecho, también pueden orientarse de la misma manera en que se hace en el caso anterior. Lo cierto es que, tanto en uno como en otro, se puede fallar. Nada garantiza que la certeza aparezca como un atributo de verdad. El dominio de las fuzzy informations (cfr. Moles, 1990), contribuye a que el error se constituya como una travesura de la imprecisión. Y si esto les sucede con frecuencia a las ciencias naturales, imagínese cuál será el destino de las ciencias sociales. En efecto, la aspiración de cualquier disciplina es desarrollar altos niveles de predictibilidad para hacer evidente: su efectividad y su eficacia. Sin embargo, a la psicología le falta demasiado. Sobre todo a la experimental que se ha mostrado más reacia a seguir, de manera obstinada, las prácticas ortodoxas de los métodos tradicionales de investigación. Sin embargo, se tiene que reconocer (o de lo contrario se caería en el error), que también ha contribuido de alguna manera al desarrollo positivo de la disciplina. Pero como es costumbre, ha dejado de lado el contexto social y se ha afanado fehacientemente en llevar todo a una situación de laboratorio (Deconchy, 1981). Al menos en el campo cibernético se puede constatar que: si bien los errores pueden ser minimizados aumentando la redundancia en los componentes del ordenador, el número de componentes se hace tan vasto que operar un programa formal del tipo visualizado sin errores requeriría un ordenador cuya masa excedería la del universo (Pagels, 1988). En psicología no.

El comportamiento no puede predecirse al ciento por ciento y tampoco puede interpretarse con altos niveles de precisión. Una de las grandes confusiones en las que ha caído nuestra psicología es en dar un tratamiento a los acontecimientos verdaderamente históricos como si fueran históricamente verdaderos. La falsa creencia de que el universo giraba en torno a la Tierra, se apegaba más a una serie de condicionantes y situaciones de control y sumisión ideológica que a una verdad científica. El error es una forma mental en contradicción con una "verdad" establecida (Moles, 1990). Es decir, es socialmente construido. Como las verdades. Así como el cristianismo ha logrado extender sus campos de dominación ideológica, la psicología lo ha hecho también. Para ello es suficiente comentar que las verdades psicológicas atraviesan por serias dificultades (Gergen, 1991).

Los errores sólo pueden ser descubiertos hasta que la verdad encuentra resistencia y oposición. El enunciado: X va a las tortillas cada vez que alguien lo manda por ellas, tiene valor de verdad en tanto pueda constatarse el hecho, no el enunciado. El error no aparece en el hecho, tampoco en el enunciado. Aparece en el sentido de contradicción que se pueda generar cuando estas dos cosas no demuestran coincidencia. El error es situacional, cambian de tamaño por la situación en la que aparecen. Los errores históricos son más grandes que otros. Es decir, si una persona confunde la voz de alguien al teléfono y comienza a platicar con aquella como si nada pasara, habrá cometido un error, pero no por lo que hubiese dicho a la persona equivocada sino por haber fallado en la producción de un sentido no contradictorio. El error se encuentra en el sentido de contradicción, no en el valor de verdad de las premisas, es decir, en la situación. Confundir la voz de alguien al teléfono no será tan grave como haber promovido un proyecto político determinado. Aunque a los errores no se les pueda ver, unos son más grandes que otros. También más graves que leves. Y, por si fuera poco, más profundos que superficiales. De esta forma, las situaciones tenebrosas y oscuras, llevan dentro de sí, errores graves y profundos que deben ser, por deducción, muy grandes.

Los sistemas de conocimientos como cierta parte de la psicología, se pintan como incuestionables en tanto que recurren a determinados dogmas o axiomas, a leyes y postulados, a la objetividad y la experiencia, al autoritarismo y adoctrinamiento, como una forma de legitimarse y autorregularse tratando de evitar que el sentido de contradicción haga una aparición subversiva e irreverente. Para la geometría es innegable que los ángulos internos de cualquier triángulo sumen 180º y para cualquier mortal también lo sería si quiere aprenderla, debe dar por sentado determinadas cosas de las cuales no puede dudar. Para el cristianismo, tan popular como la geometría euclidiana, es indudable que Dios existe, que está en los cielos y tiene una composición triádica: padre, hijo y espíritu santo. La psicología social cuenta con un conjunto de ideas incuestionables que giran en torno a la cognición y el comportamiento, las sensaciones y la experiencia, a la identidad y la interacción, etc. ¿Quién duda del significado de estos conceptos?. La psicología debería profundizar en el análisis de las verdades que ha construido más que tomarlas como principios universales para descubrir los errores que ha cometido. Un buen comienzo es aceptar que en psicología no hay principios universales.

Del Caos…

Si caos puede entenderse como un concepto especializado, proveniente de una terminología convencional que se designa para el comportamiento no periódico (Lorenz, 1993), entonces existe una infinidad de fenómenos o acontecimientos que se suceden de esa manera, en cualquiera de los planos en donde se quiera mirar: físico, social, económico, político, psicológico, afectivo, etc. La forma en que se estrellará un cristal después de que una piedra choque contra este, es impredecible. Como también lo es el enamoramiento porque no se planea, predice o formula, sino que aparece de pronto, de entre un conjunto infinito de posibilidades, situaciones y condiciones. Dos de sus rasgos característicos son la unicidad que lo distingue de otras cosas y su no periodicidad. Así como no se puede establecer que la temperatura de un día determinado sea de N grados centígrados, tampoco se puede determinar qué el día le ocurrirá el enamoramiento a alguien. Uno puede intuir por qué se enamoró de una persona y armar una explicación amplia de cómo sucedió todo, pero su reconstrucción siempre será imprecisa, llena de errores que se ahuyentan con certezas aparentes. Los psicólogos clínicos juegan a descubrir las "razones" (palabra que sobra en toda psicología) ocultas de por qué las personas se enamoran o, puesto en su terminología vulgar, se "enganchan" o hacen "click".

La temperatura como el enamoramiento son comportamientos no periódicos. El enamoramiento no ocurre cada cinco minutos a la misma persona, pero no hay garantía de que esto sea imposible. Las personas se pueden enamorar de dos o tres personas a la vez. El comportamiento y la cognición son caóticos, la realidad es compleja. El caos implica movimiento, similar al de las moléculas de un gas (Pagels, 1988) y parece haber consenso en que se antepone al orden o los movimientos ordenados y periódicos. En el campo de la física, ni hablar. El caos psicológico es situacional, como posibilidad y rareza. Es extraño en tanto que no es familiar y alarmante porque se presenta de manera sorpresiva. Las revoluciones sociales son movimientos caóticos de masas que nadie esperaba, sin embargo aparecen como algo obvio en boca de los analistas una vez discutidas las condiciones históricas que les determinaron. Sin embargo, aún no se puede determinar con prestancia la periodicidad con la que aparecen. De lo contrario no habría guerrillas ni todas esas cosas que suenan a antiimperialismo.

En el caos limitado, encontrar un comportamiento no periódico [...] aunque sea posible, su probabilidad es cero. En el caos total, la probabilidad de encontrar un comportamiento periódico es cero (Lorenz, 1993). Y en efecto, aunque sea posible, la probabilidad de encontrar odio en el amor, es cero. Sin embargo en Yo, siempre hay Otro. Sin importar que sea posible o no, es poco probable que haya racionalidad en las masas una vez que se han despertado iracundas. Mucho menos que haya compasión en el terror, sobre todo cuando este debe infundirse a toda costa. Pero sucede que hay memoria en el olvido y rencor en el perdón. Y alegría en la tristeza en forma de nostalgia. Esto porque la probabilidad cero no es sinónimo de imposibilidad. Lo probable no está hecho de fantasías e imaginación sino de posibilidad plausible, aunque sea infinita. El caos habita en el reino de la imprecisión. Y para efectos didácticos, cada quien puede crear su propio caos. Dentro de cada orden, existe un caos indescriptible.

De la Complejidad

Un cristal de diamante, por ejemplo, con sus átomos prolijamente dispuestos, es "ordenado"; una rosa, en la cual juega tanto el azar como el orden en la disposición de sus partes, es "compleja" (Pagels, 1988). La complejidad tiende u puente entre orden y caos. Las situaciones, fenómenos y procesos sociales y psicológicos son complejos por naturaleza. La psicología pudo haberse empeñado durante décadas a la comprensión de la complejidad de la mente pero sólo ha logrado establecer un complejo sistema de comprensión de esta. El lenguaje psicológico es un conjunto de términos especializados que se llaman tecnicismos y todos sabemos y estamos de acuerdo que la realidad psicológica no es un conjunto de tecnicismos. ¿Qué podría ser más complejo que el conjunto de Mandelbrot? Quizá el modelo meterológico global, quizá la anatomía de un ser humano (Lorenz, 1993). En el mundo de la complejidad, las valoraciones tan...como, no tienen cabida: no se podría decir que los surcos causados por el viento sobre la nieve son tan complejos como un triángulo amoroso o un conflicto internacional. Es decir, cada sistema o cada nivel de realidad, posee su propia complejidad que le caracteriza y lo distingue de otros tantos. De otra forma no se hubieran inventado tantas psicologías para estudiar el comportamiento si este, no fuera complejo por naturaleza. Complejidad, orden y caos, conforman la estética de la naturaleza y, a estas alturas, es difícil hablar de realidad psicológica por un lado y realidad social por otro. Esto porque a una situación se dan cita un infinito número de posibilidades que la hacen única e inolvidable en tanto que sólo ocurre una de esas posibilidades entre tantas, pero el conjunto de variables que se encuentran presentes ahí, también es infinito, de lo contrario, la gente triste no lloraría porque la mosca volara de un lugar a otro.

Si las situaciones no fueran complejas por naturaleza, no habría nada qué pensarles y todo el mundo las entendería, se parecerían a las paredes sin pintar, serían simples. La realidad no se presenta fragmentada, lo social por un lado y lo psicológico por otro. La psicología social, para ganar complejidad, debe renunciar a las dualidades que ha dado por sentadas. Lo individual y lo social, lo público y lo privado, lo mental y lo corporal, lo objetivo y lo subjetivo, sólo están separados en los libros con fines analíticos y suponer que así se presentan en la realidad es una limitante. Seguir pensando que la psicología social puede aspirar al establecimiento de principios universales es un conservadurismo cognitivo. Debemos recordar algo muy importante: la complejidad es una palabra problema y no una palabra solución (Morin, 1990).

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Referencias

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X